Fundó «Tenemos las Máquinas», una de las editoriales más interesantes (y curadas) y su primer libro «La Lengua Alemana» es una obra atrapante – y con recursos muy originales – que hay que leer/Conversamos con ella en el bello patio palermitano de la pizzería «Cosi mi Piace»/¿Cuál es su algoritmo como editora? ¿Cómo surgió la Lengua Alemana? ¿Cómo es su ritual para escribir? Además: sus escritores preferidos
Escribe y emprende: Julieta también co-fundó «Pam Publicaciones»
«Cuando todo es un caos, escribir es esa isla a la que te podés subir» / Un escritor, un patio secreto y un buen vino: tercera entrega, entrevista a Julieta Mortati. Por Santiago Eneas Casanello. Fotos: Claudia Salazar.
Las máquinas ya las tenía. En verdad, eran de sus padres, dueños de una imprenta sobre la avenida Independencia. Hace siete años Julieta Mortati decidió usarlas para crear un sello editorial propio: «Tenemos las Máquinas». Una idea, más por intuición que por estrategia, que no pierde vigencia. Allí publica obras de autores, sobre todo jóvenes, que tengan «una voz diferente» y algo que la fascine.
Pero el primer libro de Julieta llegó hace no tanto, en 2018. La Lengua Alemana es una novela en la que narra, en primera persona, la historia de una chica (ella, en gran parte ella) que deja Buenos Aires para radicarse en Berlín junto a su novio alemán. Para encontrarse con un país en el que el cielo casi siempre está nublado, ni las vidas ni los trabajos son fabulosos y su relación – como la de cualquier pareja – también tiene bastante de tedio y decepción.
Es un texto ágil, que atrapa rápido, hasta el final, y que tiene una serie de particularidades: tanto en su crítica del idealizado primer mundo, como en la inclusión de pasajes de cómo era Germania hace dos mil años, escritos por un autor romano. Por cierto, contemporáneos hasta la ironía.
«El libro fue un regalo que me quise dar», le cuenta Julieta a MALEVA una tarde soleada, de temperatura soñada, en el patio arbolado de la pizzería italiana Cosi mi Piace, en Palermo Viejo. Como todas las entrevistas que les venimos haciendo a escritores en los patios más bellos de la ciudad, el diálogo tuvo cierta placentera intermitencia para probar – en este caso, una sabrosa picada mediterránea – y brindar (con un fresco Pinot Noir).
Un algoritmo, dijo el filósofo francés Michel Serres, quien era un especialista en ciencias y tecnología, “es como una receta de cocina”, de acuerdo a los ingredientes que uses, y a la cantidad que uses de cada uno, obtenés un resultado determinado. ¿Cuál es tu algoritmo, o cuáles son los ingredientes de tu receta, como editora?
Está buena la pregunta. En “Tenemos las Máquinas”, edito principalmente a escritores cercanos. Personas que conozco o que vienen muy recomendados. Al leer sus libros, tengo que encontrar algo que me fascine o que llame muchísimo mi atención. Tienen que tener algo de novedoso. Una voz diferente. Y también, como al editar hay mucha entrega, tiene que fluir algo con los autores. Yo publico muy poco al año, cuatro libros como mucho. Y estoy muy cerca del libro y el autor tiene mi Whatsapp y estamos siendo planeando algo.
Muchos son autores jóvenes ¿Deben contar algo generacional?
No necesariamente. Pero se tiene que transmitir una verdad, no porque sea “la verdad” pero si tengo que sentir que aunque me hable de marcianos, lo creés. Hay que creerle al autor. El libro después hace solo su camino. La editorial fue creciendo por el boca en boca y un poco por las redes.
Además los libros, como objetos, son muy bellos. Con los retratos dibujados de los autores en las tapas.
¡Sí! Esos dibujos son de la colección Primeros Libros. Autores que publican por primera vez. Entonces la idea era presentarlos. Ahora estoy en una segunda colección de narrativa, que son sus segundas obras. Para seguir apostando a ellos.
Difícil concentrarse en la entrevista con las delicias mediterráneas de Cosi mi Piace
«En “Tenemos las Máquinas”, edito principalmente a escritores cercanos. Personas que conozco o que vienen muy recomendados. Al leer sus libros, tengo que encontrar algo que me fascine o que llame muchísimo mi atención. Tienen que tener algo de novedoso. Una voz diferente…»
¿Qué necesidad, qué lugar viste que estaba disponible, al crear “Tenemos las Máquinas”?
