Charlamos en profundidad con la artista argentina quien – en solo cuatro años de carrera -, logró estar en boca de todos y un prestigio para su obra que asombra/¿Quién es? La historia «inesperada» de una chica de Adrogué, la tiza como insignia, su emoción con lágrimas en los ojos, y el cuerpo y su misterio como punto de partida.
Amparo confiesa que el taller que hizo con Marcia Schvartz le cambió la vida.
«Yo veo color todo el tiempo, no le tengo miedo…»: entrevista a Amparo Viau. Por Melisa Boratyn. Fotos: Sebastián Angel para MALEVA.
Subo unas escaleras que me conducen a un espacio tranquilo, donde suena un disco de The Police y una chica que viste un jardinero negro y un gancho rojo en la cabeza me recibe. Cuando visito talleres me atraviesa una sensación de calidez que se mezcla con una emoción casi eufórica. «Espero que nunca desaparezca» me digo a mí misma. Amparo podría ser una actriz italiana de los años 60. Es cálida y le encanta hablar. Entre obras colgadas en la pared y un arsenal de materiales sobre una modesta mesa, enseguida me siento a gusto. Quizás porque hace tiempo que sus obras me atraen, un flechazo que sucedió en arteba 2021 y luego en una muestra que presentó en la galería Grasa, donde me encontré sumergida entre grandes dibujos de cuerpos escultóricos y sensuales que estallaban de color. En esta nota de MALEVA, hablamos de todo con Amparo Viau, una maga de la tiza.
«La muestra en la galería Grasa y la participación en arteba 2021 fueron un antes y después…Pero me pasó algo muy loco y es que en ninguno de los dos casos entendí que las obras iban a estar a la venta y nos compraron todo. En mí vida había ido a la feria como espectadora. Aún así gané un premio. En ese momento tenía otro trabajo y estaba llegando tarde cuando empiezo a escuchar mi nombre por todas partes. No entendía nada y un poco me pasé de rosca, sentí un shock de ego que no me gustó…»
Lo primero que quiero preguntarte es si sos obsesiva.
Sí, tengo un tema con la limpieza y otro muy fuerte con lo visual, aunque si me comparo con gente muy obsesiva entiendo que lo mío no es para tanto. Lo que más me obsesiona es cuando estoy trabajando y necesito atravesar la matrix para descubrir la obra.
¿Y sos meticulosa?
Muy. De hecho aunque no esté produciendo obra, desde hace cuatro años trabajo todos los dias en el taller.
Cuando hablábamos antes también mencionaste que esta rutina empezó hace cuatro años. ¿Por qué ese tiempo?
Fue cuando me hice cargo de lo que me pasaba con el arte y asumí que quería seguir este camino. Me alquilé mi primer taller y salía desesperada de mi trabajo para no perder tiempo. En ese espacio, que se llama Palacio México y que compartía con una amiga igual de obsesiva que yo, me armé una rutina con mucha disciplina y cotidianeidad. Además en ese tiempo empezamos a programar un ciclo de cine en San Telmo que fue un éxito y me encontré con la tiza, mi material primordial, que cambió por completo mi vida y forma de trabajar. Antes de eso me las arreglaba con lo que estaba al alcance de mis manos.
«Hay mucha gente que le tiene miedo al color y a mí me parece imposible pensar que un color pueda quedar mal al lado de otro, aunque entiendo de donde viene ese miedo y creo que es algo cultural. Si lo pienso desde mi experiencia, te cuento que me crié en una casa muy descontracturada, llena de color, por eso me llevó mucho tiempo entender ese miedo. Yo veo color todo tiempo y es la parte que más disfruto del proceso de trabajo que puede ser muy duro…»
¿Siempre estás haciendo o el ritmo de trabajo se intensifica a medida que aparecen proyectos?
En estos últimos años aparecieron muchas propuestas y pedidos, por lo que siempre estoy haciendo algo, pero como trabajo con tizas y papeles de formato muy grande, manejo un proceso lento que no se puede forzar. Otro tema es el espacio y como limita a la obra. Hasta ahora nunca tuve paredes lo suficientemente grandes para las escalas que quería abarcar, lo que me llevaba a pensar en las obras como si fueran rompecabezas. Dibujaba hasta que la pared se acababa y empezaba de nuevo. Adopté un formato que me ayudó a crear construcciones lúdicas y divertidas, donde sacaba una nariz, ponía una boca, repensaba los cuerpos, armaba y desarmaba.
¿Y cómo fueron esos primeros años de experimentación creativa y cómo empezaste a relacionarte con el mundo del arte?
Fueron épocas muy divertidas donde el taller también se volvió un lugar de encuentro para mis amigos. Soy de Adrogué y muchos de ellos también son de zona sur y vinieron a Capital para estudiar. Palacio México se volvió un espacio donde compartimos mucho.
