MALEVA desde Pinamar/Siete ideas – desde su deco con joyitas antiguas hasta su restaurante (cien por ciento casero y uno de los mejores de la ciudad) – que la convirtieron en parada obligatoria/¿Cómo fusionaron historia con un look chic, cómodo y moderno?/La magia del boutique: veranear como en casa.
Silvina Zubiarraín, la arquitecta que creó desde cero este hotel que se luce en cada detalle.
El secreto más chic y logrado de Pinamar: así es La Vieja Hostería / Un jardín con piscina y rosas blancas, un restaurante con huerta propia, biblioteca y New York Sour. Por Belén Rodríguez Traverso desde Pinamar. Fotos: Florencia Daniel para MALEVA desde Pinamar.
En la calle Del Tuyú, a solo dos cuadras de la transitada Bunge y otras dos del mar, una casita colonial blanca te invita a entrar en un túnel del tiempo, transportándote unos ochenta años atrás. Esa casa que hoy te recibe brotada de rosas blancas, agapanthus y hortensias busca ser un espejo actualizado de lo que fue la primera hostería de Pinamar, inaugurada en 1947, en ese mismísimo lugar.
Hostería que quedó abandonada durante varios años hasta que su esencia – que estaba a punto de convertirse en un simple recuerdo -, capturó el interés de Silvina Zubiarraín. Hoy, este blend “vintage moderno”, además de la oleada de paz que se respira desde que atravesás esa puerta tallada de madera y vidrio, convierten a La Vieja Hostería en una de las joyitas secretas más interesantes y encantadoras de la ciudad costera.
Con MALEVA estuvimos recorriendo sus pasillos, cuartos, jardines, espacios comunes y el restaurante para explicar, en siete ideas, por qué es un tesoro boutique que merece una visita (o una estadía para quienes buscan unos días de desconexión total).
1) Verdadera esencia boutique.
«Los cuadros de artistas locales en atriles, la araña colgante, el jarrón de flores frescas y la mesa de comedor (que, desde que la incorporaron es la preferida del desayuno), terminan de construir una postal acogedora que hace que el tiempo que pases bajo ese techo a dos aguas, te olvides de que estás en una hostería…»
Ni bien ponés un pie adentro de la hostería, y atravesás su hall de entrada, cada detalle de ese espacio te lleva en un deja vu instantáneo a la calidez de lo conocido e íntimo. “La filosofía es ‘veranear como en casa’; todo el servicio de hotelería pero con el ambiente y la escala de una casa”, nos cuenta Silvina, la arquitecta dueña de la hostería que acaba de cumplir quince años. Con 16 habitaciones, la mayoría dobles, ni una reserva completa genera el movimiento agitado de un hotel tradicional. Con suerte, cruzás uno o dos “¡hola!” y fácilmente encontrás un rincón para absorberte en la tranquilidad. .
La sala de estar la ambientaron como un living familiar, con una gran biblioteca que los huéspedes pueden usar como si fuera propia, sillones y butacas retapizados y una gran chimenea cortejada por una colección de autitos antiguos. Los cuadros de artistas locales en atriles, la araña colgante, el jarrón de flores frescas y la mesa de comedor (que, desde que la incorporaron es la preferida del desayuno), terminan de construir una postal acogedora que hace que el tiempo que pases bajo ese techo a dos aguas, te olvides de que estás en una hostería.
2) Pileta, reposera, Caipirísima y repetimos: un jardín floral donde podrías pasar el día entero.
Algo parecido pasa con el jardín. Cuando atravesás la puerta de vitrales y te dejás llevar por el deck de madera, terminás en un jardín que los amantes de la naturaleza seguro tendrían guardado en algún tablero de Pinterest. Un caminito de agapanthus, arbustos de lavandas y rosas blancas custodian dos pérgolas que, homenajeando a las carpas históricas con sus telas a rayas verdes y blancas, también hacen de livings al aire libre con silloncitos, mesas y un poco de sombra. Al final del camino, y elevada sobre una pequeña loma teñida del color de las flores, hay una pileta, con el agua que cae en tres cascadas “infinitas” y reposeras con el bosque pinamarense acariciándote la espalda.
3) Arte, arte y más arte: un túnel del tiempo al Pinamar de los 40 y de los trajes de baños a rayas.
«Gran parte del relato se hace a través del arte y fue Julio Soler el artista plástico elegido para reinterpretar el libro de historia “Surge Pinamar” y convertir a la hostería en una especie de mini museo de tesoros visuales…»
La Vieja Hostería es para caminar girando la cabeza en 360, prestando atención a los muchos detalles y guiños que escondieron por todos lados. Subiendo al segundo piso, por ejemplo, una señora en papel maché descansa en el borde de la escalera con su clásico traje de baño a rayas rojo y blanco y las manos atrás de la cabeza en modo relax. Y si vamos a lo más obvio; los cuadros en los pasillos de los cuartos, mix de ilustraciones, fotos en sepia y mapas, entretienen un rato a los deambuladores con más data visual de ese Pinamar retro.
