«Este año nos dejó una lección: podemos disfrutar con mucho menos, con lo simple y cercano»

Este 2020, Coronavirus de por medio, fue un año traumático. Pero si hay algo para rescatar, reflexiona el director de MALEVA, es que nos dimos cuenta que podemos ser felices con poco/Un viaje al sudeste asiático en cincuenta cuotas y la metáfora de la felicidad acá nomás, en Chascomús o una plaza porteña/¿Vale la pena volver a las emociones efímeras, costosas y descartables de antes?

La fascinación por lo simple: nunca como en este tiempo

«Este año nos dejó una lección: podemos disfrutar con mucho menos, con lo simple y cercano». Por Santiago Eneas Casanello (director y co-fundador de MALEVA).

Me cuesta verle a este año la mitad llena del vaso (aunque aplaudo el vitalismo de los que lo hacen, pese a todo). Pero hay algo que sucedió, a la fuerza pero sucedió, y que me parece muy positivo: que descubrimos el placer de lo simple y de lo cercano. No sé si es algo que llegó para quedarse. Pero que al menos nos quede una lección: se puede disfrutar con mucho menos de lo que creíamos. Vivíamos alienados en una vida costosa y edulcorada. Donde nada era suficiente. Un viaje no podía ser a un pueblo cercano. Tenía que ser a Tailandia en cien cuotas. Las emociones eran ambiciosas, efímeras, descartables.

Y sin embargo, se podía disfrutar con mucho menos. Por ejemplo, en una plaza de Buenos Aires. Con una lona sobre el césped. Con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Con sándwiches, limonada y una buena conversación. También se podían festejar cumpleaños en una plaza. Música en el celular, nuestra gente, cada uno con su mate. Linda energía. Nada. Todo. Las plazas y los parques nos salvaron. Siempre estuvieron ahí. Pero eran un paisaje con poco uso. Pasajero y superficial. Nunca, como estos meses, fueron un plan.

«No sé si es algo que llegó para quedarse. Pero que al menos nos quede una lección: se puede disfrutar con mucho menos de lo que creíamos. Vivíamos alienados en una vida costosa y edulcorada. Donde nada era suficiente. Un viaje no podía ser a un pueblo cercano. Tenía que ser a Tailandia en cien cuotas. Las emociones eran ambiciosas, efímeras, descartables…»

Tengo un amigo que siempre se dio el lujo de viajar. Para esta época – desde su soltura económica, obviamente – organizaba alguna aventura: recorrió Canadá desde Québec hasta Vancouver, le dio la vuelta a Islandia, unió en una “van” con su novia San Francisco y Las Vegas. Pero hace poco me contó entusiasmado que había reservado una semana en un hotel de Chascomús para enero. Ahora la pampa verde, una laguna bonaerense y un pueblo amable de siestas y pejerreyes le parecen grandiosos. Necesita naturaleza. Necesita serenidad. Necesita alegría fuera de la ciudad. Y la solución estaba acá nomás.

A mí me pasó algo similar. Digo, esto de disfrutar con planes sencillos, de acá nomás, accesibles. Con mi pareja, los sábados por la tarde, salimos a explorar barrios que no conocemos, o no frecuentamos casi nunca, en bicicleta, por las ciclovías porteñas. Y, entre endorfinas y curiosidad urbana saciada, más alguna parada “recomponedora” como un bar de Devoto en donde nos comimos unos churros bañados en chocolate estupendos, somos felices con poco. 

Con menos que antes. No me quiero poner espiritual, queridos lectores de MALEVA, pero es casi una lección budista: se puede saciar el deseo con mucho menos de lo que pensamos. Para tener en cuenta cuando todo se parezca (por suerte) a la normalidad de nuevo.

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Foto: gentileza Unsplash (United Nations Covid 19 Response)