Hace unos días me llegó un sobre con una invitación de esas que no…
Que si estoy gorda, que si estoy fea, que si no tengo un vestido es la muerte ¡Stop!
Son como las seis de la mañana y sigo dando vueltas en…
Una verdadera catarsis mañanera
Entonces mi mente, sin pedirme ningún tipo de permiso, dibujó dos círculos: el más pequeño decía your comfort zone (tu zona de confort) y el más grande, que estaba bastante separado del primero, where the magic happens (donde sucede la magia). ¡Y voilá! ¡Apareció ese dibujito, que está tan de moda! Inmediatamente me imaginé saliendo de la cama enfundada en un atuendo sensual, con el pelo perfecto, cual heroína (Wonder Woman o Beatrix Kiddo, lo mismo da); agarrando un vaso regordete, dos hielos y una medida de whisky (de desayuno); pegando ese esquemita en la pared y llenándolo de dardos. Sí. Eso. Hasta hacerlo parecer un colador de papel.
Les voy a contar mis aventuras desde New York, la ciudad que nunca duerme (y rara vez me deja dormir bien)
Mi novio de ese momento consiguió trabajo en Miami y me avisó que se iba. Él aterrorizado de irse por primera vez del país, yo ansiosa por la gran experiencia que él iba a vivir. “¡Me voy con vos!” le dije convencidísima. Me miró con cara de “estás loca?” y se fue sin mirar para atrás. Y entonces se despertó el bichito. Me di cuenta que necesitaba un cambio. Inconscientemente apliqué a la mejor universidad de periodismo del mundo y antes que tuviera tiempo de procesar lo que había hecho tenia un mail de aceptación en mi bandeja de entrada del mail. Habían pasado 8 años desde mi llegada a Buenos Aires y yo estaba en un avión con destino a Nueva York. Y acá estamos hace dos años y medio.