Una vez me di cuenta de que luego de despertarme (un lunes como hoy, por ejemplo) tiendo a repetir la misma secuencia, día tras día. Todo bien –hasta genial, diría– si no fuera porque ese día también noté que algunas cosas de esa secuencia yo no las estaba eligiendo. Estaban allí, simplemente instaladas, casi irreversibles. La manera de salir de la cama. Cómo te lavás los dientes. El orden en que te bañás. Y te secás. El desayuno, en cantidad, calidad y, nuevamente, en orden (para mí era siempre primero la tostada, después el mate o el café). La manera de vestirte, la secuencia previa a salir de casa (todos los checks y revisiones, conscientes o no).