Altas, flacas, ásperas, solitarias, lánguidas y eufóricas a la vez, las figuras de Giacometti (1901-1966) caminan sin parar. Sus bustos, rugosos, individuales, únicos, tomados por sentimientos y revestidos de emociones, son a la vez que observan ese mundo veloz y peligroso por el que se mueve. Contemplar su territorio es sumergirse en una ciénaga de propuestas en donde la imagen que contemplamos nos pregunta, con respeto, provocando admiración y sorpresa. Es la irrupción del vacío, del silencio, de la subjetividad, y de la peculiar y singular manera de representar la figura humana.