Después de 150 días los bares, cafés y restaurantes de Buenos Aires pudieron re abrir parcialmente en formato vereda/Una reflexión del director de MALEVA sobre el sentido casi filosófico de poder volver a pasarla bien, del reencuentro con «miradas y voces» sin pantallas de por medio y de la «esencialidad» de un sector que logra algo no menor: que seamos felices un instante
Después de 150 días, los bares y restaurantes pudieron reabrir – en formato vereda -, en la Ciudad de Buenos Aires
«Por qué pienso que la gastronomía es una actividad (también) esencial y que su re apertura no es algo frívolo sino todo lo contrario». Por Santiago Eneas Casanello. Foto: Rodrigo Mendoza.
La semana pasada caminé varias cuadras, el miércoles, a eso de las nueve de la noche, por el barrio de Nuñez. La gente ya estaba encerrada, como aprendió a encerrarse estos meses. Al silencio lo interrumpían únicamente los caños de escape de las motos de las plataformas de reparto. La atmósfera me pareció triste. Una vida que no tiene nada que ver con nosotros. Lo único que que le puso un paréntesis a esa monotonía melancólica de una Buenos Aires apagada, irreconocible, fueron las lucecitas de dos cervecerías con sus mesas en las veredas y en donde sonaba música. Había algunas parejas y amigos conversando y pasándola bien. Pese a que era una noche fría y ventosa.
Desde ya que lo último que les debe haber importado era el estilo de la cerveza o la variedad de hamburguesas vegetarianas. Lo importante era el reencuentro. Lo esencial era recuperar una dimensión social del disfrute. Que es nuestra naturaleza. Nuestro instinto ancestral. Es algo muy profundo: es lo que, tal vez, le de gran parte de su sentido a la vida.
«El error es pensar que salir a pasarla bien es una frivolidad inaceptable dada la coyuntura. Es al revés: si hay algo que no es frívolo es querer sentarse en una mesa, con todo el protocolo que quieran, pero sentarse e intentar disfrutar por un rato. Después de tantas semanas de sufrimiento, de estrés, de los embates de una energía tanática desde que nos despertamos hasta que nos acostamos, tener esa posibilidad es vital. Es cosa seria…»
Escucho muchas opiniones y posturas que consideran a los miembros de una sociedad, a todos nosotros, como individuos que tienen como único fin producir e irse a dormir. La alienación más triste y descarnada. Especialistas en salud y dirigentes que promueven abrir “la mayor cantidad de actividades productivas” pero se siguen horrorizando con la apertura parcial (porque siguen prohibidos los salones, las terrazas, incluso los jardines) de los locales gastronómicos. Un cierre mucho más extenso que el de la enorme mayoría de los países occidentales y ni hablemos de Wuhan donde la están pasando bárbaro, todos amontonados en fiestas acuáticas o en recitales de música electrónica.
Muchos avalan esa posición y tildan de idiotas a los que “en medio de una pandemia” osaron salir a tomarse un café o un trago. Pero el error es pensar que salir a pasarla bien es una frivolidad inaceptable dada la coyuntura. Es al revés: si hay algo que no es frívolo es querer sentarse en una mesa, con todo el protocolo que quieran, pero sentarse e intentar disfrutar por un rato. Después de tantas semanas de sufrimiento, de estrés, de los embates de una energía tanática desde que nos despertamos hasta que nos acostamos, tener esa posibilidad es vital. Es cosa seria.
La gastronomía no sólo no es algo frívolo sino que es, en gran medida, una actividad esencial. Cada uno tendrá su propia perspectiva espiritual, o su filosofía, pero la vida no es algo eterno. Tal como nos lo recuerdan, con demagogia editorial amarillista, desde todos los medios de noticias este año publicando cada dos minutos la foto de un ataúd. La vida es incertidumbre. La vida es riesgo desde que nacemos. Y una muy poderosa razón para amarla. Para encontrarle sentido, son los pequeños placeres cotidianos. Que no pueden ser verdaderamente humanos si no son compartidos, cara a cara, con otros pasajeros de este viaje misterioso.
Nuestros bares, nuestros cafés, nuestros restaurantes, desde los más sencillos hasta los más elegantes, nos ofrecen esa posibilidad. Que por otra parte, tienen un protagonismo en el día a día de nuestro país, como no sucede en muchos otros lugares. A los argentinos nos encanta salir. Le encanta a mi padre “ir a tomarse un cafecito” después de cenar y le encanta a mi novia juntarse con las amigas, brindar con un aperitivo y contarse la vida. Desde Nuñez, en Buenos Aires, hasta Güemes en Córdoba. Desde Neuquén hasta la costanera de Posadas. Hay países y ciudades en los que la vida es más para adentro, más aséptica, más de pizza a domicilio. Pero nosotros tenemos la inmensa suerte de no ser así. Y es gracias a la gastronomía. A ese inmenso sector al que debemos agradecerle, que, pese a todo, vivir acá siga teniendo su encanto.
«Será con cuidado, será sin abrazos, será con un tapabocas escondiendo nuestra sonrisa, pero poder volver a pronunciar la frase “vamos a comer algo” o “vamos a tomar algo” no es superficial. Como lo definió un amigo: “es casi un antídoto”…»
La consigna de quedarse en casa puede tener una estricta razonabilidad epidemiológica durante una emergencia sanitaria. Pero lo que la gente acaba de demostrar, al haber colmado las veredas de los locales esta primera semana en la que la gastronomía pudo abrir sus puertas, es que ni los deliveries más ricos y originales, ni las series de más atrapantes, y ni hablar las sesiones de Zoom pueden reemplazar ni de cerca a la experiencia del encuentro. De la mirada y la voz sin pantalla de por medio. De permitirse un instante de goce. Será con cuidado, será sin abrazos, será con un tapabocas escondiendo nuestra sonrisa, pero poder volver a pronunciar la frase “vamos a comer algo” o “vamos a tomar algo” no es superficial. Como lo definió un amigo: “es casi un antídoto”.