Un año después, salgo a correr de nuevo


 
Por Alejandra Koser
Say you stayed at home
Alone with the flu
I find out from friends
That wasn’t true
 

Un año después, salgo a correr de nuevo. Lo dejé de hacer sin mucho remordimiento, como se abandona un tejido de crochet. Antes me gustaba correr. Subirle uno o dos niveles a la caminata, complicarme para bien. Iba a jugar al fútbol los domingos. Y en la semana corría. Daba vueltas por las plazas entre Figueroa Alcorta y Libertador, con cuidado de las bicis, iba en contra de otros atletas que parecían mucho menos deteriorados que yo, más dignos, con menos frizz. Quizás era mi manera de sentir el cuerpo de manera rotunda, sin llorar ni acabar, que son bienes que no siempre sobran en la canasta básica mensual. Era como decirle a la tropa dispersa que una es, a todos los asuntos pendientes y las fobias y los pensamientos amotinados y las alergias de octubre: bueno, basta, vamos todos para allá.
Me siento muy blanca, muy radiografiada por el sol de las cuatro de la tarde, con el short adidas y la musculosa verde de algodón, con olor a suavizante fiesta floral. Estoy como desnudada en un grado de desnudez inquisidor. Ato fuerte los cordones, miro la hora exacta, dieciséis diez, pongo The National en los auriculares y hago una promesa corporal, digo: despacito, de a poco, ahí va; el sonido de las llaves tintintin en el bolsillo de atrás. Primero es como saltar. Unir las partes del cuerpo dormidas y las que están ocupadas en un solo ritmo, un ritmo más difícil, unificador. Es como batirse un poco. Es como amigarse con la hostilidad.
Pasa Florencia de la Ve con su esposo y un cochecito con un bebé rubio, o una beba, no es que dudo a propósito, no veo. Florencia parece seria, tiene enormes lentes oscuros, mira el horizonte de la bicisenda, qué difícil consolidar una pareja para ella, aunque la verdad se la ve bastante más acompañada que otras que estamos dejando la vida en este asfalto. Un amigo trató de enseñarme a meditar hace poco, con los ojos cerrados y una grabación que decía: toma conciencia de los quince centímetros alrededor de tu cuerpo, expándete. Y después: toma conciencia de la ciudad, del país del continente, de la luna, del univeeeeerso. Me encantaría. Me encantaría tomar conciencia del esfuerzo de mis gemelos ahora. Del banco de plaza gigante donde los nenes se trepan y las chicas se sacan fotos. Algo que me distraiga de este ruido, de estas alertas de google imparables, sobre cosas viejas y sin salida, sobre el hombre que me disponía a adorar con todo y la noche que no me pasó a buscar como habíamos arreglado y fue una hora o un millón de horas y hacía frío en el Konex y su llamado de no es tan grave y contestarle bueno seguí con tus amigos lo más campari yo me voy a mi reunión de Al-Anon ja-ja-ja soy muy sarcástica a veces y para qué me sirve semejante dispositivo simbólico si no nos sabemos la tabla del uno del amor.
Empiezo a levantar las rodillas hacia arriba, a dar zancadas con el viento de frente, la cara húmeda, más rápido, voy a ir más rápido. Adelante parece arriba, de tanto que cuesta llegar. Todo parece demasiado quieto o imposible de afectar. Me preocupa estar exagerando la respiración, que el cuerpo se desborde, gemir, qué pensarán de mí los otros corredores, las señoras con sombreros, los conductores con cinturón. Se me termina la vereda y pasan los autos como el obstáculo perfecto y veo el pasto más o menos libre de basura y voy, me acuesto, el cielo celeste celeste y el corazón se me sale, el césped me hace cosquillas en las axilas, el corazón me está haciendo un boquete y no me muero, esto es genial por lo absurdo y de alguna manera tiene sentido: no es que sea taaan fácil morirse, tampoco.