Recomiendo caminar por el callejón de los Estribos y olvidarse un idioma entero

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Y que en Cartagena por cualquier pedido banal te respondan «sí, mi reina»

 

 En realidad es poco lo que sé de este mundo

pero es aquí donde tengo mi tesoro escondido.

FERNANDO LINERO

 
Cartagena tiene una muralla de once kilómetros contra los piratas de los siglos XVII y XVIII y si bien es altamente improbable un ataque por estas horas, los refugios nunca están de más: una pared exhaustiva contra el Peligro, los aviones que se sustraen de sus rutas o cualquiera sea su forma coyuntural; una pared contra el temor a vivir y a pasarse de largo. Además, en la actualidad, las cumbres internacionales requieren escenarios revestidos de importancia y también los casamientos y las historias de amor. Recomiendo caminar por el Callejón de los Estribos y dudar mucho de la ubicación precisa y sentir la deriva y un baño de luz dorada y el tintineo de los caballos que llevan pasajeros contemplativos,  y por un efecto de la música de cuerdas dulces, olvidarse de la vuelta, olvidarse de un idioma entero, y recibir un sí mi reina, a la orden, como respuesta al pedido más banal.

«Recomiendo caminar por el Callejón de los Estribos y dudar mucho de la ubicación precisa y sentir la deriva y un baño de luz dorada y el tintineo de los caballos que llevan pasajeros contemplativos,  y por un efecto de la música de cuerdas dulces, olvidarse de la vuelta, olvidarse de un idioma entero, y recibir un sí mi reina, a la orden, como respuesta al pedido más banal.»

Entonces, monárquica, se puede viajar a las playas de Santa Marta en un transporte puerta a puerta que por esa modalidad de traslado realza los honores, y dormir en la arena del Parque Tayrona después de dos horas de caminata porque así son las cosas que valen, exigen un esfuerzo ejemplar en la jungla, acostarse haciendo huequitos para las protuberancias del cuerpo, y en ese estado aguardiente, a medio camino entre lo latente del sueño y el aire en movimiento constante como una prueba de vida, abandonar las explicaciones, la red de interacciones aprendidas, querer, querer mucho, una serie de conexiones de vuelos nos ubicó en la misma porción terrenal, querer con fragancia a licorice, una planta que tiene el protector factor veinte cuidadosamente desparramado por mis dedos y sus dedos, y convencerse que así huele el mismísimo sol.

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Para dormir en estas playas del Caribe, se exige un esfuerzo como todas las cosas que valen

 
A la noche, es posible extender los brazos a la otra hamaca y agarrarse fuerte de la mano. Mi apego por el presente es el modo bautismal en que nacen los poemas, una condición de producción. Me olvido de sacarnos selfies, ni siquiera me miro al espejo por tres días. En cambio grabo una voz que dice tú eres una mezcla peligrosa de princesa y de maldad. Yo me dejo sacar fotos que pueden dañar la moral de mis hijos, si los tengo, de mis nietos y las generaciones futuras. El registro técnico del mundo con teléfonos sin roaming es nuestro permiso nostálgico, un acto desesperado de acopiarnos mutuamente y un anuncio de la despedida.