Es el autor de algunas de las obras fotográficas más recordadas (e impactantes) de Argentina/En esta nota, conversamos sobre cómo viene atravesando estos meses de cambios y encierro/Un artista total que supo adaptarse a la era digital/Sus textos del presente, pesadillas, tapabocas con clavos y un nuevo libro recién salido de imprenta/Un registro único y una sensibilidad «de provincia» que lo definen/Nueva entrega de «el arte sana»
Muy inspirado durante el confinamiento, Marcos no para de producir obras como este provocador barbijo con clavos
«Estoy en estado de shock y no termino de aterrizar»: entrevista en cuarentena al fotógrafo Marcos López. Por Azul Zorraquin.
Marcos López es un fotógrafo y artista que estampa un sello ocular, con su registro teatralizado e irónico de la realidad. Se crió en Santa Fe, “en la periferia”, y desarrolló una sensibilidad única por la cultura popular, los manteles de hule de los bares en la ruta, el reloj cú-cú. Su reconocida y larga serie “Pop Latino” se vincula con el contexto sociopolítico de los 90’ y a la vez, juega un papel disruptivo en la historia de la fotografía latinoamericana; así es como obras como “El Jugador” llegaron a vestir las paredes del majestuoso Museo Bellas Artes. Si bien su obra tiene un claro guiño humorístico, López cree que debajo de la comedia hay cierta tragedia, y jura que se toma con mucha seriedad un patito inflable de plástico o una piñata.
Charlamos sobre sus sensaciones de la cuarentena infinita que lo tienen en “estado de shock”, sobre sus incipientes crónicas de encierro, el mundo “Instagram” para un artista de 60 años, y su excéntrica personalidad.
¿Cómo son tus días en cuarentena, tenés algún hobbie?
Hobbies no tengo, nunca tuve. Mi primer contacto con la fotografía fue a los 17 años, y en paralelo empecé a estudiar ingeniería; enseguida me di cuenta de que no me interesaba tener una profesión como la de ser ingeniero y ser fotógrafo como “hobbie”. Me cuesta mucho hacer otra cosa que no sea realizar mi propia obra, como dibujar o pintar. Últimamente empecé a cambiar la decoración de mi casa, de pronto pinto una pared de otro color. Me gusta estar en mi casa, es grande, y aparte puedo trabajar desde ahí, pero la cuarentena me tiene por momentos angustiado, por esta cosa de la incertidumbre y el no-saber. Me invento rutinas para bajar un poco y calmarme. Me siento en un eterno domingo.
¿Sobre qué obras estás trabajando?
Estoy pintando sobre fotografías antiguas, compradas en el Mercado de Pulgas y también estoy dibujando, pintando y escribiendo. Todo el tiempo estoy generando obra nueva. Me pasó que escribo mucho. Siempre publico reflexiones en Instagram, y me pidieron de revistas como la sección latina del New York Times o la Orsai, que escribiera crónicas de cuarentena. Escribí varias, pero ya me aburrí. Ah, y estoy por lanzar un libro, que está recién salido de imprenta; se llama “Exceso”. Estoy pintando a mano algunos ejemplares y los vendo por internet. Por momentos me entretiene, y estoy pensando mucho también, sobre lo que está pasando. Te diría que estoy en un estado de shock y todavía no termino de aterrizar.
¿De alguna manera tu obra se inspiró mucho en el contexto, cómo te inspira este momento artísticamente?
Muchísimo, porque estoy el día entero trabajando y tratando de reflejar estados emocionales. Me fabriqué, por ejemplo, unos barbijos con puntas de clavos y unos sistemas de respiración complejos, e hice unos autorretratos. A su vez, empecé a diseñar un libro para publicar todas estas crónicas que escribí. Pinto sobre fotos viejas y dibujo cosas medio trágicas, porque estoy teniendo muchas pesadillas.
«Escribí varias crónicas de cuarentena, pero ya me aburrí. Ah, y estoy por lanzar un libro, que está recién salido de imprenta; se llama “Exceso”. Estoy pintando a mano algunos ejemplares y los vendo por internet. Por momentos me entretiene, y estoy pensando mucho también, sobre lo que está pasando. Te diría que estoy en un estado de shock y todavía no termino de aterrizar…»
¿Qué tipo de pesadillas?
Sueño que me persiguen, que pierdo cosas importantes, o que estoy en peligro. Persecuciones, más que nada, y no me puedo explicar por qué. Las aprovecho para inspirarme, y pintar sobre fotos antiguas.
Resignificás mucho tu propia obra, como “El Jugador”, que ahora viste barbijo. ¿Tu proceso creativo es inagotable?
Sí. Lo que hice con “El Jugador”, con barbijo, en ese jugador, es como el símbolo de la Patria, el ser nacional. Tengo una manera muy dispersa de trabajar, por ahí me pongo a ordenar negativos o fotos viejas, y después me pongo a pintar sobre ese material. También escribo, como te decía.
¿Escribís sobre lo que está pasando, en estas crónicas que me contás?
Sí, escribo en primera persona pero me invento un personaje, entre real y ficticio. Nunca se sabe si es cierto, o no. Hace poco escribí que me había ido solo en auto a una casa en Mar de Ajó, y creé un personaje que andaba por la costa. Varios amigos se preocuparon por mí, o me decían ¡venite a mi casa en Pinamar! Entonces después lo borré de Instagram.
«Soy provinciano y siempre me sentí un provinciano. Me gusta situarme en ese conurbano, y viajar a la textura del mantel de hule de los bares de ruta. Siempre me interesó situarme en el subdesarrollo, en el lugar de “campesino pampeano provinciano” mirando los centros de poder del mundo…»
¿Cómo vive el mundo de Instagram un artista de tu generación?
Yo lo uso mucho para producir contenido. Hay cosas que hago especialmente para ahí, y que seguramente nunca vayan a estar en una galería de arte o un museo, pero le dedico el mismo tiempo que a cualquier obra. No hago distinción. Siento que estoy generando un contenido absolutamente esencial. Me considero un comunicador, un artista, un cronista. A veces me despierto, veo una luz, y antes de desayunar, hago una foto con el teléfono y escribo un pequeño texto en Instagram.
Sos un artista que supo aggiornarse.
Sí, y soy un artista que tuvo un punto de inflexión. Yo empecé cuando no había internet; leía revistas. Igual, por momentos, el mundo digital me parece peligroso porque genera cierta adicción a estar todo el día mostrándose y mostrando un estado emocional. A veces me digo: tengo que parar.
Es que tu arte es muy catártico. Imagino que te sirve como antídoto.
Sí, es absolutamente catártico. Yo no elegí ser artista, soy artista por una cuestión de fuerza mayor; tengo una necesidad, quizás un poco agobiante. Estoy en un estado permanente de reflexión, te diría que mi vista ya es como un escáner que separa figura, fondo y color. Escribo de forma catártica y a veces escribo directamente desde el teléfono, y publico sin corregir.
«Siento que estoy generando un contenido absolutamente esencial. Me considero un comunicador, un artista, un cronista. A veces me despierto, veo una luz, y antes de desayunar, hago una foto con el teléfono y escribo un pequeño texto en Instagram…»
¿Cómo fue el proceso que te llevó de la fotografía blanco y negro, documental, a la explosión de color y a las puestas en escena?
Fue natural. Me fui a estudiar cine a la escuela de Cuba, y en ese momento me aburrí del la fotografía documental y de los retratos en b&n. Y coincidió, a su vez, con el Menemismo. Empecé a hacer fotos con colores estridentes, caricaturescos, porque de alguna manera esas puestas en escena documentaban un momento socioeconómico y político. Y ya no pude volver al blanco y negro, empece a generar situaciones teatrales, con actores, y a fotografiarlos. Pero no me alejé del concepto documental, porque creo que estas teatralizaciones, de algún modo, también están documentando un momento. Ese es mi rol como artista.
