Dueño de un estilo sencillo, pero atrapante y conmovedor, ninguno de sus tres libros es una pérdida de tiempo/Es uno de los escritores argentinos más interesantes del momento y se juntó con nosotros en el mágico patio de Casa Cavia para conversar entre copa y copa/Autobiografía «con ficción», una mirada romántica de la vida, cómo narrar lo que no es extraordinario/Además: su próximo libro y su ranking de autores favoritos
En la canchera barra de Casa Cavia / Mauro Libertella está escribiendo su cuarta novela
Un escritor, un patio secreto, y un buen vino: segunda entrega, entrevista a Mauro Libertella. Por Santiago Eneas Casanello. Fotos: Carla Nastri.
Se ríe mucho. Cuando escucha las preguntas de esta entrevista y un poco más aún, con algunas de sus respuestas. Se ríe como se ríe alguien simpático que uno querría que fuera su amigo, desde una alegría esencial, sin imposturas intelectuales. Mauro Libertella ya escribió tres libros muy logrados: que atrapan de principio a fin, con una prosa bella y simple, y que exploran con cierta ternura, e instantes poéticos, vidas reales y cotidianas. «Mi Libro Enterrado», sobre la muerte de su padre; «El Invierno con mi generación» que son anécdotas de su grupo de amigos en el cambio de siglo; y el último «Un reino demasiado Breve» que es una reflexión sobre el amor a través de distintas relaciones sentimentales de juventud. Su género: autobiográfico «con algo de ficción». Un día de sol espléndido de verano, MALEVA se juntó con él en el elegante patio de Casa Cavia, al que se ingresa luego de atravesar lo que fuera una antigua entrada de carruajes, frente a la Plaza Alemania. La conversación no pudo ser – afortunadamente -, del todo lineal porque frente a nosotros se dispuso una maravillosa picada de quesos, fiambres y verduras y transcurrió amena y festiva, entre copa y copa de un fantástico vino rosado de Susana Balbo, cuya botella prescinde del corcho porque tiene una tapa de cristal.
«Mauro Libertella ya escribió tres libros muy logrados: que atrapan de principio a fin, con una prosa bella y simple, y que exploran con cierta ternura, e instantes poéticos, vidas reales y cotidianas. «Mi Libro Enterrado», sobre la muerte de su padre; «El Invierno con mi generación» que son anécdotas de su grupo de amigos en el cambio de siglo; y el último «Un reino demasiado Breve» que es una reflexión sobre el amor…»
Los afectos, las despedidas, las pérdidas y una nostalgia juvenil atraviesan la trama de todas tus novelas. ¿Hay un elemento romántico en tu estilo?
Es una pregunta complejísima. Pero puede que sí porque soy bastante idealizador. Desde joven que lo soy. Idealizo los años sesenta como una gran época cultural e histórica, y hasta tengo nostalgia de esa década que no viví. Me formé con un carácter un poco nostálgico, celebratorio y exagerado. Siempre me gustó exagerar los buenos momentos, inflarlos una y otra vez. Y finalmente todo ese temperamento terminó formando lo que escribo. No me gusta llorar por los tiempos perdidos, sino homenajearlos. En cierto sentido me gusta la palabra “romántico”. Y hay algo romántico en romantizar una época que finalmente es la juventud. Mis tres primeros libros son sobre los años de formación sentimental, amorosa, social. Y son años que tengo muy arriba: en el podio.
En tus libros no hablás de una bohemia, ni hay historias extraordinarias o locas, o dramáticas, ni son policiales, ni hay un enorme suspenso. Son casi de un “realismo feliz”. Urbano y de clase media. ¿Hay algo de eso?
Sí. Puede haber algo de eso. No me quiero comparar, pero es como decían en Seinfeld: “somos una serie sobre nada”. Cuatro amigos en un departamento donde no pasa nada. Pero finalmente en la nada pasan cosas. Porque todos los días pasa algo. ¿Cómo escribir lo que es más o menos normal? Lo que no tiene una gran épica. Nunca fui un revolucionario, ni un yonki, ni una estrella de rock, ni un futbolista que jugó en primera. Mi vida es la vida común de un pibe de clase media del cambio de siglo (Nota de MALEVA: Mauró Nació en 1983). No tiene grandes brillos ni momentos extraordinarios. Pero escarbando te das cuenta que igual todos los días tienen alguna epifanía, o algún momento gracioso, o doloroso. Y me di cuenta que la materia de mis textos es esa: días que en apariencia son todos iguales. Yo escribo libros más bien autobiográficos. ¿Cuánto le puede interesar a alguien una anécdota que no es la de un cineasta exiliado al que lo persiguió una dictadura y terminó en un país excéntrico?
¿Cuánto interesa?
Me doy cuenta que los lectores se sienten identificados con lo que escribo. Cuando me hacen una devolución, todos tienen algún amigo del colegio que se parece a algún amigo mío o salieron con una chica y les pasó algo similar a lo que escribí.
