Un sueño, Los Soprano y los spaghettis con meatballs


 
 
 
 
 
 
 
 
 
Un sueño, Los Soprano y los spaghettis con meatballs.
Por Bárbara Lichtman
Desde que vivo sola, los espaguetis con albóndigas pasaron a ser mi plato preferido y la forma de conectarme con mi mamá y mi abuela sin usar el teléfono. Receta de tres generaciones, este plato acompañó la historia de mi familia judeo-polaca que, al llegar al país, ya aburrida de la papa y la cebolla, convirtió su alacena en un conventillo mezclando gustos e ingredientes de diversos países.
Y sin presumir, hasta hace unos días, yo creía que esta comida era mi especialidad, que me salía muy bien y que, a través de ella, podía conquistar los paladares más indomables y rebuscados. Y digo pensaba, porque en un sueño revelador, de esos que te acompañan durante todo el día, la mujer más respetada por la mafia ítaloamericana, la mismísima Carmela Soprano, se apareció en mi cocina para criticar mi pasta.
– ¡Jesus Christ, Bárbara! A las albóndigas les falta perejil y a la salsa albahaca fresca…
La mujer del mafioso más recordado de New Jersey me quitaba la cuchara de las manos y comenzaba a revolver la salsa. Pronto, sus largas uñas esculpidas, la convirtieron en un felino a punto de atacar si acaso yo me atrevía a contradecirla.
– La pasta no es cualquier cosa – me explicaba- Los espaguetis son hilos de harina que se enhebran con tenedores para coser generaciones. Comenzaba a sentir tremendos sentimientos de admiración por esa mujer. Lo mismo que sentía por Tony Soprano durante aquellos años en los que comí con él y su familia. Porque yo estaba ahí.
Y ya por la cuarta temporada, enrollaba los espaguetis sin mirar mi plato, con los ojos fijos en la pantalla. Mi técnica era ya tan prefecta como sus formas de matar.
En el sueño, mientras Carmela estrujaba la carne picada, el huevo y las migas de pan para formar las albóndigas, me pregunté por el desenlace de la serie: un final controvertido que dejó tan contentos a algunos como furiosos a otros.
– No me quedó claro una cosa – le dije –Leí que el último capítulo quedó abierto porque matar a Tony hubiese sido como juzgar sus actos.
¿Es así? ¿O es que después lo matan…?
– La vida, querida, es una gran nada- me dijo.
Y desapareció junto al vapor que se escapaba de la olla y vi fugarse por la ventana.