«No estamos solos en el mundo: ¿por qué la empatía es nuestra emoción más natural y potente»?

¿Por qué nos duele ver a alguien sufriendo y por qué nuestro cuerpo se agita cuando ayudamos a los demás?/¿En qué momento nos confundimos como especie y nos volvimos (exclusivamente) egoístas?/¿Por qué incluso Darwin habló más de amor y cooperación que de competencia?/Además: ¿por qué desde lo puramente material es imposible ser feliz?/En esta nueva columna exclusiva para MALEVA, Alexia nos lleva a pensar un poco más allá y cuestionar nuestro «sentido común»

Vendría bien recordar, reflexiona Alexia, que incluso Darwin habló más de amor y cooperación que de competencia 

«No estamos solos en el mundo: ¿por qué la empatía es nuestra emoción más natural y potente»? Por Alexia Martinez de Hoz.

El último mes, el mundo sangró un poco más. A todos nos duele cuando vemos el sufrimiento de cerca pero también el que vemos a través de una pantalla, como sucede con las historias de la pandemia o el conflicto entre Gaza e Israel. 

¿Por qué sentimos esa emoción una y otra vez de una realidad de la que estamos tan lejos? ¿Qué tengo que ver yo con un problema que supuestamente me es ajeno? ¿En dónde inicia el conflicto entre nosotros como especie?

Cuando vemos a alguien sufriendo, lo sentimos también. Esto se debe en parte a las neuronas espejo. La ciencia las estudia como una razón neurocientífica subyacente de por qué sentimos compasión por otras personas y son un posible punto de partida para entender la empatía. Estas neuronas ponen en funcionamiento los mismos circuitos cerebrales de la persona que estamos observando. Nuestro nervio vago se dispara, se nos infla el pecho, tenemos una sensación en la garganta, los ojos se cristalizan y nos cae una lágrima. Como una sensación de éxtasis que nos dispara el querer ayudar al otro. La naturaleza humana es asombrosa si podemos sentir eso que nos vincula con los demás.

Desde una mirada energética, nos duele lo que le pasa al otro porque todos estamos conectados dentro de un mismo gran campo de energía y lo que pasa a nivel colectivo lo sentimos individualmente. El astral colectivo es el campo en que coagula toda la energía a nivel especie. Determinada masa crítica en el inconsciente colectivo materializa esa energía, sea de alta o baja frecuencia. Nuestra mente fija esas ideas a través de un pensamiento-forma, y cuanto más vieja es la forma, más energía acumuló y más fácilmente se materializa. Ideas que abonen la separación pueden estar rondando en nuestro campo energético colectivo hace mucho tiempo y cada vez es más fácil que se materialicen.

«El problema cuando solo prestamos atención al mundo material es que pasamos a existir en un campo energético de emociones muy bajas también, como el egoísmo, la ira y la tristeza. El mundo material y las emociones bajas comparten las mismas ondas electromagnéticas de baja frecuencia. Intentamos llenar ese vacío desde lo material (cosas, lugares, personas) para sentir felicidad y no lo logramos…»

Todo conflicto surge a partir de una idea de separación. Esta, atraviesa a todos los seres humanos desde que nos separamos del útero materno al nacer. Es nuestra herida inicial, que luego se afirma bajo el paradigma científico materialista newtoniano: si la única realidad es la que puedo ver y tocar, los límites entre una cosa y otra son donde empieza y termina lo tangible, y en el medio, hay un vacío que lo separa.

Así, se genera una desconexión con todo lo demás o “el otro”. Creemos que estamos separados del resto de nuestro ecosistema cuando en realidad somos parte de él.
Esas ideas se fijan astralmente y se materializan luego de muchos años de creencias implícitas, como por ejemplo que la competencia es nuestro valor más alto y la cooperación el menos estimado. En las culturas antiguas indoamericanas, estos valores sociales eran justamente al revés. De hecho, consideraban una enfermedad a la competencia más allá de ciertos límites. Le decían “wetiko”, que significa egoísmo, a lo que traían los colonizadores.

El problema cuando solo prestamos atención al mundo material es que pasamos a existir en un campo energético de emociones muy bajas también, como el egoísmo, la ira y la tristeza. El mundo material y las emociones bajas comparten las mismas ondas electromagnéticas de baja frecuencia. Intentamos llenar ese vacío desde lo material (cosas, lugares, personas) para sentir felicidad y no solo no lo logramos así, sino que buscamos proteger esas cosas del otro y creamos un conflicto en pos de defenderlas.

La ciencia del último siglo tuvo grandes avances en cuanto al conocimiento de la realidad, descubriendo que ésta no es únicamente la que podemos ver y tocar. De hecho, el 99,999% de un átomo es vacío, es decir, energía. Solo ese infinito centésimo restante es materia. Nuestros antepasados lo sabían, pero principalmente en Occidente tuvimos una interpretación sesgada sobre cómo funciona la naturaleza. Todas las partes están conectadas formando una gran red, desde un micelio hasta una galaxia.

Cuando Charles Darwin escribió El Origen del Hombre, su segundo libro sobre la evolución, escribió solo dos veces acerca de la supervivencia del más apto y mencionó casi cien la palabra amor. Hacia el final de su vida, se dio cuenta que había aspectos que no encajaban en su teoría. El altruismo era incompatible con el egoísmo competitivo. Sin embargo, nos hemos estado contando una sola parte de la historia. Aquella que se popularizó. Quizás para poder justificar la supremacía y la jerarquía como supuesto orden natural de las cosas.

La competencia es solo una cara de la moneda. Cuando observamos el reino animal, la cooperación es ejercida diariamente en el grupo para asegurar su supervivencia. Nuestra evolución como especie no fue a base de colmillos y fuerza sino gracias a la habilidad de cooperar y cuidar de los otros. Nuestra forma de pensar ha afectado enormemente al mundo.

Aceptamos la peligrosa idea de creer que los seres humanos pertenecemos a una especie separada del resto de los seres vivos y de nosotros mismos. Hay quienes dicen que, si aún hay personas en la Tierra dentro de 300 años, no vivirán de la forma en que vivimos ni pensarán de la forma en que pensamos. Toda cultura se enfrenta a los límites del crecimiento y muere o se reinventa. Si la compasión es el instinto más fuerte de la naturaleza humana, ¿en qué momento la perdimos?

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Foto: gentileza Unsplash (PH, Andriyko Podilnyk)