En una nueva entrega sobre coctelería y bares de su serie para MALEVA «A fondo blanco», Natalia Torres mete el dedo en la llaga en un debate que sacude a las barras (y a sus fieles clientes): ¿cuánto hielo tiene que llevar un trago?/Además: el efecto Dunning-Kruger, y los beneficios inesperados (para los escépticos) de que no falten los cubos necesarios
Un cóctel preparado de la manera adecuada siempre debe llevar hielo hasta el tope del vaso.
Las fake news del hielo: ¿un buen trago tiene que llevar hasta el tope o es una oscura conspiración mundial de los bartenders? Por Natalia Torres.
“Si el hielo flota es porque la bebida tiene algo”, decía un tuit con el que me crucé hace un tiempo, claramente diseñado para la difusión irreflexiva fogoneada por una era de precauciones extremas.
No pude evitar retuitear para aclarar: más allá de que por leyes físicas el hielo siempre flota, si lo hace de manera demasiado visible es porque ese “algo” que tiene la bebida es un mal bartender.
Un cóctel preparado de la manera adecuada siempre debe llevar hielo hasta el tope del vaso. Si hay poco, por volumen el hielo va terminar «perdiendo» contra el líquido, que lo derretirá aguando la bebida. Si la cantidad de hielo es la adecuada, garantizamos dilución y temperatura ideales porque la proporción estará equilibrada.
Mi explicación en Twitter, a su vez, convocó a un usuario ansioso de rebatirla, acusándome de que (cito) “el establishment de los bares” me había convencido de que un cóctel correctamente preparado debe tener mucho hielo.
Imaginé una oscura cofradía de bartenders pactando a nivel mundial el uso masivo de hielo, con el macabro fin de quitarle a cada trago unos buenos mililitros de alcohol y, al final de cada servicio, componer una gigantesca olla de ponche y no compartirla con nadie.
Esta especie de discurso conspirativo sobre el hielo está más extendido de lo que uno pensaría y desafía la lógica. Y, en cierta forma, se apoya en el denominado “efecto Dunning-Kruger”.
«Imaginé una oscura cofradía de bartenders pactando a nivel mundial el uso masivo de hielo, con el macabro fin de quitarle a cada trago unos buenos mililitros de alcohol y, al final de cada servicio, componer una gigantesca olla de ponche y no compartirla con nadie. Esta especie de discurso conspirativo sobre el hielo está más extendido de lo que uno pensaría…»
Este sesgo cognitivo, descrito por los psicólogos sociales David Dunning y Justin Kruger, apunta a que algunas personas a veces sobre estiman sus conocimientos y habilidades en ciertos campos especializados, incluso por encima de los que efectivamente se desempeñan en esos campos. Esta superioridad ilusoria lleva a sólidos convencimientos con poca o ninguna base real.
¿Y cuál sería la base, entonces, para que un consumidor desconfíe del saber de un bartender honesto que gastó horas de trabajo y estudio? Sander van der Linden, psicólogo de la Universidad de Cambridge, ofrece una explicación convincente que puede aplicarse tanto a este caso como a la creencia en fake news o en cualquier teoría tirada de los pelos. Citado en la revista National Geographic, apunta que cuando algunos eventos tienen explicaciones simples aunque totalmente falsas, para muchos eso ofrece una falsa sensación de control.
Pero, aunque ser un converso a cualquier religión a veces se siente un poco como rendirse, más simple aún es escuchar la voz de los que vieron la luz.
“Me pone contenta recibir mensajes de gente que no necesariamente se prepara cócteles complejos sino que se toma un fernet o un whiscola, y se da cuenta del hecho de que poner más hielo en el vaso te permite usarlo para más de un trago y que los sabores perduren más en el tiempo”, me supo contar Agus Blanco, divulgadora coctelera y evangelizadora constante de las bondades del hielo. “Desde que lo empezás hasta que lo terminás va a tener la misma temperatura, y además van a abrirse mejor todos los aromas”.
Foto: gentileza Unsplash ph GhenGen Lin