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Un chispazo fluorescente en la nada
Cuando era chica pasaba las vacaciones en Río Gallegos, la madre de las paradojas: veranear en una ciudad sin verano. En la casa de mi abuela las persianas estaban cerradas hasta comprimir por completo los agujeritos para evitar el sol trasnochador que no ayudaba a dormir y dormir, el mejor conjuro contra el frío. Elegía un libro de los estantes de una habitación oscura: Cuentos clásicos infantiles. En el living silencioso, contra todo pronóstico, a medida que avanzaba en la lectura, comprobaba que Caperucita no era rescatada por ningún leñador.
Un cuento de nadas
Cómo fue que no perdió mi número, yo siempre pierdo los números, es mi protección. el deseo es algo que se esfuma o que se acobarda con malos entendidos, entonces salí, me puse las medias negras con calado de flores que también dan algo de abrigo y cuando tomamos esos tragos que tomamos, algo con vodka y ginger ale y quizás hubo ron, él supo ser dulce y atinado en la elección de los recuerdos, arrastró mi silla y entré en la órbita de su olor que antes fue algo mío, químicamente, en parte, una nota de mi perfume personal, y quedé pegada a su jean y me hizo ver sus ojos negros muy de cerca, nunca aprobé esos pases bruscos.
Una zona muy delicada
El médico de guardia, consultorio cinco, pidió que me acostara en la camilla y obedecí, qué otro remedio; las piernas se pegaron a la cuerina clara y los pies quedaron en el aire. Despegó la servilleta de mi mano. El doctor era joven, de menos de treinta, y lindo, pelo oscuro y cuerpo atlético, la expresión de deidad indiferente de los que no duermen, de los que de vez en cuando aciertan diagnósticos. Con la anestesia, entonces ocurrió: de repente estoy frente a un barman que usa un mortero para aplastar hojas de menta, elige una botella y revuelve los licores.
Los peligros de la felicidad prolongada
La felicidad es una pasta base y una pasta superestructura y tiene que ser en dosis chiquitas, ajustadas a las células terrícolas, para no caer en una de las dos opciones trágicas para la supervivencia de la especie: que una de a poco se vuelva bahiana y se acostumbre y necesite más y más y se pase de rosca, al bando del mal, al delito o a pelearse a las piñas por hombres indiferentes, para que otra adrenalina, la de la discordia y el peligro, haga de la vida una cosa vivible, con matices, otra vez.
A propósito de la foto inédita que apareció de Lady Di con otro hombre
Jugar a que nos descubren, a maquinar un misterio con la superposición de nuestros sweatercitos de cashmere, nuestros relojes, me gusta que elaboremos la elegancia para cuando lo prohibido se abra paso: lo prohibido es mi regalo para el futuro, me doy cuenta, por esa cámara ahí, ahora, por esta alegría por lo in fraganti, presiento que los bordes del protocolo son mi fetiche, me va bien con los bordes, sacan lo mejor de mí; las reglas, la rispidez. Cuando el empapelado rococó no alcance para agobiarme, voy a casarme con un príncipe de orejas grandes para la televisión mundial. Largos de falda convenidos, custodios, hijitos nobles.
Noviembre para quemar las naves, los botes, los tostados
Acudo al decálogo para salir del mal momento. Tomarme un Campari Cooler en Isabel. Es el único ítem de mi decálogo. Envuelvo un libro prestado en papel madera, escribo la dirección de Mar del Plata de mi ex, que la letra no tiemble; allá vas Saramago despachado por correo. Pienso: lo bueno de enamorarse de alguien poco afectuoso es que te permite suponer más emoción de la que está sobre la mesa, que la falta de amor es un problema de orden expresivo. A pasitos de la sucursal del correo argentino, concluyo: es increíble que los sobres todavía se puedan pegar con saliva.
Cine Club Mon Amour, un subsuelo encantador
Queda en el Hotel Elevage, en la calle Maipú. Afuera hay una foto de Juliete Binoche, en un plano strapless, con cara de estar harta, harta de lo bueno, o sea satisfecha, oh sí, y así me había llegado al mail, en la cartelera diaria del cineclub Buenos Aires Mon Amour que, como sucede con las cosas lindas y buenas, que resultaron lindas y buenas en algún momento, cansan un poco con la cantidad de gacetillas que llegan al respecto, tooodos los días un mail de BAMA; una empieza a borrarlos sin leer, hasta que una tarde poco prometedora hace click de nuevo, y ahí está, encadenada al mailing con cariño, obediente, apurándose por no llegar tarde a ese subsuelo encantador.