Un lugar de pertenencia…
Exacto. A su vez eso me llevó a empezar a dar clases y talleres de modelo vivo y eso atrajo a más gente. No estaba sola, sino que había muchos artistas que también tenían sus talleres ahí y que ya exponían en galerías, espacios y que se movían por el mundo del arte que yo no conocía ni sabía como funcionaba, pero como soy muy curiosa fui descubriendo. Hasta ese momento no había hecho mucho más que mostrar trabajos en recitales de amigos o hacer el arte de alguna tapa de disco. Fueron años muy importantes en mí vida.
¿Hiciste un recorrido académico o probaste caminos alternativos?
Estudié cine pero no me recibí. Trabajaba en el área audiovisual, donde tuve muchas experiencias, algunas mejores que otras. También hice dirección de arte y vestuario hasta que me especialicé en producción, además de coordinar el ciclo de cine que duró unos cinco años. Otro lugar de encuentro y posibilidad.
«Llegué a la tiza porque me quedé sin materiales y encontré una caja en el taller, algo tan simple como eso. Pero conecté de inmediato y no hubo vuelta atrás. Yo me considero una dibujante y mi momento de iniciación es el modelo vivo y el cuerpo. Es lo que más me gusta y de donde parto siempre. El rostro, el cuerpo, la gestualidad y la línea como aspectos muy viscerales y la tiza, al igual que la carbonilla, me dan mucho para poder abordar mis obras desde ese lugar…»
Antes dijiste que la música es muy importante en tu vida y de hecho desde que llegué sonaron varios discos de fondo. ¿Encontrás puntos de conexión con tu obra?
Justo hoy le comentaba a mi prima que esa obra que está colgada es mi favorita porque siento que tiene mucha música y movimiento, donde los cuerpos podrían estar bailando al compás de algún tema. Y en términos generales la música es fundamental en mi vida. Tengo muchos amigos que tienen bandas, me gusta ver una película y escuchar el soundtrack con atención. No me da lo mismo si estoy escuchando una cosa u otra.
Volvamos al momento en el que descubrís la tiza. ¿Cómo pasó? Por qué no es un material que esté presente en muchas obras actuales. Incluso te confieso que me recuerda a la primaria y a esa caja que compraba mi mamá y que a fin de año seguía intacta porque no sabía como usarla. Sin embargo a vos la tiza te llevó al estallido de color y al armado de una identidad muy propia.
Llegué porque me quedé sin materiales y encontré una caja en el taller, algo tan simple como eso. Pero conecté de inmediato y no hubo vuelta atrás. Yo me considero una dibujante y mi momento de iniciación es el modelo vivo y el cuerpo. Es lo que más me gusta y de donde parto siempre. El rostro, el cuerpo, la gestualidad y la línea como aspectos muy viscerales y la tiza, al igual que la carbonilla, me dan mucho para poder abordar mis obras desde ese lugar. Con respecto a lo que decías, hay mucha gente que no sabe qué hacer con la tiza o que ni la puede tocar. Pero yo le fui dando la vuelta y me obsesioné, aunque me equivoqué muchas veces hasta que descubrí cómo manipularla. De hecho estas están hechas de pigmento puro, nada que ver con las que usaba cuando empecé. Por sobre todo me alucinó la potencia del color. La tiza es compleja por sus características sensoriales, pero también es fácil y si te gusta es un material accesible.
¿Cómo es tú proceso de trabajo y quiénes son las personas que aparecen en las obras?
Siempre empiezo con modelo vivo y voy componiendo y coloreando. Cuando termino de hacer los cuerpos más grandes, agrego muchos detalles y referencias. Los modelos no son necesariamente personas que forman parte de mi vida. Muchos son profesionales que se dedican a eso. Ahora estoy haciendo un taller con Marcia Schvartz, con quien ya había trabajado hace muchos años, una experiencia que me cambió la vida. Yo hacía modelo vivo de forma autogestiva, invitando a mis amigos, pero con ella me profesionalice. A ese taller llegaba corriendo después de pasar horas en un trabajo que odiaba y de la emoción me temblaban las manos. Cuando veía sus obras y la escuchaba hablar pensaba «a mí me pasa lo mismo» y era así, teníamos algo muy potente en común. Ir ahí también me daba la oportunidad de compartir con gente que no es del mundo del arte, sino que tiene una pasión por el dibujo.
Hay personajes o al menos rasgos identitarios que se me hacen familiares en muchos de tus dibujos. ¿Trabajás con las mismas personas o son rostros y cuerpos que quedan resonando en tú mente?
