Al traer el pan, Mario nos preguntó de dónde éramos. “¡Messi, Maradona,Tango!”, exclamó al saberlo. Y rápidamente un hombre de la mesa de al lado se unió a la conversación. Era Roque, nacido en Sicilia y cantante de ópera. “Bariloche: bello bello”, dijo antes de pasarse veinte minutos recitando con ademanes un fragmento de la Divina Comedia. Luego, Mario nos contó que trabajaba ahí desde hacía treinta años, que las pastas eran todas caseras y que no se iba a morir sin antes viajar a nuestro país para conocer a las mujeres argentinas.
Primer chapuzón de verano
En la costa de Zapallar, un elegante pueblo en la región de Valparaíso, me abrazan montañas con casas mediterráneas, el océano pacifico, bosques de pino y flores de todos los colores. La naturaleza, claro, la mejor paisajista de todos los tiempos. Apoyo la espalda en la arena, cierro los ojos y escucho los gritos de la gente que está en el agua. En minutos, pienso, voy a hacer lo mismo. Lo vengo planeando desde Buenos Aires. Cuando en los primeros días de noviembre, decidí hacer justicia y no dejar que el verano me robase toda la primavera. Antes de viajar a Chile, le dije a mis amigas “voy a ir a la playa y no pienso salir del agua”. Porque el calor húmedo y sofocante de la ciudad hace que una brisa cotice en Wall Street.
Tal vez los grandes amores sean así, como los cortes de pelo: irreversibles
Era hora de cortarme el pelo. Estuve esquivando la peluquería por meses, pero acá estoy, en la silla de lavado, con la nuca inclinada y casi rota, mirando las manchas del techo y algunas telarañas; rodeada de peluqueros chupamedias para los que siempre quedo divina y te veo la próxima, diosa. Son coloristas de la realidad, profesionales de la diplomacia, jardineros de las puntas florecidas que nunca mueren. Hoy me lava la cabeza Daniel, Dani, un morocho que es muy parecido a Lorenzo Lamas que según dicen en la recepción, cuida mucho a las clientas, te va a encantar.
Un sueño, Los Soprano y los spaghettis con meatballs
Y sin presumir, hasta hace unos días, yo creía que esta comida era mi especialidad, que me salía muy bien y que, a través de ella, podía conquistar los paladares más indomables y rebuscados. Y digo pensaba, porque en un sueño revelador, de esos que te acompañan durante todo el día, la mujer más respetada por la mafia ítaloamericana, la mismísima Carmela Soprano, se apareció en mi cocina para criticar mi pasta. – ¡Jesus Christ, Bárbara! A las albóndigas les falta perejil y a la salsa albahaca fresca…La mujer del mafioso más recordado de New Jersey me quitaba la cuchara de las manos y comenzaba a revolver la salsa.
Las golosinas sólo son un sumum de placer en la tierra de Peter Pan
Perdida en el deseo, pero con la convicción de quien sabe qué busca, esa tarde del 98 me adelanté a mi hermana y corrí a la cocina. Quedaba sólo una barra de chocolate y partirlo no estaba en mis planes. Después de todo, tenía información privilegiada: una fuente de primera mano me había confesado que el Nussini se sacaría del mercado.Fue así. Al igual que ocurrió con dibujos animados como Charly Brown, los muñecos Trolls o Pumper Nic, el Nussini se fue esfumando de las góndolas. Al menos esa tarde, consciente de la realidad, disfruté como nunca de la mejor oblea rellena de avellanas que recuerdo de la biografía de Milka. Y hoy no hay caso. Todavía cuando voy al kiosco sigo buscando golosinas que ya no se fabrican.
El tema es que de vez en cuando debo subirme a un avión (para ver a mi novio)
Luego ansiedad y vértigo cuando despegamos. ¿Estoy a tiempo de bajar?, “Cóctel Bárbaro” de emociones al levantar altura. Cruzo los Andes y un rayo impacta en la cordillera que divide mi lóbulo derecho del izquierdo. La presión aumenta y siento flechas indígenas en el cuello. Espero no tener muchas ojeras al bajar. Quizás, si exhalo no sea tan grave. Inspiro y exhalo, uno, dos, uno, dos. El avión aterriza pero todavía hay que esperar sentados. Señores pasajeros, aún no se levanten, queremos que vivan en este pequeño espacio hasta que su tolerancia reviente.
Alteré la matrix de Facebook
Estar frente al espejo de chica implicaba no abrir la puerta del baño por horas. Los peinados también ayudaban a que mi hermana no pudiera entrar a bañarse: brotada de rulos, me gustaba creer que esos bucles eran la recompensa divina por pensar rebuscadas y preciosas ideas. “Que las demás se planchen el pelo”, decía al sacudir la cabeza. Y con los años me encontré con espejos más complejos donde perderme. Hoy paso más horas en mi perfil de FB que supervisando mis rulos.
Métro, Boulot, Dodo (y como buscar color en Buenos Aires)
En estas últimas semanas, me refugié en Paul Auster para buscar mis azules y violetas en las páginas de la “La trilogía de Nueva York”. Luego de leer su Brooklyn Follies y enamorarme de la película Smoke, espero terminar el libro con suspiros o, al menos, un nudo en la garganta. De vez en cuando, encuentro mis verdes y naranjas en los macarrones de limón y frambuesa que venden en una casa de té a la vuelta de mi casa. Esos casi alfajores, crocantes por fuera y blandos por dentro, son monedas arrojadas desde el cielo para premiar la gracia humana.
Será mejor que me presente
El año pasado tuve la oportunidad de hacer un curso de verano en Harvard con énfasis en Tecnología y Sociedad. Conocí gente muy copada de distintos lugares del mundo, que me hicieron reflexionar sobre nuestra conducta digital y nuestros avatares.A pesar de buscarlo, no encontré a Mark Zuckerberg. Me dijeron que tampoco vive en Silicon Valley como se cree. Al parecer, descubrió la manera de emigrar al ciberespacio para siempre y dejar un par de hologramas a cargo de Facebook.