Proibito, en italiano


 
 
 
 
 
 
 
 
 
Por suerte habíamos sacado 2 fotos
 
Proibito, en italiano
Por Bárbara Lichtman
En cualquier recoveco de Italia uno se puede encontrar metido en un escenario teatral. Estábamos en Roma con mi hermana y fuimos a comer a un restorán cerca de la Grandi Stazioni. Por fuera, el local no decía mucho, pero al ver tanta gente sentada en la calle, decidimos entrar.
Benvenuti alla nostra trattoria– nos dijo un hombre de baja estatura, canoso, vestido con una camisa blanca y pantalones negros.
Era Mario, el dueño. Que además de ubicarnos, nos recomendó qué comer. Bueno, recomendó es un decir porque el sistema era así: uno nombraba una pasta y él te decía con qué salsa la debías pedir. O al revés. Y si su sentencia era alguna salsa con mariscos, tenías terminantemente prohibido agregarle queso rallado. Proibito, en italiano. Finalmente, a mí me tocó espaguetis a la carbonara y a mi hermana la lasaña con salsa de tomate.
Al traer el pan, Mario nos preguntó de dónde éramos. “¡Messi, Maradona,Tango!”, exclamó al saberlo. Y rápidamente un hombre de la mesa de al lado se unió a la conversación. Era Roque, nacido en Sicilia y cantante de ópera. “Bariloche: bello bello”, dijo antes de pasarse veinte minutos recitando con ademanes un fragmento de la Divina Comedia. Luego, Mario nos contó que trabajaba ahí desde hacía treinta años, que las pastas eran todas caseras y que no se iba a morir sin antes viajar a nuestro país para conocer a las mujeres argentinas.
Al poco tiempo nos trajo el pedido. Los buenos lugares tienen eso, que la comida viene antes de que te termines toda la panera. El primer bocado fue más que una fiesta en mi paladar: me despertó todos los sentidos. Y no nos dirigimos la palabra hasta vaciar el plato. Cuando terminamos, Mario se acercó a nuestra mesa y nos sugirió que probásemos su tiramisú, el mejor que íbamos a comer en Roma, aseguró. Aceptamos la sugerencia y aprovechamos para preguntarle si nos podíamos sacar una foto con él. Nervioso, miró para la cocina y dijo que sí, que va bene.
Un flash y de pronto salió de la cocina una mujer rubia, gorda y con el delantal puesto. Fue directo hacia Mario, lo miró fijo y sin decirle una palabra, él entendió y salió a atender a los clientes de afuera.
Mi marido. Nueve hijos– comprendí que nos decía mientras levantaba la mano en gesto de “qué están haciendo” – Foto no. Foto no.
Pero la foto ya estaba en mi máquina; y recién cuando le mostré que la había borrado, la mujer se quedó tranquila y volvió a su lugar de trabajo. Me lo habían dicho antes: a los hombres italianos hay que vigilarlos al igual que a los fideos, porque si no se pasan.
La cuenta fue alta, pero para nosotras resultó una ganga: habíamos tenido comida y show por el mismo precio.