Tal vez los grandes amores sean así, como los cortes de pelo: irreversibles


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En La Pelu
Por Bárbara Lichtman
Era hora de cortarme el pelo. Estuve esquivando la peluquería por meses, pero acá estoy, en la silla de lavado, con la nuca inclinada y casi rota, mirando las manchas del techo y algunas telarañas; rodeada de peluqueros chupamedias para los que siempre quedo divina y te veo la próxima, diosa. Son coloristas de la realidad, profesionales de la diplomacia, jardineros de las puntas florecidas que nunca mueren. Hoy me lava la cabeza Daniel, Dani, un morocho que es muy parecido a Lorenzo Lamas que según dicen en la recepción, cuida mucho a las clientas, te va a encantar.
Cierro mis ojos mientras Dani desenreda los nudos de mi pelo y quizás los de mi cerebro, porque ¿quién sabe?, puede que las marañas empiecen a formarse desde adentro, desde el enjambre de ideas equivocadas o pensamientos rumiantes que a una le dan vueltas y vueltas en la cabeza para no llegar a ningún lado. Ahora tengo los oídos llenos de espuma y aún así, escucho que Dani le dice a la mujer sentada junto a mí:
¿Te dejaron con el shampoo puesto, Dora? ¿Cómo se olvidaron de vos así?
– Ay Dani – le contesta la mujer que por su voz parece mayor- si vos supieses las veces que me dejaron plantada en la vida…
– Como puedo, abro un ojo para mirar a Dora: semejante paz interior, merece ser contemplada.
Algunos creen que soy viuda pero no, nunca me casé. Estuve a punto, faltaron sólo unos pasos, pero me plantaron. Y desde entonces fui la pobre de Dora, la solterona, la pesadilla de todas las novias.
De repente, los masajes capilares se cortan. Daniel sacude las manos y se acerca a ella.
¿Y sabés por qué durante toda mi vida usé flequillo? Para que los hombres no vean que tengo más de dos dedos de frente, porque los tipos son así Dani, huyen de las mujeres inteligentes ¿o qué te pensás que me pasó a mi?
Escucho a los secadores de pelo rugir por ahí.
Y entonces pienso en las historias de amor y sus finales, en los días teñidos con baños de luz y en las canas que llegan después. De pronto se me ocurre que tal vez los grandes amores sean así, como los cortes de pelo: irreversibles.