Salta y Tucumán: así fue mi imperdible viaje en auto por la Ruta Norte del Vino (¡que repetiría mil veces!)

Desde la ciudad de Salta; sus famosas empanadas, la ruta 40, los omnipotentes cardones y el Torrontés, hasta Tucumán; sus quesos caseros, cabalgatas pintorescas y panorámicas únicas/ Crónica de viaje/ ¿Cuáles fueron las exclusivas bodegas que visitamos y cómo es el fascinante Museo de Luces de James Turrell?/ Tres noches en hoteles de lujo y un recorrido por el famoso mercado de especias que tenés que conocer/ Además, historias de personajes inolvidables y postales para encuadrar.

Salta y Tucumán: así fue mi imperdible viaje en auto por la Ruta Norte del Vino (¡que repetiría mil veces!). Por Catalina Cavallo.

Un recorrido en auto de cuatro días por el NOA (Noroeste Argentino) me llevó a conocer junto a MALEVA esta región de paisajes imperdibles, con gente trabajadora y vinos excepcionales, que no se trata únicamente del exuberante Torrontés y el icónico Malbec. La cultura gastronómica, que bien moldeada está por sus particulares productos nativos, el respeto y cuidado del medio ambiente, y el receptivo enoturismo (que viene creciendo con fuerza, sobretodo en la zona de Colomé y Cafayate) se conforman como tres pilares fundamentales del Norte, que no hacen más que invitar a viajar y aventurarse por estos caminos de gran altitud, cargados de historia y buen vino. Un destino ideal para tener en cuenta. En auto y a puro mate, te cuento cómo fue nuestro magnífico recorrido por el NOA, las postales a tener el cuenta, y los vinos que poco (y nada) tienen que envidiarle a los de la ruta mendocina. ¡Anoten!

1) SALTA LA LINDA: EL COMIENZO DE UNA GRAN AVENTURA, UN ROADTRIP HACIA LA RUTA 40 Y PARADAS CON VISTAS OBLIGATORIAS.

Nueve de la mañana llegamos al aeropuerto Internacional de Salta, y quince minutos más tarde, ya nos encontrábamos encarando la ruta –junto con la agencia Destino Argentina, un equipo de prensa, y Leo, nuestro conductor–, hacia una nueva aventura.
Cincuenta y siete kilómetros de sinuosos caminos por la ruta 33, entre valles y clásicas melodías, bastaron para llegar a nuestra primera parada panorámica: la
Quebrada de Escoipe. Imposible no sacar las cámaras y capturar la inmensidad de los cerros multicolores. Minutos después, retomábamos nuevamente la ruta para comenzar a subir por la fantástica Cuesta del Obispo, hasta la Piedra del Molino. A 3348 msnm, en la altura máxima de este tramo, se encuentra la Capilla de San Rafael y la auténtica e inmensa roca de moler, tallada en granito, que incrustada en la tierra, esconde una leyenda: dicen que cualquiera que toque la Piedra del Molino se librará de las malas energías que pueda uno estar cargando (nunca viene mal, ¿no?). A continuación, pasamos por el Parque Nacional de los Cardones, un predio de 64 mil hectáreas con cardones (cactus) que llegan a medir tres metros de altura y a tener entre ¡250 y 300 años! (es realmente impresionante, no dejen de pasar la foto). A pocos metros, se encuentra el Mirador del Nevado de Cachi. Desde esta parada panorámica se puede apreciar la vista hacia la montaña más alta de la región de los Valles Calchaquíes, con una altitud que llega a los 6380 msnm: la Cumbre del Libertador General San Martín. Es en esta parada donde se encuentra el tan aclamado Especiero, una fiesta de productos regionales a puro color y aromas –acá encontras pimentón, ají molido, comino y albahaca de primera–, que no pueden pasar desapercibidos para los fanáticos de la buena cocina.
Siguiendo el camino, una vez atravesada la
Recta del Tin Tin (una perfecta recta de 19 km de largo que atraviesa el desierto de los cardones), llegamos a la Ruta 40 y a nuestra primera parada oficial para almorzar: Cachi.

2) CACHI: EL COMIENZO DE LA RUTA 40: UN ALMUERZO EN EL PINTORESCO PUEBLO COLONIAL Y LA LLEGADA A NUESTRO PRIMER HOSPEDAJE.