No hubo tanta estrategia. Fue más intuición, ganas y también manotazo de ahogado. Yo había vuelto de Alemania, y empecé a ir al taller literario de Santiago Llach, a su vez mis viejos tenían una imprenta. Y surgió la idea. El nombre fue como un grito de guerra. No tuve socios pero me acompañaron un montón de amigos como Magalí Etchebarne, Martín Vitton, Cecilia Fanti, Lara Melamet o Ana Carucci, quien está a cargo de la imagen de la editorial. También Santiago Llach, fue como una juntada de amigos.
¿Qué libros no podrían pasar el filtro de TLM?
Lamentablemente tengo que decirle que no, a un montón de libros. Porque publicamos poco por año y porque me tiene que gustar todo lo que leo. Me gustan pocas cosas. En pocos digo “acá hay algo”. Es muy de mi gusto lo que publicamos, muy mío, no pienso si un libro puede funcionar por alguna otra razón, o para otro gusto.
No pasa aunque presientas que a otros lectores puede gustarle.
No. Porque esto es puro amor. No quiero perder el tiempo con aquello que no me gusta.
¿Cómo se es escritor en la era de Instagram?
¡Es muy difícil! Primero tenés que dejar de usar Instagram o borrar tu cuenta (risas). O todo lo contrario: gracias a Instagram te hacés escritor.
Una de dos, pero no te quedes en el medio.
Exacto: elegí. Yo no puedo hablar mucho en contra de la tecnología porque empecé a escribir gracias a los blogs. Además conocí amigos, y a mi grupo literario – que escribe y lee – en ese momento.
La pregunta de Instagram va también por el lado del contraste entre la comunicación efímera, muy basada en la imagen, con un planteo vertiginoso, de esta red social y la manera de contar historias de los libros en papel.
Me parece que puede ser un experimento: sería interesante contar cosas de Instagram en la literatura. En alguna novela corta. Ahora, es cierto que la era de Instagram cambia un poco el modo de leer, sobre todo en las generaciones más jóvenes. El tiempo de la literatura es diferente a todo el resto. Leer un libro te lleva más tiempo que ver una película o el capítulo de una serie. Le tenés que dar espacio un libro, un poco a los codazos. Y va en contra de la rapidez con lo que sucede todo. A veces, parece anticuado. Pero te da otra cosa: te lleva a otros mundos. Instagram parece llevarte a otros mundos, pero estás siempre en el mismo lugar: chusmeando que hace el otro.
«Leer un libro te lleva más tiempo que ver una película o el capítulo de una serie. Le tenés que dar espacio un libro, un poco a los codazos. Y va en contra de la rapidez con lo que sucede todo. A veces, parece anticuado. Pero te da otra cosa: te lleva a otros mundos. Instagram parece llevarte a otros mundos, pero estás siempre en el mismo lugar: chusmeando que hace el otro…»
Antes de publicar La Lengua Alemana, eras como una directora de orquesta que nunca había compuesto. Tenías de alguna manera la fórmula, pero no la habías aplicado con vos. Al momento de escribir tu novela ¿Eso te generó presión?
En el taller literario me decían: “si juntás todos tus textos, tenés algo”. Hasta que un día dije basta. Un libro hoy se escribe bastante de ese modo. Escribís mucho sobre alguna cosa y en uno o dos o tres años, ya sale. ¿No hay mucha más vuelta, viste? Después podés tener más o menos suerte. Y no hay tantos lugares para publicar. Yo a la edición no la busqué, fue una vocación que me econtró. Aunque había trabajado muchos años como periodista (nota de MALEVA: en Perfil, y como colaboradora en La Nación, Clarín, Para Ti, y muchos otros medios). El periodismo te enseña a cerrar las cosas, a hablar con todos y coordinar para que algo se vuelva realidad. Con un libro no es tan distinto. Entonces en La Lengua Alemana me pasó de decirme: “me tengo que dar este regalo”. Vamos, ya fue. Fue un regalo que anhelaba muchísimo hacerme, y que pensaba que era muy hermoso. Y terminó saliendo.
¿Es del todo autobiográfico?
Toma muchas experiencias que me pasaron. Pero nunca quise que leyeran mi vida porque pienso que mi vida es importante. Nada de eso. Aunque la basé, sí, es una experiencia que viví.
Te iba a hacer esta pregunta más adelante, pero me diste el pie. Mauro Libertella, a quien entrevisté en esta serie de notas de MALEVA, me dijo que estilo “autobiográfico pero con algo de ficción” es como “el gran género del momento en Argentina”. No son novelas, no son crónicas, es otra cosa. ¿Vos coincidís?
Es cierto que se está escribiendo mucho en ese sentido. Sobre todo los primeros autores. Pero no es un invento argentino, eso seguro. Pienso en Raymond Carver o en John Cheever que lo hacían en Estados Unidos. La literatura es un poco eso. Sí es verdad que en esta época hay menos solemnidad en los escritores. Es todo más relajado. Tengo que criar a mi hijo, mi viejo me ayuda a pagar la obra social, a su vez tengo una galería de arte y escribí una novela. Además como en Argentina nadie, salvo algunos contados con los dedos de las manos, puede vivir de la literatura, eso te relaja.
Es curioso, porque por otra parte, Buenos Aires es la ciudad con más librerías del mundo y una de las pocas ciudades, de hecho no recuerdo otra, en la que la publicidad del lanzamiento de un libro puede ocupar un cartel gigante o la medianera de un edificio de ocho pisos.
Puede ser (risas). Pero hay países, como Francia y Estados Unidos, en los que la industria del libro mueve mucho dinero en serio. En Francia conocí una librería en la que venden tres mil ejemplares diarios. Tranqui y normal, para ellos. En Francia encima tienen una política muy importante de apoyo al libro, y hasta los correctores cobran muy buenos sueldos.
«Yo ya estaba escribiendo La Lengua Alemana, y cuando vi en una librería de Corrientes, libro sobre Germania, del romano Tácito, me maté de la risa. Los europeos se la pasan poniendo el ojo sobre América y contando cómo somos. Pero yo decidí hacer lo contrario: contemos ahora nosotros como son ellos…»
En La Lengua Alemana lográs retratar muy bien el exilio sin épica de los nacidos después de los ochenta. ¿Buscaste eso?
¡No, pero me gusta la pregunta! Y coincido con esa lectura del exilio sin épica.
También desmitificás la vida cotidiana en los países centrales. En Alemania, que es el paradigma del país próspero y ordenado, la locomotora de Europa.
Claro, porque el exilio es difícil. Incluso para aquellos a los que les va bien afuera y triunfan económicamente. Y es por eso que siempre hay gente que vuelve. En el kirchnerismo muchos volvieron. Es duro ser extranjero, por más cómodo que estés. Lo que no quita que vivir en otro país, es algo que todos deberían hacer en algún momento de sus vidas. Es una experiencia de mucho crecimiento que cambia la vida. Lo mejor de esos viajes no es lo que vas a buscar, sino lo que terminás encontrando.
“Germania es fea en sus tierras, áspera en el cielo, triste de habitar y de ver” ¿Cómo se te ocurrió la genialidad de incorporar en tu relato, descripciones de la vida en Alemania hace dos mil años, realizadas por los romanos? Me pareció muy original y revelador.
Son descripciones del libro de Tácito “La Germania” (escrito en el año 98 después de Cristo) y es la mirada de un latino del Imperio Romano, preguntándose si invadir o no a los germanos. Dicen que en verdad Tácito nunca estuvo en el territorio, contaba lo que le decían los que habían ido. Me encantó esa literatura totalmente despersonalizada, con un poco de ensayo étnico-cultural. Encontré el libro en una librería de la avenida Corrientes. Yo ya estaba escribiendo sobre el tema, y cuando vi esto me maté de la risa. Los europeos se la pasan poniendo el ojo sobre América y contando cómo somos. Yo decidí hacer lo contrario: contemos ahora nosotros como son ellos.
¿Te diste cuenta de todas las coincidencias que encontraste entre veinte siglos atrás y el presente?
No cambiaron nada, pensé. Es un efecto irónico y gracioso. Me gusta la idea del collage en mi libro, esos fragmentos romanos, haber puesto fotos, quedó medio deforme pero lindo. Las imágenes, por ejemplo, las saqué en mi viaje pero nunca pensé que iban a terminar en un libro.
«El exilio es difícil. Incluso para aquellos a los que les va bien afuera y triunfan económicamente. Y es por eso que siempre hay gente que vuelve…es duro ser extranjero, por más cómodo que estés…»
¿Cómo llegaste al tono? ¿Te influenció algún escritor en particular?
Traté de escribir algo que fuera lo menos sentimental posible, pero dentro de una historia sentimental. Intenté jugar con la objetividad, y buscar un estilo lo más seco y pelado posible. Simple y visual. En el taller de Llach también Federico Falco me ayudó a terminar la novela. Y me inspiraron bastante algunas cosas que leía en ese momento. Los norteamericanos me gustan mucho: Carver, Lorrie Moore. Soy más de la literatura anglosajona que de la local o la latinoamericana.
También te alejaste de tópicos que atraviesen el clima y las conversaciones de época, como el feminismo, o incluso de la dicotomía absoluta primer/tercer mundo. A riesgo de no tener una repercusión tan masiva.
Me gusta cuando no hay bajada de nada. Que cada lector piense lo que crea. Un libro del que todos los lectores piensan lo mismo, para mí es un libro que falla. Cuánto más abierto es, mejor eso. No me pregunté si iba a ser un best seller. Igual le fue re bien al libro.
¿Cuánto se escribe y se publica pensando en lo que “la gente” quiere leer?
Un montón. Así se escribe y se edita. Y me parece bien que lo hagan. Porque es un modo de intervenir en la realidad, y no solo con fines comerciales. Obviamente cuando salió la novela (en marzo de 2018 la primera edición por Emecé y No Tan Puán) la cantidad de libros sobre feminismo no era la misma que ahora. Pero no veo mal publicar lo que está efervescente.
¿Te nutrís como escritora de lo que suceda alrededor, de la actualidad, de lo que habla la gente?
¡No! Es más: cuando trabajaba de periodista nunca entendí el tópico actualidad (risas). ¿Qué tiene de tan importante lo que pasa hoy? No lo entiendo todavía. Hay escritores que dicen que leyeron una noticia y quedaron conmocionados. Eso es buscar la gran historia del verano.
«Entonces en La Lengua Alemana me pasó de decirme: “me tengo que dar este regalo”. Vamos, ya fue. Fue un regalo que anhelaba muchísimo hacerme, y que pensaba que era muy hermoso. Y terminó saliendo…»
¿Cómo describirías la felicidad de escribir?
¡Ay, si! Aunque ojo: muchos dicen que sufren un montón. Para mí es muy difícil entrar en esa sintonía de escribir, no es como que te vas a un café un rato y escribís. Para mí tenés que prepararte, entrar, haber leído algo que te gustó, poner un olorcito que te guste en el ambiente.
Claro, toda una ritualidad.
Es entrar a otro plano propio. Y es muy difícil hacerse ese momento, en la era de Whatsapp. Pero hay momentos en los que la necesidad de escribir tapa todo el resto. Cuando todo alrededor es un caos, escribir es la islita a la que me puedo subir. Es un lugar de muchísima intimidad. Escribir no es sólo imaginación y cabeza. Es otro tipo de viaje.
¿Cuáles son tus escritores preferidos?
A ver. Leí a Juan Cárdenas y su libro El Diablo de las Provincias me parece increíble. Y eso que estaba leyendo solo a chicas, porque como que me interesan más ahora. No me importa tanto que tienen para decirme los varones. Él es colombiano. El libro trata de un profesor de biología, que vuelve a su pueblito, a trabajar en un internado de señoritas, y le pasan un montón de cosas. También me gusta mucho Lucía Berlin, Manual para Mujeres de Limpieza me encanta. Ella tiene una poesía y un amor hermosos. La novela de Pablo Pérez “Un año sin amor”, sobre un escritor que tiene sida, es muy hermosa. Y Alejandro Zambra, chileno, me parece buenísimo. Sobre todo su libro Facsímil. Me gusta la literatura cuando es un espacio de libertad total.
Estas entrevistas siempre son bebiendo copas de vino ¿Cómo es tu relación con el vino?
En general no tomo mucho, pero ahora me pasa que me encanta tomar en copas chiquitas, servirme ahí cositas. Eso ahora me encanta.
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