Valoro esa diversidad escenográfica y climática como si fuese un tesoro preciado. Entonces, mientras algunos desempolvan sus pasaportes y se preparan para perseguir el calor alrededor del globo terráqueo, yo desenfundo los tapaditos, lustro las botas, desovillo las bufandas y sonrío. El invierno, además, trae consigo una sensación de sosiego. Una cierta calma. Un permiso inexistente pero palpable, que nos afirma que está bien guardarnos un poco y correr menos, incluso en una ciudad enorme y voraz, como es Buenos Aires. Quiero contarles que también encuentro algo mágico en el recato que trae consigo el invierno. Porque la desnudez pasa a ser algo que hay que buscar bajo miles de capas.