Primer chapuzón de verano



 
 
 
 
 
 
 
Primer chapuzón de verano
Por Bárbara Lichtman
En la costa de Zapallar, un elegante pueblo en la región de Valparaíso, me abrazan montañas con casas mediterráneas, el océano pacifico, bosques de pino y flores de todos los colores. La naturaleza, claro, la mejor paisajista de todos los tiempos. Apoyo la espalda en la arena, cierro los ojos y escucho los gritos de la gente que está en el agua. En minutos, pienso, voy a hacer lo mismo.
Lo vengo planeando desde Buenos Aires. Cuando en los primeros días de noviembre, decidí hacer justicia y no dejar que el verano me robase toda la primavera. Antes de viajar a Chile, le dije a mis amigas “voy a ir a la playa y no pienso salir del agua”. Porque el calor húmedo y sofocante de la ciudad hace que una brisa cotice en Wall Street. Hace que el cansancio de todo el año, los quejosos de siempre y la fatiga mental retroactiva se disparen por las nubes. Los cuerpos a media máquina y los humanos-pochoclos explotando en las calles de teflón.
Por todo eso, allá voy.
No quiero dudar: será un chapuzón rápido y fresco. Una inyección de menta y hielo por todo el cuerpo. Mis piernas avanzan decididas, pisando fuerte. Ya estoy ahí… pero me freno en seco. El escalofrío podría ser terrible, causarme un shock. Y después de todo, acá en la playa, tampoco hace tanto calor y mejor vuelvo a echarme por ahí. Pero bueno, ya me lo han dicho, mejor no creer todo lo que uno piensa.
Ahí vamos entonces, tengo que anestesiar mi enjambre mental. Para reiniciar el sistema, nada mejor que agua fría. Así que meto un pie y el otro: energía frozen sube por las venas hasta el cerebro. Estoy rígida como un termómetro y el mercurio me llega a 42 grados pero seguro bajo cero. Suficiente.
-¡Dale!–me gritan por ahí– Después te acostumbras.
Niego con la cabeza y vuelvo a acostarme en la arena. Es así, me digo y escribo en la arena: Expectativas… ¡potenciales espinas!