Estas puestas en escena muchas veces resultan humorísticas para el espectador. ¿Tienen esa intención?
Yo tengo algo irónico, un personaje caricaturesco, y digo cosas muy trágicas en un tono que se acerca a la comedia. Sin embargo, para mí es muy serio hablar de un patito infalible de plástico. Me parece que debajo del humor hay una cuestión trágica. También hay cierto tono de ternura infantil en lo que hago. En mi cocina, por ejemplo, tengo una piñata mexicana que tiene forma de sirenita. Y de pronto pienso: los chicos, en los cumpleaños, la cuelgan y ¡la rompen a palos para sacar los caramelos! Mi obra va, desde una mirada infantil hasta el exorcismo de la violencia. Yo me crié en un colegio de curas, durante la dictadura militar y recibí una educación patriarcal.
Y tu obra te sirve para exorcizar…
Exacto. E intentar hacer algún cambio. Tengo hijos jóvenes, de 17 y 23, y a veces cuando hablo con ellos les digo ¡ténganme piedad! Nací en otro contexto, me crié con otra educación.
«Estoy el día entero trabajando y tratando de reflejar estados emocionales. Me fabriqué, por ejemplo, unos barbijos con puntas de clavos y unos sistemas de respiración complejos, e hice unos autorretratos. A su vez, empecé a diseñar un libro para publicar todas estas crónicas que escribí. Pinto sobre fotos viejas y dibujo cosas medio trágicas, porque estoy teniendo muchas pesadillas…»
¿Tu infancia y tu historia también influyen en tu interés por la periferia?
Sí, soy provinciano y siempre me sentí un provinciano. Me gusta situarme en ese conurbano, y viajar a la textura del mantel de hule de los bares de ruta. Siempre me interesó situarme en el subdesarrollo, en el lugar de “campesino pampeano provinciano” mirando los centros de poder del mundo. Toda mi obra atraviesa este concepto, porque está hecha con materiales baratos; trabajo con recursos precarios. Me interesa la distancia que hay entre los actos escolares de mi infancia, y la fundación Cartier de París. Miro la poética de la fragilidad, me detengo en el reloj Cu-cú de Carlos Paz; es un monumento, que simula ser suizo, ya la gente se baja del autobús para sacarse fotos. Siempre me interesó la artesanía popular.
Y por eso has viajado mucho por el país.
Sí, y por toda América Latina. Investigué el folklore, la música popular, la artesanía popular, y mi obra, se emparenta con eso. De hecho, hace poco estrené un documental sobre Ramón Ayala, uno de los grandes músico-poetas del Alto Paraná. De alguna manera, ese trabajo fue la excusa para hacer un viaje hacia la selva guaraní, y hacia una América profunda. A través de ese compositor, fui a buscar una textura, la de lo popular. De hecho, cada vez me cansa más la sofisticación del arte contemporáneo, y cada vez me lo creo menos.
«Creo que soy una persona rara. No me gusta ir de vacaciones, por ejemplo. Nací con un don, o una necesidad de dedicarme a esto y que mi vida fuera una reflexión constante. Me crié en un lugar donde no había incentivos artísticos, y todo lo que hago brotó de una fuerza interior…»
¿Hay alo de tu personalidad que sea excéntrico?
Sí, creo que soy una persona rara. No me gusta ir de vacaciones, por ejemplo. Nací con un don, o una necesidad de dedicarme a esto y que mi vida fuera una reflexión constante. Me crié en un lugar donde no había incentivos artísticos, y todo lo que hago brotó de una fuerza interior.
¿De a momentos, te sentís un incomprendido?
No, por suerte no. Porque a la gente le gusta lo que hago, y me siento un privilegiado; hago un dibujito y no sólo me lo pagan, sino que la gente me dice “gracias Marcos, vi tu película y me emocioné”. Siempre me estoy divirtiendo y supuestamente estoy trabajando, así que, agradezco todos los días.
Fotos: son todas gentileza de Marcos López.
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Estas fotos a continuación son de «Exceso», el libro de Marcos López recién salido de imprenta