«¿Por qué me disgusta (y no entiendo) al café instantáneo? Líquido oscuro, intomable e innecesario…»

¿Si el verdadero café ya es tan fácil de preparar, qué suma el instantáneo? Polémica en Twitter y una reflexión: ¿será que la moda compleja de preparar café, a lo barista y en casa, terminó provocando un renovado gusto por el tipo de infusión cómoda e insípida que el autor detesta?/Además: el filtrado, un paso más que nunca hay que resignar.

Para el periodista gastronómico, el café instantáneo implicar arruinar un producto natural para convertirlo en uno procesado. 

«¿Por qué me disgusta (y no entiendo) al café instantáneo? Líquido oscuro, intomable e innecesario…» Por Rodolfo Reich.

Hace unos días una usuaria de Twitter acusó a los amantes del café de snobs, advirtiendo que eran incapaces de disfrutar siquiera de un café instantáneo. Me sentí aludido: si bien hace unos meses yo mismo acusé a algunos baristas y cafeterías de ser snobs (opinión que mantengo intacta), esta vez me tocó estar del otro lado del mostrador, del lado de los acusados.

Realmente odio el café instantáneo, odio la supuesta “técnica” del batido (batir el polvo de café con azúcar antes de agregar agua), odio la repostería con café instantáneo, odio los cócteles con café instantáneo. Más de una vez pedí un simple café (por ejemplo, en un viaje en avión) para recibir en cambio un líquido oscuro e intomable, que sólo en apariencia parecía ser realmente café.

Voy más allá: no sólo me disgusta, sino que además no lo entiendo. El café, el verdadero, el que se vende molido en cualquier supermercado, ya es “instantáneo”. Granos molidos que tan sólo deben mezclarse con agua y luego filtrarse para tener una taza lista para beber. ¿Por qué entonces arruinar algo natural, un grano tostado y cuidado, tan fácil de preparar, para convertirlo en un producto procesado, más caro y feo. Ok, lo admito, esto de feo es subjetivo, pero seamos serios, es amargo, ácido… feo.

«No sólo me disgusta, sino que además no lo entiendo. El café, el verdadero, el que se vende molido en cualquier supermercado, ya es “instantáneo”. Granos molidos que tan sólo deben mezclarse con agua y luego filtrarse para tener una taza lista para beber. ¿Por qué entonces arruinar algo natural, un grano tostado y cuidado, tan fácil de preparar, para convertirlo en un producto procesado, más caro y feo…»

A contramano de la mejor gastronomía, donde cada vez se prioriza más la pureza de la materia prima, el café instantáneo implica sumar procesos a algo que no lo precisa: la industria primero debe preparar un café de verdad (muy concentrado) y luego quitarle el agua a ese café de verdad.

Esto se logra de dos maneras posibles: aplicando calor o, al revés, deshidratando por congelación. El resultado es un polvo soluble en agua. Es similar a lo que se hace con la leche en polvo, y como todos sabemos, a nadie se le ocurriría preparar un Nesquik con leche en polvo.

Incluso en este caso (el de la leche en polvo), se entiende por qué deshidratarla: es una manera de abaratar el transporte (por su menor peso) y facilitar su conservación en el tiempo. En el café, nada de esto es realmente necesario: los granos empaquetados soportan bien el tiempo y ocupan un espacio similar a su versión instantánea.

Hay un punto que merece atención en el tuit que mencioné en un principio; un punto que le da algo de razón a la persona que lo escribió: con la moda del café y con tanto especialista pregonando en redes, a veces pareciera que hacer un café en casa es difícil: requiere medir los granos de manera milimétrica, molerlos luego con un molino de duelas carísimo, tener una bellísima cafetera japonesa Hario, controlar con termómetro digital la temperatura del agua, etc, etc, etc.

Y no: todo eso es una estupidez, un juego solo apto para un nicho especialista que, justamente, termina alejando a mucha gente de poder beber café en casa, empujándolos a elegir esa caricatura que es el café instantáneo.

«Con la moda del café y con tanto especialista pregonando en redes, a veces pareciera que hacer un café en casa es difícil: requiere medir los granos de manera milimétrica, molerlos luego con un molino de duelas carísimo, tener una bellísima cafetera japonesa Hario, controlar con termómetro digital la temperatura del agua, etc, etc, etc. Y no: todo eso es una estupidez…»

Por suerte, hacer un rico café hogareño es fácil y no precisa de extravagancias. Tan sólo es necesario un buen café molido (sí, cuanto mejor sea el café más rico será el resultado, pero lo mismo pasa con el vino, con los salames, con el chocolate, bah, con cualquier cosa que comamos). A ese café se le debe agregar agua caliente y luego filtrarlo. Listo.

Es así: preparar café de verdad es muy fácil, casi tanto como hacer el soluble, apenas requiere un único paso extra, el filtrado, que se puede lograr con uno de esos filtros de tela que se venden en cualquier super o almacén de barrio por apenas $100 y que duran cientos de usos.

En dos minutos podés tener un rico café en tu taza. ¿Realmente precisás algo más “instantáneo” que eso?

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Sobre el autor de la nota: Rodo Reich (@rodoreich) es periodista. A los 25 años probó una sopa tailandesa que le rompió la cabeza y desde entonces reflexiona sobre gastronomía en medios como La Nación, Brando, Página12, MALEVA y Radio con Vos. Tuvo un bar, un catering y cada tanto escribe algún libro.

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Foto destacada: gentileza Unsplash (PH Robert Shunev)