«Un pequeño lujo con sabor a libertad: esto sentí al volver a comer en un restaurante en Argentina después de largos meses»

¿Qué se siente volver a un restaurante después de meses eternos de aislamiento?/¿Cómo es volver a disfrutar de un espacio social después del encierro y la vida recluida en lo íntimo? Desde Bariloche, nuestra cronista Azul Zorraquin nos cuenta en una bella crónica sus reflexiones sobre la libertad, y el placer de reencontrarse con un ritual tan sencillo y entrañable

Libertad y placer: así se siente volver a un restaurante después de meses de aislamiento

 

«Un pequeño lujo con sabor a libertad: esto sentí al volver a comer en un restaurante en Argentina después de largos meses». Por Azul Zorraquin.

La última vez que fui a un restaurante, tenía puesto un vestido de flores liviano, sandalias airosas, y el pelo hecho una rasta por una tarde larga de inyecciones de cloro en la pileta. Ahora, abro la ventana y veo cascotes de nieve brusca, niebla, y solo salgo a la calle con remeras térmicas y buzos de lana. ¿Qué pasó en el medio?

Varias estaciones, y entre ellas, la vida que se redujo a los espacios privados e íntimos; los sociales, fueron terminantemente suspendidos. Esta reflexión me llevó a acordarme directamente de una filósofa muy influyente, Hannah Arendt, que habló sobre la esfera pública y la privada. Ella dijo: “un hombre que sólo vive una vida privada y no se le permite entrar en la esfera pública, como el esclavo o el bárbaro, no es plenamente humano”.

Sus palabras resuenan como un eco adentro mío, y pienso que todo lo que aprendí sobre ella, por más de que fuera sobre otro contexto, puede re-significarse en 2020. Este año se redujo a la vida privada, y en todo caso, a la socialización a través de pantallas, pero los espacios propios de la esfera pública, se tacharon.

Azul en el nevadísimo invierno 2020 en Bariloche

«La última vez que fui a un restaurante, tenía puesto un vestido de flores liviano, sandalias airosas, y el pelo hecho una rasta por una tarde larga de inyecciones de cloro en la pileta. Ahora, abro la ventana y veo cascotes de nieve brusca, niebla, y solo salgo a la calle con remeras térmicas y buzos de lana. ¿Qué pasó en el medio?…»

Gracias a que Río Negro está en una fase más avanzada que Buenos Aires, y por ende, el abanico de la vida social empezándose a abrir, pude volver a un restaurante. En el mes de agosto. Volver a un restaurante, fue, de alguna manera, reencontrarme con el concepto de libertad. Y a su vez, algo que antes me resultaba cotidiano, hoy se me mostró como un lujo: leer un menú y ¡poder elegir entre varias opciones qué se me antoja comer!

Poder comer sin tener que pasarme horas cocinando, luchando con las cantidades, con la temperatura del horno, que se pase, que se queme, quemarme un dedo, y aún peor: degustarla en cinco minutos y después tener que lavar doscientos utensilios.

En “El Mallín” comí uno de los mejores goulash con spaetzle de mi vida; “jamás podría replicarlo”, pensaba en cada bocado. Me pedí birra tirada por el amor al refill y me pasé la cena gozando, con los sentidos afilados, sin preocupaciones por tiempos, sin el sonido molesto de un tutorial de YouTube en castellano neutro, y con la satisfacción de estar mirando una arquitectura que no fuese la de mi casa.

Foto destacada: Unsplash (PH Sandra Seitamaa)