El Saldías fue un mercado de frutas
La primera vez que fui a Saldías fue para el festival POLVO. Entré una noche de llovizna por un callejón oscuro que iba directo al escenario. Y a los costados birra, foodtrucks, y los murales recién terminados de aquel día. “Esto es una masa”, tiró uno de mis amigos, con su típico énfasis en la m. Y sí, era eso. Un lugar perdido en el límite de la ciudad, con mucha onda, donde alguna vez tocaron los grandes (el Flaco, Charlie, Lebón, Fito, Cerati, quien se te ocurra) y que hoy se reciclaba también para recitales.
Esta vez fui de día. Entré un martes por un callejón impecable hasta el despacho (porque no encuentro una mejor palabra para describir el cambalache de oficina salpicada de cuadros, fotografías, dedicatorias, un Grace Kelly intervenido, un elefante de cerámica levantando un premio de $100 al aire) dónde me esperaba, sin acordarse de que me esperaba, Lucas Pombo.
No pega mucho con la estética general: pantalón de vestir y camisa, con un habano prendido, tomando red bull, se describe como un músico frustrado devenido en operador logístico y de almacenaje que toca la guitarra y, alardea, bastante mal. Cuenta que el polo cultural empezó como un hobbie pero de repente el pasatiempo se convirtió en más importante que el negocio. “Paso 15 horas por día en este lugar”, me dijo, confesándome su amor por este espacio que tiene casi tantos años como horas le dedica.
«Hay fotógrafos, pintores, una chica que hace muebles, otro que hace púas. Hay espacios comunes, estudios. Son módulos que se toman (no les gusta usar la palabra alquilar) mensualmente y ese módulo a su vez lo podés compartir con otras bandas o disciplinas. Se da una sinergia increíble, casi de familia, y se aprovecha cada centímetro del espacio, que no sobra. La esencia de Saldías está en el compartir: a veces con más ganas, otras con menos, me había explicado JP.»
“Un día me agarró un buen amigo mío, Gastón Manes, y me preguntó qué fue lo más importante que hice en mi vida”, recordó, “lo miré confundido hasta que me dijo: Saldías. Saldías es lo más importante que hiciste en tu vida.”
Entendí que mi impresión fue totalmente errónea esa primera noche de lluvia. El Polo Cultural Saldías es un oasis artístico. Una incubadora de artistas compuesta por 68 espacios que solían pertenecer a un mercado de frutas.
“Sin espacio nada sucede. Es un eslogan que inventé que gustó a todos. El vivirlo es tenerlo, usarlo, mantenerlo, cuidarlo, porque es nuestro. La verdad que es nuestro. Y si no existiese creo que muchos estarían haciendo otras cosas”, me compartió JP, uno de los músicos del lugar que ocasionalmente maneja las redes.
El edificio tiene magia. El centro cultural nació por pura ley de atracción: la sensibilidad y pasión por la música de los hermanos Pombo y las salas disponibles, atrajeron sin mucho esfuerzo a un enorme nicho de artistas dispuestos a hacer la vista gorda a las dificultades que presentaba la zona.
Sin embargo, todo el resto funciona a base de esfuerzo. Desde un entrepiso de esta construcción sin horarios, el sonido de un bajo rebota por el cerrojo de la puerta, golpes de platillos se escapan por las rendijas y se escucha el trabajo constante. Fue lo primero que Lucas, como coordinador general del centro, me aclaró: “Esto no es un centro recreativo. Son la mitad artistas, la otra mitad disciplinas relacionadas al arte, todos en la vanguardia de lo que hacen. Se requiere de profesionalismo”.
«Pero yo creo que el protagonista escondido es el elemento social del proyecto: todos los empleados del lugar son del barrio. Y durante los festivales que se organizan, la gente del barrio Saldías, junto a la villa 31, participa en todas sus expresiones. “La idea no era desembarcar como una nave espacial, esto es parte del barrio. Somos parte de este lugar”, reflexiona Pombo.»
Hay fotógrafos, pintores, una chica que hace muebles, otro que hace púas. Hay espacios comunes, estudios. Son módulos que se toman (no les gusta usar la palabra alquilar) mensualmente y ese módulo a su vez lo podés compartir con otras bandas o disciplinas. Se da una sinergia increíble, casi de familia, y se aprovecha cada centímetro del espacio, que no sobra. La esencia de Saldías está en el compartir: a veces con más ganas, otras con menos, me había explicado JP.
Pero yo creo que el protagonista escondido es el elemento social del proyecto: todos los empleados del lugar son del barrio. Y durante los festivales que se organizan, la gente del barrio Saldías, junto a la villa 31, participa en todas sus expresiones. “La idea no era desembarcar como una nave espacial, esto es parte del barrio. Somos parte de este lugar”, reflexiona Pombo.
Es por eso que el proyecto que se está cocinando de hacer del Polo algo internacional es tan ambicioso. El objetivo es el mismo: elegir una zona, junto a un socio local, con un trasfondo social que requiera integración al resto de la comunidad. Tomar algo que está en desuso, transformarlo, revalorizarlo y mantener su esencia. Como si fuese el meatpacking district de Nueva York.
“Nuestro socio es un realtor de Chile al que le faltaba el know how de lo que hacemos. Cuando vino acá y vio esto no entendía nada. Y es que esto no existe en ningún lado”, concluye Lucas, “es coworking creativo, como si aplicases el mismo sistema de Wework, Rebook, las grandes, pero artístico. El resultado son 500 pibes que vienen a pasarla bien, pero, en definitiva, a entrenar su talento.”
Te recomendamos seguir la playlist del Polo Cultural Saldías en Spotify, donde podés descubrir el talento de los músicos que pasaron por ahí: https://open.spotify.com/user/11131391595/playlist/7yTky3TBwDTE7e2ioEiUbE?si=cYuV8KQwRyiDCy-_CPIufQ