Gran parte del relato se hace a través del arte y fue Julio Soler el artista plástico elegido para reinterpretar el libro de historia “Surge Pinamar” y convertir a la hostería en una especie de mini museo de tesoros visuales. La Perla, Playa Bar, La Tres Marías; cada una de las 16 habitaciones (14 dobles, una triple y una máster suite que es directamente un departamento con terraza propia) tienen los nombres de las primeras postas y balnearios, con pequeños cuadritos pintados en cada puerta.
4) Un restaurante abierto a todo público: su pesca del día con mosaico de puerros que es el hit de la temporada (y todo, todo casero).
“Me gusta mucho cómo estamos haciendo la pesca del día», responde Manuel cuando le pregunto qué plato destacaría esta temporada. «Este año hacemos mucha chernia, salmón blanco, anchoa de banco y un poquito de pez limón; lo servimos con un mosaico de puerro braseado y envuelto en alga nori, y va con una crema de castaña de cajú, con un hinojo braseado – ese toque anisado con el pescado a mi me encanta – y con un fumet'»… «
“No compramos nada elaborado, hacemos todo acá”, explica Manuel Grinberg, con el orgullo de seguir al mando, desde el día uno, de uno de los restaurantes más elogiados de Pinamar. Pan, una tabla de fiambres de la casa (que se ganó su lugar fijo en la carta), pastelería, salsas, caldos y guarniciones; absolutamente todo está hecho en casa. Y algunas cosas incluso las sacan de su propia huerta orgánica que exhiben en su patio al aire libre.
Como es inquieto y a su vez trabaja con la disponibilidad de productos frescos, Manuel se plantea sus propios desafíos y todos los días cambia cosas del menú. “Ahora estoy con un risotto del día; anoche fue de remolacha, naranjas, queso azul y almendras tostadas y hoy seguramente sea de frutos de mar, eso es de acuerdo a lo que me entre”.
Y hablando de pesca. “Me gusta mucho cómo estamos haciendo la pesca del día”, responde Manuel cuando le pregunto qué plato destacaría esta temporada. “Este año hacemos mucha chernia, salmón blanco, anchoa de banco y un poquito de pez limón; lo servimos con un mosaico de puerro braseado y envuelto en alga nori, y va con una crema de castaña de cajú, con un hinojo braseado – ese toque anisado con el pescado a mi me encanta – y con un fumet.”
5) Está repleto de joyitas de diseño antiguas para ir descubriendo.
«La puerta de entrada a la hostería, tallada estilo campo, viene de una casa de Rosario. El imponente mueble boticario de madera de la recepción lo trajeron de una farmacia en Junín. En el baño del restaurante, reluce una bacha francesa de 1960 con rosas pintadas a mano…»
La Vieja Hostería es la unión de cientos de detalles que, en conjunto, lograron generar una temporalidad propia. Un punto intermedio, como suspendido en el metaverso, entre lo que fue y lo que es Pinamar hoy en día. Para lograrlo, el equipo de diseño se cargó al hombro una gran meta: conseguir joyas antiguas, restaurarlas y ubicarlas en distintos rincones de la casa.
La puerta de entrada a la hostería, tallada estilo campo, viene de una casa de Rosario. El imponente mueble boticario de madera de la recepción lo trajeron de una farmacia en Junín. En el baño del restaurante, reluce una bacha francesa de 1960 con rosas pintadas a mano. Y en los cuartos, que despiertan la sensación de estar en una casa en los alpes franceses; sus empapelados estampados, las arañas que deslumbran en el centro del techo de madera, las bachas y los espejos plateados a la hoja.
6) A la inglesa y único en la zona: un servicio de té de tres pasos, blends de Inés Bertón y teteras de porcelana originales.
Del Pinamar originario, a los alpes franceses, directo a un salón de té londinense, sin escalas. El servicio de té inglés, esa experiencia estilo Belle Époque – para el que además consiguieron sets encantadores de vajilla de porcelana pintada a mano -; es otro de los orgullos de Manuel y su equipo. Llegan a la mesa las bandejas de platos, de dos o tres niveles, con todo tipo de bocados caseros: scons dulces y salados, tartaletas, porción de tostadas, dulces, torta del día, sándwiches y los blends de Tealosophy – la marca de Inés Bertón -; desde un clásico English Breakfast hasta el Thai Wind, con ananá caramelizado y coco. Es tanta la dedicación que lleva, que es un servicio que manejan únicamente con reserva.
7) Una cava con las etiquetas más alternativas de Pinamar (y una barra que parece casera pero tiene variedad).
Al costado del living hay una barra de madera sencilla, con unas pocas banquetas. Una barra como la que podría haber en cualquier casa, pero con un repertorio de tragos seguramente mucho más amplio. “¿Me preparás un New York Sour, por favor?” Sacan un vaso de old fashioned, preparan una mezcla de whisky, clara de huevo, almíbar y lima – shaker, shaker -, y lo terminan con unas gotas de vino tinto. Lo levantás y te lo llevás al sillón mientras te sentás a hojear uno de los libros de gastronomía de la biblioteca.
Ahí al lado, su cava a la vista. Una selección de vinos audaz para el común de Pinamar, con etiquetas que tienen su arte como las de Pielihueso, vinos de Tucumán o de la Patagonia y cepas que no son del mainstream; como un Bonarda, un Pinot Gris o un Chenin Blanc.
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