A propósito de la foto inédita de Lady Di con otro hombre
Por Alejandra Koser
Podés apoyarte en mi omóplato, voy a adelantar un poco el brazo para allanar la superficie, con tal de quedarme acá, plegada, por los párrafos que te quedan, inmovilizada como por una maniobra de judo; estoy contenta porque la cama siempre causa intimidad, inclusive cuando hay terceros, me gusta que me miren, devolverles un gesto privado, como la punta del iceberg de un calor, un calor que se amontona, que se queda ahí, sostenido entre nosotros, sin otras consecuencias físicas porque están ellos, presentes, con distintas intensidades, porque hay algo heroico en llevar las cosas hasta cierto punto, qué punto, no sé, este punto de no agresión mutua, de no levantarnos a buscar vasos para el whisky, esto que vamos a pagar con hormigueos.
Darme aires de refugiada. Jugar al atril, a que este ensamblaje es por conveniencia, por tu beneficio óptico, por confort; ni siquiera estás leyendo. Jugar a que nos descubren, a maquinar un misterio con la superposición de nuestros sweatercitos de cashmere, nuestros relojes, me gusta que elaboremos la elegancia para cuando lo prohibido se abra paso: lo prohibido es mi regalo para el futuro, me doy cuenta, por esa cámara ahí, ahora, por esta alegría por lo in fraganti, presiento que los bordes del protocolo son mi fetiche, me va bien con los bordes, sacan lo mejor de mí; las reglas, la rispidez. Cuando el empapelado rococó no alcance para agobiarme, voy a casarme con un príncipe de orejas grandes para la televisión mundial. Largos de falda convenidos, custodios, hijitos nobles. Voy a poner cara de circunstancia cuando se desgraben las conversaciones de mi esposo con otra señora, por teléfono: que quisiera estar con ella, que le gustaría ser su tampón; pobre Charles, un erotismo tan de su mamá, tan uterino, todo su ser convertido en tampón, las ganas de nacer para adentro. Seguir mi estricta, estricta agenda, representar al pueblo con un peinado inspirador, darles la mano a la gente enferma: algo lindo y algo triste en cada aparición.
Argentina en mil novecientos noventa y cinco, en avión, porque un montón de galeses viajaron hace mil años en un velero que se llamaba Mimosa y son nuestro pueblo también; ¿te imaginás?, un barco que se llame así, Mimosa, atravesando el océano con intenciones de conquista, gracias a dios los piratas suelen ser de la casa, Mimosa cuando no había tiempo para la ironía, cuando había que colonizar pedazos de tierra, desembarcar en la Patagonia horrenda con esas pieles blanquísimas, con puntillas y trenzas, después cantar llenos de pecas, cantar, tratar bien a los indios, o quién sabe, al menos en comparación con la conquista del desierto, es un desierto ese lugar, cantar porque hay silencio y no hay instrumentos, y todos esos años después, cuando me reciban en una casa de té, en Gaiman, los descendientes de galeses, las viejitas que acercan a las mesas las teteras con abrigos de crochet y tartas y tortas y pan con manteca como una ofrenda desesperante, las que no voy a conocer, como anfitrionas, porque a mí van a recibirme en una casa de té con empleadas de etnias no necesariamente vinculadas, la profesionalización de la casa de té, lo presentable, donde voy a comer un poco de tarta de frambuesa, apenas un bocado, dirá la prensa, y cuando me vaya, para siempre, antes de que me salga el divorcio, van a guardar mi tacita con su respectiva cuchara, la van a exhibir en una vitrina para los turistas: esta es la vajilla que usó Lady Di. No alcanza con la foto, quieren una prueba contundente, un pedazo, material biológico. Es dulce en el fondo como concepción. Pensar que las fotos conservan una imagen y que la porcelana tocada por mi boca conserva otra cosa, que contiene algo profundo, algo del ser, como el adn, y que eso también se puede exhibir. Dulce y también doloroso, medio pornográfico.
Tengo miedo de perder la consistencia, desgranarme, miedo hasta morirme para que no me vean, por eso me voy a morir, en un auto, porque el chofer está borracho y más que nada, principalmente, porque voy a estar arriba del sucesor del príncipe de Gales en lo que hace a mi vida personal, descolocada por sus caricias tibias, musulmanas, y frente a las cámaras ya no va a quedar nada por retacear, la mirada absoluta, la intimidad sin recovecos; y si bien va a perder la gracia alguna vez, esa vez, cuando me muera y listo, por ahora tiene lo suyo descubrir un espía, es gracioso, mientras te hacés el lector, compartir una calentura tan que existe y no existe, fascinarme con mi propia generosidad de lo íntimo, con los esfuerzos por velar y mostrar, con las intervenciones posteriores de los otros, not to be published, por las versiones que después de tanto trabajo mancomunado quedan del amor, que visto así parece algo muy grande, el amor como asunto de Estado.