Cachi es un auténtico pueblo rodeado de montañas de cinco mil metros que se desarrolla al pie del Nevado de Cachi y a orillas del cristalino río Calchaquí, que merece una parada más prolongada. El encanto y la calma que reinan en las calles, no hacen más que invitar a darse un gusto completo: almorzar unas buenas empanadas en el resto wine bar Oliver, acompañando con un vinito afuera en las mesas de la vereda, sobre la plaza principal, es la posta. La arquitectura de Cachi se caracteriza por el predominio de un estilo colonial, con calles angostas adoquinadas, con su Iglesia, el Museo Antropológico y Arqueológico Pío Pablo Díaz, su plaza principal, y su gran cantidad de casas hechas en adobe. Una parada para relajar, disfrutar bajo el sol, y pasear un par de horas hasta subir nuevamente al auto. Ya encaminados por la famosa Ruta 40 (para muchos «el esqueleto de la república» que une de Norte a Sur), pasamos por la zona de Molinos, para finalmente llegar a la primera estancia en Colomé.

3) ESTANCIA COLOMÉ: UNA EXPERIENCIA CERCA DEL CIELO CON UN HOTEL BOUTIQUE DE LUJO, UN MUSEO DE LUCES, Y UNA CENA EXCLUSIVA CON SU ENÓLOGO FRANCÉS.

Dentro de los rincones privilegiados de la provincia se asoma Colomé. Quizás por la pureza de su aire y el color de su cielo a miles de kilómetros de altura, o por las nubes que acunan a los viñedos. Lo cierto es que fue el suizo Donald Hess quien emprendió una travesía de búsqueda durante años, tratando de encontrar la mejor calidad de viñedos –en las zonas más altas y exclusivas alrededor del globo– hasta que llegó a Colomé. En ese momento supo que había encontrado lo que estaba buscando desde hacía tiempo, y fue en el 2001 que adquirió la bodega y comenzó a producir el vino de sus sueños. El predio, de casi cuarenta mil hectáreas, lo llevó a construir un hotel boutique de nueve habitaciones deluxe (con una vista sorprendente desde cada una de ellas)  para el turismo, y el Museo de James Turrel «el gurú californiano de la luz y el espacio» (como mecenas y coleccionista de arte, esto era algo que no le podía faltar).
Una vez que nos instalamos en nuestras habitaciones, la primera actividad fue la visita al museo. Un laberinto de cuartos y espacios donde la luz y los colores juegan con la percepción humana hasta el límite: una experiencia que emociona tanto como un buen vino con la mejor compañía. Otra visita obligada. Por la noche, nos reunimos para cenar con el enólogo francés Thibaut Delmotte, quien nos contó su historia de amor con Salta: en un viaje que emprendió solo como mochilero, llegó a Colomé, y sin pensarlo dos veces, ahí se quedó. La cena pasó de charlas a degustaciones: Torrontés, Malbec y altura máxima. No dejen de probar el Estate Torrontés y el 1831 Malbec, una delicia al paladar.
Al día siguiente, amanecimos en la calma del paraíso. Si me preguntan, da para quedarse en el hotel dos noches y disfrutar a pleno de la estancia, pero nuestra agenda marcaba seguir rumbo. Nuevamente encaminados por la ruta 40.

QUEBRADA DE LAS FLECHAS: NUESTRO PROPIO GRAN CAÑÓN ARGENTINO, UN PAISAJE DE LOCOS EN ANGASTACO, PARA CONTEMPLAR SIN LÍMITE DE TIEMPO.

Esta parada fue una de las que más me impactó. Y lo pongo como punto aparte porque merece una mención particular. Sobre la ruta 40, este trayecto de quebradas y cañones desde arriba del auto ya de por sí es espectacular. Pero imagínense caminar entre paredones gigantes, cual caminata lunar, con un paisaje de puntas en forma de flecha superpuestas (que tomaron esa forma por la erosión del viento), con un silencio y una quietud que solo se interrumpen por los sonidos del viento y el río Calchaquí. Una vista alucinante para cualquiera. La posta está en animarse a escalar un poco hasta algún punto panorámico, y detenerse por varios minutos a admirar esa belleza (que sí o sí hay que conocer). Casi una hora de cortas caminatas, escaladas, fotos y respiraciones profundas en ese escenario (que amé), para subir nuevamente al auto hasta nuestro segunda parada de almuerzo: Cafayate.

LA ESTANCIA DE CAFAYATE: UN ALMUERZO SOÑADO EN UN OASIS VERDE RODEADO DE VIÑEDOS, CAMPOS DE GOLF Y POLO, Y MONTAÑAS.

