Sin apuro ni estrés: fuimos a descubrir los cinco barrios de Buenos Aires en los que te sentís «en el interior»

Desde el barrio más silencioso de la ciudad (comprobado) hasta otro con pasajes bellísimos/Vecinos que se conocen y hasta sillas en la vereda/Heladerías geniales (y un poco «setentosas»), negocios que duermen la siesta, y cielos abiertos/Para respirar un poco de paz hay que irse a trasmano. Además: qué locales tenés que conocer en cada uno

Flores y casas bajas: una casa de Versalles, el barrio menos ruidoso de Buenos Aires

 

Sin apuro ni estrés: fuimos a descubrir los cinco barrios de Buenos Aires en los que te sentís «en el interior». Por Verónica Ocvirk. Fotos: Matías Quintana.

Vecinos que se conocen, gente que no anda apurada como loca, menos neurosis en el aire, viejos negocios que, sin muchos cambios, siguen siendo convocantes y queridos, la  posibilidad de ver el cielo abierto, e incluso, poca sensación de riesgo. Todo lo bueno que asociamos con el Interior pero en plena Capital. Y sin embargo son lugares un poco secretos, cinco barrios que elegimos en MALEVA y que saben cómo bailar a otro ritmo en medio de un paisaje de casas bajas y calles arboladas. Villa General Mitre, Villa Santa Rita, Monte Castro, Versalles y Parque Avellaneda pueden leerse en el mapa porteño como un continuum hacia el oeste donde -tal vez justamente por estar un poco “trasmano”- es posible todavía respirar algo de paz. 

1) Villa General Mitre: con la sillita en la vereda (no dejen de conocer el canchero café Acacia Negra y probar la pizza del clásica El Balón) 

Está pegado a Paternal, y de hecho ambos barrios comparten idiosincrasia hasta el punto de confundirse. Referencias indiscutidas son el estadio Diego Armando Maradona (del club atlético -hoy presidencial- Argentinos Juniors), y también la “plaza de Pappo” (que queda en Juan B. Justo y Boyacá y cuyo nombre real es “Roque Sáenz Peña, pero sucede que casi todo en esa zona -incluida una estación de Metrobús- da en llamarse “Pappo”). 

En Villa General Mitre, sobre todo en las tardes de verano, la gente sale a tomar mate a la vereda. No hay tantas plazas, pero sí muchos árboles, también pehaches desvencijados y clubes de barrio como el Ciencia y Labor, que esconde una hermosa biblioteca. 

Para tomar o comer algo están la clasiquísima pizzería El Balón (como detenida en el tiempo y siempre concurrida, en la esquina de Bolivia y Gaona), el café Acacia Negra (con onda casi palermitana, en Bufano y Camarones) y el Bar de Antojos (un lugar muy pequeñito que en Magariños Cervantes 2509 vende unos alfajores de dulce de leche impresionantes). 

2) Villa Santa Rita: tierra de lindos pasajes, heladerías geniales y setentosas, y buenos cafés)

Lo más lindo que tiene Villa Santa Rita son sus pasajes, y dentro de esos pasajes el Granville, que es peatonal y está sobre Álvarez Jonte entre Cuenca y Campana, es el más lindo de todos con sus glorietas y su dama de noche tan perfumada. 

Santa Rita es un barrio muy verde pero sin plazas (ni una tiene) y algunas discretas pero interesantes propuestas gastronómicas como el café El Tokio (el “notable del barrio”, en el pasaje Tokio esquina Jonte, y para los que no les gustan los cafés de este estilo hay justo enfrente un moderno Bonafide); el Santa Rita Bar (en Cuenca y Elpidio, porque al fin y al cabo también en el interior cunden las cervecerías) y la parrilla A raja cincha (muy respetada en la zona con dos locales adornados con lucecitas de colores en Jonte y Viladerbó y en Cuenca y Beláustegui). 

Un poco caída del mapa pero a pocas cuadras -técnicamente queda en Villa del Parque- la heladería Luisito de San Nicolás y Santo Tomé no solo es digna de Villa Gesell de los 70, sino que además el helado viene con cubanitos. 

3) Monte Castro: el respeto a la siesta

El centro comercial de Monte Castro (sobre Jonte, más o menos entre Segurola y Lope de Vega) suele morir por completo a la siesta, prueba cabal de que estar en Monte Castro es, al menos un poco, como estar en el interior. 

Repletas de amorosas referencias en blanco y negro al local Club Atlético All Boys, las calles de este barrio para muchos desconocido (suele asimilarse a Floresta) destilan un encanto que remite a clima de pueblo. Al final de una galería comercial -Jonte 4767- la calesita de Don José viene deleitando a les chiques del barrio desde hace por lo menos 50 años (la atiende en persona el propio José, que tiene más de 80), mientras casi enfrente el café Madrilia ofrece en su piso superior un espacio limpio, prolijo y bien pensado para los peques. 

Una plaza de forma inusualmente alargada -la “Lafitte”, en Arregui y Allende- podría completar un potencial circuito infantil, en tanto se suman dos ineludibles paradas gourmet: la pizzería El Fortín (de culto, explota de gente de lunes a lunes en la esquina de Jonte y Lope de Vega) y el bar Olimpo (otro notable donde comer, por ejemplo, una picada observando la infinidad de objetos viejos que decoran el lugar). 

4) Parque Avellaneda: pensar en verde y la curiosidad arquitectónica del «microbarrio Alvear»

Salvo por la horripilante autopista que parte el barrio al medio, Parque Avellaneda suele resultar recontra tranquilo con su peculiar mix de viejas casonas y monoblocks. De hecho dicen los arquitectos que el sector que se conoce como “microbarrio Alvear” (entre Alberdi, Olivera, Directorio y Lacarra) permite observar diferentes “capas” que los planes de viviendas sociales fueron dejando en el entramado porteño.

Pero “la” referencia del barrio es el Parque Presidente Nicolás Avellaneda, enorme con sus 30 hectáreas, arboladísimo y construido sobre lo que alguna vez supo ser una estancia. Con una intensa movida cultural (que en muchos casos es autogestionada por los propios vecinos), el lugar alberga un patrimonio natural e histórico que lo vuelve digno de visitar. Tiene una zona muy pintoresca que recrea lo que fue el antiguo tambo, un “Jardín de meditación” y también varias esculturas. 

Poquísimos puntos gastronómicos hay para mencionar, entre ellos un café panadería en la esquina de Lacarra y Directorio y El bodegón de Olivera, que en la encrucijada de la avenida Olivera con Mozart y Remedios se presenta como un restaurante “bien de barrio” donde la especialidad es la parrilla. 

5) Versalles: donde habita el silencio 

Uno de los barrios con mayor cantidad de espacios verdes por habitante, uno de los de mayor altura de Buenos Aires y, de acuerdo a mediciones del gobierno porteño, el más silencioso en toda la ciudad. Versalles solo tiene tres avenidas -General Paz, Juan B. Justo y Jonte, aunque solo esta última lo atraviesa- y entonces es posible caminar cuadras y cuadras sin encontrarse siquiera un kiosco. 

En Versalles está el restaurante, hoy cerrado, donde se filmó El hijo de la novia (en Gallardo y Nogoyá), y también una de las locaciones de Esperando la carroza (por caso la gloriosa escena de las tres empanadas tuvo lugar ahí, en Echenagucía 1232). Desde Vélez, hacia Arregui y por la calle París se luce un bonito paseo verde que tranquila y golosamente podría terminar en la heladería Sandro, emblema de la zona en la esquina de Arregui y Lisboa. 

La parrilla A fuego lento -bien puesta y abierta todos los días, mediodía y noche, en Ruiz de los Llanos y Santo Tomé- se suma a otra propuesta gastronómica también caída del mapa, pero notable: la Posada de los Virreyes queda en realidad en Villa Real, está hermosamente ambientada y constata que al final el espíritu de un barrio no lo dan tanto sus límites geográficos como ese pulso natural que no se busca, solo se acompaña. 

Y vos, ¿en qué barrio porteño te sentís como en el interior? 

Fotos: la de Parque Lezama es gentileza Turismo GCBA.

 

Galería de fotos, por Matías Quintana para MALEVA: