Tapeo, vinitos y naturaleza pura de montañas: así se vive una tarde gourmet (entre amigas) en Chirivia, en plena cordillera mendocina

César Montes de Oca te prepara un desfile de platitos con mucho sabor mientras te explica, con una pasión cautivante, la historia de cada preparación/ Para acompañar (porque es Mendoza) vino y mucho vino/ Las vistas no tienen desperdicio.

César Montes de Oca va preparando un desfile de platitos con la vista al dique de Potrerillos.

Tapeo, vinitos y naturaleza pura de montañas: así se vive una tarde gourmet (entre amigas) en Chirivia, en plena cordillera mendocina. Por Lenchu Rodríguez Traverso, desde Mendoza.

Cruzamos un puente y arrancamos un camino de ripio de seis kilómetros. A la derecha, mientras bailábamos un poco con el movimiento de la combi, observábamos cómo el cauce marrón del río Mendoza se iba incorporando y ensamblando con el turquesa brillante del dique de Potrerillos. Alrededor: montañas, de todos los tamaños y texturas. Y justo ahí, entre medio de las sierras tapizadas de verde, nos recibía un gazebo, sillitas bajas de madera y una cocina a puertas abiertas que nos deleitaría durante toda la tarde con un desfile de platitos gourmet. Chirivia es un enclave gastronómico en la naturaleza, con sabores caseros, historias atractivas y cada ingrediente pensado en detalle. Es obra de César Montes de Oca, un químico y profesional gastronómico capacitado en el IAG y junto a Beatriz Chomnalez que, después de años de trabajar en empresas, decidió darle un lugar (¡y qué lugar!) a su pasión.

Nunca en las tres veces que visité Mendoza había hecho algo igual. Desde la rusticidad de encontrarme completamente escondido entre la naturaleza (el baño es algún escondite del sendero montaña adentro) hasta la sensación de estar envuelta en una gran película culinaria; porque así es como quiere que lo vivas su creador, siendo parte intrínseca del proceso y de la explicación de cada uno de sus nueve platos. En sus propias palabras, “eso es Chirivia: pasión por la comida y pasión por la gente, por los clientes”. Y puedo dar fe que la dedicación es total.

Tenía la sensación de estar envuelta en una gran película culinaria; porque así es como quiere que lo vivas su creador, siendo parte intrínseca del proceso y de la explicación de cada uno de sus nueve platos.

Después del cocktail de bienvenida, el chef nos invitó a pararnos alrededor de la mesada que ubicó frente al escenario principal: el dique. Éramos 13 amigas amontonándonos para tener un lugarcito en primera fila y disfrutar del show. Un show que empezó con unas tarteletas crocantes de zanahoria cubiertas con remolacha en brunoise, zanahoria confitada con queso y verdeo, un dressing de crema y limón con maní, porotos de edamame y una lluvia de flores comestibles. Un bocado vistoso, con sabores y texturas que se acompañan, abrazan y deleitan en la boca.

Por el camino de los platitos – la experiencia está pensada como un tapeo en pasos -, pasaron ingredientes de todo tipo; una ensalada fresca con camembert, polenta y langostinos, vainas de edamame hiper sabrosas (y muy interesante la forma de comerlas), hongos y huevo de codorniz, croquetas de tres quesos, stracciatella sobre naranjas y zucchinis asados, entraña, provoleta, ¡hasta unas truchas arcoíris de Río Negro! Y lo estoy simplificando muchísimo, porque dentro de cada preparación participan pastas, cremas, salsas y condimentos que prepara César en su casa y que son quienes terminan de hacer la magia.

Celíacos, vegetarianos, veganos, alérgicos y personas con cualquier limitación o preferencia gastronómica, tienen su lugar ahí. Y no les sirven verduras insulsas, sino que César se pone al hombro el reto de armar preparaciones del mismo nivel de sabor que las demás. Es literalmente un viaje: de sabores, de combinaciones, de aromas, de creaciones visuales, de paisajes e incluso de sonidos, porque la música también está pensada para ir acompañando cada momento del día.

Y mientras tanto: vino, por supuesto. El néctar de Mendoza. Que ofrecían y servían sin límite los tres chicos que ayudaban al chef; Lucas, Facu y Gero. La heladera, fiel a su dueño, es generosa y había vino para tomar durante horas, y horas, con etiquetas amigas más boutique y desconocidas, lo que marida a la perfección con esta esta experiencia donde todo es nuevo, todo sorprende.

Así pasaron las horas, entre las historias y el paso a paso de cada preparación, las degustaciones, algunas pausas para disfrutar del vinito sentadas mirando el paisaje, las charlas con los chicos, con Julieta (la mujer de César) y Tori, su hijo, que vinieron a acompañar en primera persona este proyecto familiar. Porque ese día no estaba, pero también cocina Benja, su hijo y socio (que pasó por las cocinas de Chila, Tegui y Lagarde), y que va a acompañarlo a su vez en la nueva aventura que están por arrancar: su propio restaurante en Las Compuertas.

La chirivía es una hortaliza, similar a una zanahoria. En el relato popular, es la zanahoria que se le presenta al burro para que avance y vaya arando el campo. En este proyecto, Chirivia simboliza un objetivo que no vas a alcanzar nunca, pero donde vas a disfrutar mucho el camino. Superación, aprendizaje y un desafío constante: “esa zanahoria son mis clientes. Si yo fuese una persona cualquiera, probablemente esa zanahoria sería plata, y por perseguir esa plata terminaría pisando a mis clientes. Pero eso es justo lo que no quiero hacer”.

Las reservas se hacen a través de WhatsApp: 54 9 11 6287- 9903 o por su Instagram: @_chirivia