La Estancia de Cafayate en los Valles Calchaquíes fue concebida como un club de campo de quinientas cincuenta hectáreas, de carácter residencial y hotelero, famoso por su belleza natural y sus viñedos. Cuatroscientos lotes, con vistas espectaculares a los cerros andinos y a los campos de alfalfa, y cientos de casas exclusivas de diversas familias del mundo, bordean de par a par a espacios abiertos: una cancha de golf (reconocida dentro de las diez mejores del país y la mejor del NOA), una cancha de polo, un clubhouse con su restaurante de cocina internacional, y su hotel Grace Cafayate con su respectivo spa. Una experiencia celestial para pasar el día, o dos, y disfrutar de sus amenities.
Nuestra parada fue directo al restaurante: una mesa en su galería de atrás con vista abierta y verde hacia los campos, viñedos, la laguna, y las montañas por detrás. Un oasis como pocos. Como no podía ser de otra manera, empezamos con el Torrontés –el varietal emblema del Valle de Cafayate–. De entrada, pedimos unos langostinos rebosados, en salsa de soja, con rúcula y tomates picados, y una provoleta con pancenta, hongos y cebolla (tranqui). Y de plato principal (para maridar con el torrontés, claro) un salmón rosado sellado en costra de semillas, con wok de vegetales salteados y salsa teriyaki. Sí, recomiendo todo. De ahí, partimos a nuestra segunda parada: la bodega El Esteco.

BODEGA EL ESTECO: UN RECORRIDO POR LAS PLANTACIONES Y LA MAGNÍFICA BODEGA, UNA CATA EXCLUSIVA EN SU PATIO INTERNO, Y UN WINE EMOTION PARA CERRAR.

A más de 1700 metros de altura, en el Valle Calchaquí, El Esteco se posiciona como una de las fincas más tradicionales de Salta. Con una arquitectura colonial, la bodega se encuentra rodeada de viñedos con plantaciones artesanales, y una fuerte producción de vinos de alta gama. Nuestra guía y sommelier Mary Massa nos llevó por un recorrido entre las plantaciones, nos contó sobre los procesos vitivinícolas y la producción particular del Old Vine, Alta Gama, que se realiza con la uva «Criolla»: la elaboración de esta uva se realiza dentro de los «huevos», que son literalmente huevos gigantes (muy espectaculares de ver) hechos en concreto sin revestimiento ni hierro, que se arman como un huevo de pascua.
Una vez terminado el recorrido por la bodega, nos dirigimos con Mary al patio interno del Esteco (un espacio verde divino) para una cata exclusiva. Malbec, Cabernet, Torrontés, Blends. Y por si te quedás con las ganas de más, antes de irte podes pasar por la recepción y disfrutar del Wine Emotion, una máquina dispenser con distintas medidas de copa para probar los vinos más exclusivos de la bodega.

PATIOS DE CAFAYATE: UN WINE HOTEL DE LUJO Y UNA CENA BAJO LAS ESTRELLAS.

A pocos metros de la bodega, dentro de la misma finca, nos esperaba nuestro segundo hospedaje: Patios de Cafayate Wine Hotel. En medio de los viñedos y con los Valles Calchaquíes de fondo, el casco original de esta finca fundada en 1892 es parte y alma de lo que hoy es este hotel de campo, de treinta y dos habitaciones.
Patios internos (divinos) con fuentes y aljibes, bien de época, una sala de estar con un piano de cola y una propuesta culinaria integral: un desayuno buffet cafayateño, almuerzos con cocina a leña, pool bar con tragos y copetines, la hora del té con tortas y dulces de la zona, y la comida destacada de la noche.
Una vez instalados, pasamos al restaurante donde tuvimos una cena inmejorable. De entrada una sopa cremosa de calabaza, con hongos disecados y orégano, de plato principal una trucha al limón con ensalada verde, cascara de calabaza, semillas y tomates secos, y por último el postre (que se llevó todos los aplausos) lo pedimos para disfrutarlo bajo las estrellas en los livings de la galería: peras al vino Tanat granizadas en caramelo sobre una espuma cremosa, y una bocha de helado de vainilla con almendras confitadas (un mil).

TUCUMÁN: UNA BODEGA BAJO UN JARDÍN, UNA CAMINATA POR LAS RUINAS SAGRADAS, Y DOS FINCAS DE ENCANTO.