«Me formé con un carácter un poco nostálgico, celebratorio y exagerado. Siempre me gustó exagerar los buenos momentos, inflarlos una y otra vez. Y finalmente todo ese temperamento terminó formando lo que escribo. No me gusta llorar por los tiempos perdidos, sino homenajearlos…»
Lo curioso es que al indagar en vidas “normales”, y no buscar lo extraordinario, terminás siendo original.
Entendí que si escribo lo que está más cerca de mí, con toda la honestidad con la que pueda hacerlo, se termina volviendo universal y terminás hablando de una generación, de una época, de una ciudad. Es como la famosa frase de Tolstoi: pinta tu aldea y terminarás pintando el mundo. Por otra parte, trato de controlar el tema de las referencias políticas, coyunturales, históricas, para que los libros puedan ser más atemporales, pero también quiero que se note que hablan del cambio de siglo. Busco un equilibrio.
Publicaron tu obra en muchos países de habla hispana, pero también en lugares como Italia u Holanda. ¿Cómo fue la recepción allí?
Fue muy raro porque uno piensa que está escribiendo de sus amigos, desde aquí, algo muy personal y chiquito y te escribe un pibe de un pueblo cerca de Rotterdam que te comenta que mi amigo el negro, que se copiaba los exámenes, le hizo acordar a un amigo suyo. Hay una universalidad casi inexplicable de la literatura, casi como si fuera un lenguaje universal.
¿Sentiste un impulso por homenajear a las personas sobre las que escribís?
Sí, totalmente. Eso es muy así. Hay casos de ciertos amigos del colegio, que es un homenaje muy lindo, con anécdotas divertidas, transmito cariño y agradecimiento hacia ellos y como fuimos creciendo juntos. Ahora, cuando uno escribe libros sobre personas reales que existen o existieron, hay personas que no están tan contentas de aparecer. Mi primer libro lo escribí cuando mi viejo había muerto y digo cosas bastante fuertes en relación con él, como que mi viejo en sus últimos años fue alcohólico, y lo cuento en el libro con escenas muy crudas. ¿Cuánto es lícito exponer la vida de otras personas? Mi viejo ya había muerto y no podía decirme nada. Y llegué a una conclusión y axioma que me acompaña desde ese momento: si vos vas a exponer a personas en un libro, bajezas, intimidades, cositas de otras personas, te tenés que exponer a vos mismo al mismo nivel. Nobleza obliga: es muy fácil decir “este era mala persona, traidor, alcohólico y yo soy un capo”.
«Te escribe un pibe de un pueblo cerca de Rotterdam que te comenta que mi amigo el negro, que se copiaba los exámenes, le hizo acordar a un amigo suyo. Hay una universalidad casi inexplicable de la literatura, casi como si fuera un lenguaje universal…»
Tampoco escribís desde el resentimiento. Por ejemplo, en tu último libro a lo sumo contás que quedaste herido luego de una separación con alguna chica. No hay un tinte psicopático.
Es cierto, no tengo resentimiento. Tal vez ese fue el libro más complicado, en ese sentido. El primero que decidí escribir en tercera persona. En el que conté todas las personas con las que estuve. Hay ex parejas o personas que podrían enojarse si yo escribo cosas sobre nuestras relaciones. Pero nunca pienso “te voy a matar” en un libro.
Otra de las protagonistas de tus libros es Buenos Aires. Con instantes bellos y poéticos como el día de la nevada, o la escena de aquella terraza en la que fumabas con tus amigos mientras veían las estrellas y afuera el país se desmoronaba. La ciudad no suele ser retratada en la literatura con tanta belleza, incluso se suele hacer hincapié en su lado más cruel o caótico. ¿Hay una intención de que Buenos Aires sea protagonista de tus libros?
Sí, eso es clave. Por muchas razones. Viví toda mi vida en Buenos Aires y me parece una ciudad increíble, hermosísima, extraordinaria. Siempre traté de mantener de Buenos Aires una mirada no naturalizada. A veces saco fotos, y trato de tener una mirada extrañada, con mi propia ciudad que la conozco medio de memoria, y sin embargo como cualquier ciudad, o un libro que uno vuelve a leer varias veces, siempre encontrás cositas. Me obligué a mi mismo a ser turista en mi propia ciudad. Con mis amigos, hacemos algo que llamamos «La gira urbana», que salimos en auto a recorrer Buenos Aires de noche y estamos cuatro o cinco horas, y vamos comentando lo que vemos, fachadas, edificios, contamos anécdotas.
¿No hay cierta rebeldía al hablar de Buenos Aires así? El “establishment” periodístico-literario suele poner el foco en contar todo lo malo.
No lo pensé así, pero es cierto que en la literatura argentina del fin del menemismo hasta acá, se retrató más la ciudad de la pobreza, de los desplazados. Hay algo de eso. Pero también creo que sobrevive la idea de creer que Buenos Aires es también la Paris de Sudamérica. Todavía hay un sentimiento en el porteño de saber que vivimos en una ciudad especial. Buenos Aires no es cualquier ciudad. Es un top veinte del mundo. Yo por lo menos vivo con ese sentimiento (risas). Y trato de que en mis libros quede claro que Buenos Aires es una ciudad del carajo.