Hay rostros que me obsesionan y hay miradas y caras que tengo fijas en la mente y que repito. También hay vínculos con modelos que fluyen mientras que con otros me cuesta mucho hasta que sale. El punto de partida es cuerpo y no la persona de forma literal. Cuando trabajo es como si yo estuviera al acecho de ciertas torsiones, gestualidades y miradas, elementos que llevo hacia mi mundo para explorar con libertad y ver que pasa. Lo que me gusta es que no se termine de entender si los cuerpos son reales, si son hombres, mujeres, personas trans sino que haya fluidez.
Haces una antropofagia contemporánea. Devorás y transformás.
Exacto, es el cuerpo como punto de partida y a mezclar todo. Tampoco corrijo ni hago bocetos, sólo parto de modelo vivo y saco fotos. Incorporo muchas referencias mitológicas y religiosas, hago cuerpos más europeos, mientras que los gestos y rostros son cariocas. En mi obra siempre hay humor, amor, erotismo y un algo de provocación.
Me gusta que estemos hablando de cosas como modelo vivo, exploración del color, herramientas clásicas de la historia del arte pero que en un terreno actual no siempre se mencionan.
Hay mucha gente que le tiene miedo al color y a mí me parece imposible pensar que un color pueda quedar mal al lado de otro, aunque entiendo de donde viene ese miedo y creo que es algo cultural. Si lo pienso desde mi experiencia, te cuento que me crié en una casa muy descontracturada, llena de color, por eso me llevó mucho tiempo entender ese miedo. Yo veo color todo tiempo y es la parte que más disfruto del proceso de trabajo que puede ser muy duro.
Hacer y no sufrir es difícil.
Hace tres meses que estoy totalmente enroscada con esa obra que está en el piso y no sé qué va a pasar. Estar todo el tiempo pensando y viendo la obra implica mucho egocentrismo y es un bodrio. Los artistas hacemos un trabajo que exige otros tiempos, que necesita de mucha energía pero es lo único que siempre voy a querer hacer. Aunque sea lo que amo, pensar eso es casi una pesadilla.
«Fui a montar una obra a la casa de unos coleccionistas que creyeron en mí desde el comienzo, vi que estaba al lado de un Picasso y rodeada de obras de artistas que considero grandes referentes. Salí con lágrimas en los ojos a llamar a mi hermano. Otra cosa muy importante fue cuando el año pasado Rodrigo Alonso me invitó a formar parte de una muestra en Proa. Tenía un mes para hacer una obra a gran escala y decidí intentarlo…»
¿Cuáles fueron las experiencias que te ayudaron a darte cuenta que había personas que creían en tú obra?
La muestra en la galería Grasa y la participación en arteba 2021. Desde entonces no paran de suceder cosas, pero me pasó algo muy loco y es que en ninguno de los dos casos entendí que las obras iban a estar a la venta y nos compraron todo. En mí vida había ido a la feria como espectadora. Aún así gané un premio. En ese momento tenía otro trabajo y estaba llegando tarde cuando empiezo a escuchar mi nombre por todas partes. No entendía nada y un poco me pasé de rosca, sentí un shock de ego que no me gustó. Por otro lado estaba muy conmovida y no podía creer que me estuviera pasando algo así. Pasé de la aprobación de mis amigos y familia a que gente con mucha experiencia y criterio avalara mi obra.
¿Y empezaste a conocer a esos coleccionistas que apostaban y que se animabas a convivir con ella?
De a poco los fui conociendo y con algunos tengo vinculo. De hecho justo antes del premio se habían vendido algunas de las obras de la muestra y cuando fui a montarla a la casa de unos coleccionistas que creyeron en mí desde el comienzo, vi que estaba al lado de un Picasso y rodeada de obras de artistas que considero grandes referentes. Salí con lágrimas en los ojos a llamar a mi hermano. Otra cosa muy importante fue cuando el año pasado Rodrigo Alonso me invitó a formar parte de una muestra en Proa. Tenía un mes para hacer una obra a gran escala y decidí intentarlo.
¿Y cómo fue esa hazaña?
Estaba todos los días metida en el taller, llena de tiza y sin dormir. Llamé a amigos para que me dieran una mano y me acompañaran emocionalmente. Hasta vino mi mamá a colaborar y juntos sacamos una pieza de cinco metros de largo. Una locura que también se vendió a unos coleccionistas jóvenes que la vieron el día de la inauguración.
Lo que contás ayuda a que se entienda que ser artista implica trabajo duro y que la romantización de los procesos creativos no está ni cerca de la realidad.
Absolutamente. Soy muy consciente de ese lado y lo valoro. Esto es lo que me gusta hacer y no tengo planes de parar, pero para que las cosas se den hay que tener mucha disciplina además del deseo como primer motor.