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Subamos algunos pisos juntos (vamos a disfrutar del paisaje)

Hace varios años que mi vida baila alrededor de algunos conceptos que pueden sonar algo abstractos, pero tienden a hacerse bien concretos cuando vivís inmerso en ellos. Cosas de las que muchos hablan y que sin embargo no tantos aplican. Por ejemplo: la calidad de vida. Hace unas semanas tuve que hacer un trámite en un gigantesco edificio en el centro porteño. El lugar era realmente imponente, así que decidí subir algunos pisos por la escalera para admirar mejor la construcción y evitar los atestados ascensores. Un guarda de seguridad sonriente y grandote se me acercó corriendo: ¿a dónde vas por la escalera?

CARTAS DEL ESTE: PRIMERA ENTREGA

EL VARSOVIA PALACE/NOCHES DE VODKA Y REGGAE EN EL CAMPO POLACO/PASEOS EN UN VOLVO MODELO 80/REFLEXIONES SOBRE EL AMOR ENTRE BANDEJAS DE ARÁNDANOS. CRÓNICAS DE UN VIAJE ROMÁNTICO POR LA EUROPA ESLAVA Y ESCANDINAVA. POR GONZALO SÁNCHEZ

El invierno, estación polémica, me encanta por numerosos motivos

Valoro esa diversidad escenográfica y climática como si fuese un tesoro preciado. Entonces, mientras algunos desempolvan sus pasaportes y se preparan para perseguir el calor alrededor del globo terráqueo, yo desenfundo los tapaditos, lustro las botas, desovillo las bufandas y sonrío. El invierno, además, trae consigo una sensación de sosiego. Una cierta calma. Un permiso inexistente pero palpable, que nos afirma que está bien guardarnos un poco y correr menos, incluso en una ciudad enorme y voraz, como es Buenos Aires. Quiero contarles que también encuentro algo mágico en el recato que trae consigo el invierno. Porque la desnudez pasa a ser algo que hay que buscar bajo miles de capas.

¿Sería mejor que a partir de ahora no miraras a nadie?

Mientras el subterráneo atraviesa la tierra como un gusano y nos mece, un montón de gente y yo jugamos a no existir por un rato. Cada uno va sumergido en su burbuja: su libro, su teléfono, su computadora, su revista, su música, sus pensamientos, su sitio provisorio. Por momentos chocamos, claro; sentimos otros cuerpos y su calor correspondiente. Pero nadie se mira, “no sea cosa que”; y al final, ni siquiera esa proximidad nos conmueve. Nunca fui buena jugando este juego. No me malentiendan: me encantaría bajarme invicta. Lograr el cometido de no mirar a nadie; no arruinar la danza de la desconexión absoluta. Pero no puedo. Siempre, en algún punto, levanto la cabeza y miro.