«Buenos Aires también es protagonista de mis libros. Por muchas razones. Viví toda mi vida en Buenos Aires y me parece una ciudad increíble, hermosísima, extraordinaria; siempre traté de mantener de Buenos Aires una mirada no naturalizada…»
Sos escritor. Estudiaste letras. Tus padres son escritores (Tamara Kamenszain y Héctor Libertella). Te imagino totalmente atravesado por la literatura. ¿Hay otro Mauro?
Es bastante así porque desde chico leo todos los días. No hubo ningún momento en que no haya estado leyendo algo. Los libros me enseñaron cosas sobre cómo vivir, como relacionarme con la gente. Muchas veces vivo situaciones que me hacen acordar a libros. Se me superponen bastante el plano de la vida y de los libros. Eso por un lado porque por el otro, no llevo la típica vida de escritor: no estoy todo el tiempo pensando en cosas trascendentales, ni en cosas de la literatura, ni poniéndome en un lugar solemne.
¿Cómo fue tu llegada a la literatura, vos como escritor? ¿Fue sencilla y natural?
No: fue bastante traumática al principio. En mi casa había una biblioteca escandalosa, mi madre trabajaba para editoriales seleccionando los libros publicables, me regalaban las novedades de literatura infantil para que diera mi opinión. Pero con la adolescencia, pensar en ser como tus padres es un fracaso absoluto del ser humano. Así que estudié derecho, pero dejé porque me pareció un quilombo. Después filosofía que también dejé. Hasta que llegué a a la carrera de letras y pensé: flaco, relajate, si te gusta la literatura no es grave”. Cuando quería escribir mi primer libro me costó mucho que mis viejos fueran escritores. Me parecía una impertinencia de mi parte, sentía que les robaba el oficio y el apellido.
«De ahora me gusta mucho María Gainza. El Nervio óptico es increíble y su segundo libro, La Luz Negra es muy bueno también. También me gusta mucho un escritor chileno que se llama Alejandro Zambra. Me gusta Leila Guerriero como a casi todo el mundo, y tengo fidelidad hacia autores como Sergio Bizzio, su libro Rabia es extraordinario. Me gustan mucho Alan Pauls y César Aira, De afuera me encanta Emannuel Carrère, y soy bastante fanático de Amélie Nothomb…»
¿Tu madre qué opina ahora?
Le gusta, está contenta. Hasta le doy a leer libros antes de publicarlos. Siempre me dice cosas bastante duras porque ella trabaja de corregir libros, pero cosas duras bien.
¿Cómo llegás a los libros que leés? ¿Cómo leés? ¿Cuál es tu canon literario?
Llego a los libros de varias maneras, trabajo de periodismo cultural, en la revista Ñ. Y una entrada muy grande son las novedades editoriales que nos llegan. Lo cual está muy bueno, pero me mantiene muy pegado al presente. Me pierdo mucho clásico y me dictamina la industria editorial argentina. También llego a libros cuando un autor menciona a otro dentro de un libro. Asimismo, me gusta leer libros que en cierto sentido se parecen a los que yo escribo. Híbridos que son una mezcla de novela, con realidad y ficción mezcladas, con testimonios.
¿Cuáles son tus escritores preferidos?
De ahora María Gainza. El Nervio óptico es increíble y su segundo libro, La Luz Negra es muy bueno también. Ella de lo último me voló la cabeza. También me gusta mucho un escritor chileno que se llama Alejandro Zambra. Me gusta Leila Guerriero como a casi todo el mundo, y tengo fidelidad hacia autores como Sergio Bizzio, su libro Rabia es extraordinario. Me gustan mucho Alan Pauls y César Aira, que lo leí y lo sigo leyendo siempre. De afuera me encanta Emannuel Carrère, que se mandó cuatro libros extraordinarios seguidos. Tiene cierta arrogancia de explicar todo muy de país central, pero tiene con qué. Y soy bastante fanático de Amélie Nothomb. ¡Ahora que lo pienso mi canon es muy Anagrama (risas)!
¿Y ahora estás escribiendo algún nuevo libro?
Sí, que después de la juventud, habla de la adultez. Cuento como conocí a mi mujer que es mi actual pareja con la cual tenemos una hija.
¿Qué vino bebimos durante la entrevista? Un elegante y seductor rosado de Susana Balbo
Un vino rosado «color salmón» de la genia enóloga Susana Balbo. Cosecha 2019: es un blend de Malbec (60%) y Pinot Noir (40%). Proviente del valle de Uco, en Mendoza, es un vino elegante, fresco y aromático, perfecto para beber solo o acompañando distintos platos. Su color rosa es muy seductor, y fue elaborado “a la Provence” donde el equipo enológico utiliza técnicas similares a las implementadas para los blancos: cosecha temprana, una sutil presión para alcanzar ese rosa suave que recuerda a la piel de la cebolla o al salmón. El resultado, un imbatible vino fresco, cítrico, mineral con aromas dulces a frutos rojos.