Un viaje entre maquetas, instalaciones y pinturas eternas: así es «Estoy Vivo», la muestra de Clorindo Testa en Fundación Macro.

Se puede visitar hasta el 10 de noviembre/Un viaje por tres momentos del arquitecto: el seducido por la historia, el hombre porteño del presente y el pesimista frente al futuro/»Observador nato, registraba el way of life -bueno y malo- de la metrópolis que habitaba».

Su curadora María D’Ambrosio organizó la muestra en tres bloques: Arquitectos del pasado, Arquitectos del presente y Arquitectos del futuro.

Un viaje entre maquetas, instalaciones y pinturas eternas: así es «Estoy Vivo», la muestra de Clorindo Testa en Fundación Macro. Por Camila Pomar Noacco.

Quien no fue, a tomar nota. A cien años de su nacimiento, y diez de su muerte, Clorindo Testa persiste, inamovible, impregnado en la vista del flâneur porteño y, hasta el 10 de noviembre, en la exposición Estoy Vivo, que le dedica Fundación Macro junto a su fundación tocaya.

Antes que todo, vale decir, el título designado a la exhibición no es aleatorio. Además de ser frase recurrente en el arquitecto -y del hecho que Testa late mediante su legado-, nos habla de su pensamiento, de su concepción del tiempo, de su aquí y ahora, y de la relación de ello con el arte y la arquitectura.

En efecto, el brutalista, fiel lector del segmento Cien años atrás de La Nación, era cauto de cómo los episodios históricos se reiteran sin fin, generando continuidades entre pasado, presente y futuro, lo que tiene correlato en la producción creativa. Consecuentemente, y sin existir la preeminencia de un periodo artístico, Testa hablaba de tres momentos arquitectónicos -algo plasmado en la curaduría de María D’Ambrosio a través de los bloques Arquitectos del pasadoArquitectos del presente y Arquitectos del futuro-, y decía: “todos los estilos responden al tiempo en el que se vive y yo no tengo el menor inconveniente en adaptarme a mi época”.

Mordaz, nuestro protagonista puso en mesa las paradojas del hombre. Su filosofía, cíclica, invita a reflexionar. Alertemos, no caer con la misma piedra entonces.

Primero, el Clorindo seducido por la historia. Aquel que ficcionaba con los grandes episodios de la Antigüedad y sus personajes, apropiándose incluso de ellos para involucrarse en el relato de la civilización, se observa en el polo dirigido a lo pretérito. ¿Qué ver? Sus referencias a Egipto, Grecia y las Misiones Jesuíticas de Córdoba, por ejemplo, en trabajos como Homenaje a los arquitectos egipcios (1982). Allí, Testa recuperó al arquitecto Senurestah, obrador del Templo Blanco de Luxor, cuyo fallecimiento se registró en diciembre del año 1923 a.C., espejismo de su propio nacimiento, aunque en la era anterior a la llegada del Mesías.

La obra, pequeña reproducción de la labor para la eternidad de los faraones, se complementa con dos esculturas cerámicas que, diseñadas por el maestro, pero ejecutadas por su mujer, Teresa Bortagaray, representan a la Reina Hatshepsut y al edificador Senenmut, su amante y servidor. El resultado, la convicción que Clorindo confirmó tras un viaje por el Nilo: todos los arquitectos son iguales, lúcidos, imaginativos y perseguidores de la perfección.

En lo que fuera su presente, aparece la versión del hombre citadino, porteño sobre todo. Céntrico y arquetipo, vivió toda su vida en plena capital, a solo cuadras de su estudio de Callao y Santa Fe. La vista a las mejores construcciones eran lo diario en la retina de sus ojos. Su caminar al trabajo, café mediante, nutría su existencia tanto así como el arte emergente que bullía en las galerías circundantes. Observador nato, registraba el way of life -bueno y malo- de la metrópolis que habitaba.

Su atención crítica se registra en la sala por medio de los acrílicos sin enmarcar donde ironizó sobre las nuevas construcciones de calidad dudosa (“¡que lindo! El inodoro del vecino parece un arroyito”), las maquetas de sus proyectos (algunas recreadas) y en la serie Manzanas, donde primero desarrolló espacios urbanos destacados de la historia nacional para luego distorsionar su formato y llevarlo al límite de la abstracción.

Finalmente, el futuro. Un extremo que Testa visualizó pesimista, frío e incierto, y que se explica tomándole la palabra: “la ciudad es así porque la gente es así”. Clorindo se adelantó a lo sombrío de la actualidad. En Clonados, serie hecha para la muestra de Ruth Benzacar Hacia un futuro mejor. Rumbo al tercer milenio (1998) e inspirada en el clonamiento de la oveja Dolly, visualizó al hombre ambicioso creando su propia destrucción.

Por su parte, en Ciudad del Siglo XXI (1993), imaginó las implicancias de vivir en una urbe donde los edificios serían rascacielos de vidrio, fríos e inhóspitos; otro acierto, ya que sus aliados, el hormigón y el color, fueron abandonados por los cristales, tal y como hizo su admirador César Pelli en su última creación, el Edificio Macro, que cumple el deseo de Le Corbusier para la cité de Buenos Aires y que por poco tiempo más reúne la herencia testiana con la propia en Puerto Madero.

Bucle que une inicio con fin. A Clorindo el porvenir no le arrebató, rehuía a la idea del artista torturado y vivía feliz en su momento. Comprendía el sentido del ser y estar. Por ello, a su “Estoy vivo”, se le unía su pareja dual, “Estoy muerto”, y los pares “Estoy llorando”, “Estoy riendo”. ¿Una lección para el visitante? Cómo él, mantener el dominio de la individualidad; no ceder, ni en la ciudad ni en la vida, a la figura del badaud.

Clorindo Testa – Estoy vivo. Arquitectos del pasado, del presente y del futuro, ingreso libre y gratuito, de lunes a viernes, de 10 a 18 hs., Torre Macro (Av. Eduardo Madero 1172).

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Las fotos son gentileza de Fundación Clorindo Testa y Alejandra Ruiz.