Amanecimos en Cafayate, nuestra última parada de Salta, para continuar por la Ruta 40 rumbo a Tucumán. La primera visita fue (sin escalas) a una nueva bodega, claro. Las Arcas de Tolombón consta de tres viñedos en los Valles Calchaquíes, y una bodega de alta gama diseñada por su mismo dueño, quien se inspiró en las mesquitas musulmanas para aislar los vinos de la amplitud térmica (un diseño muy particular por fuera). Unas escaleras desde la recepción nos conducieron a la cava, la cual enterrada bajo el jardín principal, logra conservar la humedad del riego y climatizarse naturalmente. Después del recorrido, subimos a catar diversos vinos de la etiqueta Siete Vacas (diez de la mañana, porque sí: siempre es horario para un buen vino). Nuevamente en la ruta, pocos minutos después, llegamos a la Cuidad Sagrada de los Quilmes, quienes se establecieron a mediados del siglo IX después de la era cristiana en esa región. Fue en 1888 cuando sus ruinas fueron descubiertas, y hoy en día es un punto turístico muy interesante para conocer su historia y visitar su Museo Arqueológico. Debido al calor matador y a la falta de tiempo no llegamos a subir a la ciudad distribuida sobre la colina, pero es un caminata cuesta arriba con una vista que vale la pena hacer. Nuestra siguiente parada fue una visita muy especial: la dueña y madre de la bio-bodega Luna de Cuarzo, Silvia Gramajo, nos recibió cerca del mediodía con un cálido y cercano recorrido por su finca. Sus pequeñas plantaciones arraigadas en la «Pachamama», en tierras madre de profunda cultura nativa, emanan todo el amor y la dedicación que Silvia les da –sobretodo en el momento de la vendimia, la cual (según Silvia) termina de definir la calidad del vino–. Además de ser natural y orgánica, su finca también se basa en la biodinamia, por lo que planifican la cosecha para que se realice en luna llena (por su amplitud cósmica). Su bodega subterránea, dentro de la Pachamama, crea condiciones ideales de temperatura natural para la elaboración de los vinos, que se caracterizan por resaltan el sabor, el color y el perfume de Colalao del Valle. Para el almuerzo, nos dirigimos a la finca Albarossa, para disfrutar de nuestras primeras empanadas tucumanas del viaje, y un asado de la ostia.

TAFÍ DEL VALLE: UNA CABALGATA POR LOS VALLES, UN HOSPEDAJE CON CENA Y PANORÁMICAS PARA ENCUADRAR.

Nos desviamos de la Ruta 40 hacia la 307, y continuamos viaje hacia Tafí del Valle, donde nos esperaban listos con varios caballos ensillados para dar un paseo por los valles. Un circuito  cuesta arriba de un par de horas, bastó para capturar panorámicas de lujo en las alturas. Una experiencia para conectar con la naturaleza que marcó la diferencia del viaje. A la vuelta, paramos a tomar un café y probamos los famosos alfajores de «La Quebradita» para dirigirnos por último a nuestro último hospedaje del trayecto: Estancia Jesuítica Las Carreras. Con más de 230 años, la estancia es uno de los cascos más antiguos de los Valles Calchaquíes, con una arquitectura que reflejada fielmente la herencia cultural de la zona. Para cenar, su restaurante «Los Alisos» nos esperó con todo preparado. De entrada, degustamos del famoso queso local de Tafí, envuelto en hoja de parra con orégano y tomates cherry, y de plato principal, la especialidad de la casa: sorrentinos rellenos de manzana y queso freso, con tomates cherry salteados con hongos de pino hidratados,  salsa de soja y parmesano. Una bomba para irse a dormir como un bebé. Al día siguiente ya arrancábamos para el aeropuerto de San Miguel de Tucumán, pero un par de paradas tentadoras nos hicieron amortizar los kilómetros de curvas y contracurvas.

EL FIN DE UN VIAJE PARA VOLVER A REPETIR: LAS CLAVES PARA HACER EL MEJOR REPULGUE CON LA CAMPEONA NACIONAL DE LA EMPANADA, UN ALMUERZO CON LA PANORÁMICA DESTACADA DE SAN MIGUEL, Y LA DESPEDIDA FINAL DEL VIAJE.

Como nuestro vuelo salía después del mediodía, nuestra vuelta desde Tafí a San Miguel podía dilatarse. Por eso nuestra primera parada fue en Famaillá, en «El Palenque»: la campeona nacional de la empanada (y del mejor repulgue), Valeria Velázquez, nos estaba esperando en su modesta cocina para darnos una cálida y divertida clase de cómo hacer el repulgue perfecto (anoten, la clave está en hacer trece repulgues) y agasajarnos con sus rellenos exquisitos de queso y carne que se llevaron todos los premios. Dicen que no hay como las empanadas salteñas, pero Valeria y la receta de su abuela sí que saben darles pelea. Y a modo de despedida, antes de llegar al aeropuerto, nos detuvimos a almorzar en el Hotel Sol San Javier, en donde no solo comí la mejor sopa de calabaza de mi vida (real), sino donde capturé una panorámica con mis propios ojos que nadie me puede borrar de mi memoria.

Galería: