«Las escuelas «mata creatividad» o por qué seguimos educando igual que hace doscientos años»

La escuela que surgió en Prusia a finales del siglo XVIII no sirve más, dispara Alexia Martínez de Hoz en una nueva columna para MALEVA

«Las escuelas «mata creatividad» o por qué seguimos educando igual que hace doscientos años». Por Alexia Martínez de Hoz.

En 2020 la actividad económica y social del mundo se detuvo. Consigo, tuvimos la oportunidad de reflexionar nuestros hábitos, relaciones, nuestro estilo de vida y vocación. Aprovechamos el momento – o nos vimos obligados- para repensar nuestras formas de trabajar, de cuidarnos a nosotros mismos, al planeta,y un sinfín de otros aspectos de la vida.

Viendo esto, me pregunto, ¿no hicimos lo mismo con nuestra manera de educar y de educarnos? Si la educación es la base para el desarrollo integral de toda persona, ¿por qué lo seguimos haciendo de la misma forma que hace doscientos años?

La escuela, tal y como la conocemos, surgió a fines del siglo XVIII en Prusia. Allí, el despotismo ilustrado creía que todo era para el pueblo, pero sin el pueblo. Buscaba que éste fuera dócil, obediente y preparado para las guerras. Fue la época en que surgieron las naciones.

«Esta organización jerarquizó materias y disciplinas consideradas más importantes que otras por ser útiles para el trabajo en la fábrica. ¿Te suena? Lo más probable es que cuando eras niño te hayan alejado de manera gentil de aquellas cosas que te gustaban con el argumento de que nunca ibas a conseguir trabajo “de eso”. Sobre ello, recomiendo leer la historia de Gillian Lynne, la coreógrafa icónica detrás del famoso musical Cats…»

Tiempo después, la revolución industrial tomó las bases de este modelo político frente a la necesidad de crear una fuerza laboral masiva para el enorme complejo industrial que estaba surgiendo. Así, la escuela se organizó como un sistema según los principios de la producción en masa taylorista: agrupación, estandarización, conformidad y selección.

Esta organización jerarquizó materias y disciplinas consideradas más importantes que otras por ser útiles para el trabajo en la fábrica. ¿Te suena? Lo más probable es que cuando eras niño te hayan alejado de manera gentil de aquellas cosas que te gustaban con el argumento de que nunca ibas a conseguir trabajo “de eso”. Sobre ello, recomiendo leer la historia de Gillian Lynne, la coreógrafa icónica detrás del famoso musical Cats.

Dos siglos más tarde, la educación sigue siendo la misma que aquel entonces con otros matices: una herramienta para formar trabajadores útiles al sistema y conservar la estructura de la sociedad. El gran problema de esto es que miramos a las personas como mecanismos a través de los cuales extraer valor.

Y como cualquier sistema de producción industrial en masa, lo que no sirve se desecha. Ayer, quienes no estuvieran preparados para la tarea orientada eran apartado. Hoy, el alumno que no responde a la currícula es estigmatizado. Pero no es el estudiante el que fracasa sino el sistema que está mal planteado.

Cuando estereotipamos a las personas con una visión limitada de sus habilidades generamos una gran concepción de incapacidad en ellas. Esa es la narrativa que mantiene la educación actual: una programación muy bien estructurada para integrar a las personas al sistema. Y a este, no le interesa el ser humano como individuo. La escuela concebida así, mata la creatividad.

Por eso, es tan importante alejarnos de la idea de estandarización y entender que el potencial individual de cada persona es tan diferente como cada uno. Albert Einstein fue un ejemplo de ello y como bien dijo, “si juzgas a un pez por su capacidad para trepar un árbol, pasará la vida creyendo que es un estúpido”.

Todo este paradigma, aleja la posibilidad de descubrir el talento que hay en cada uno. Dones naturales y diversos tan necesarios para construir las sociedades del futuro. Pero para que estos surjan, se deben crear las condiciones y circunstancias para su desarrollo.

No se trata de mejorar un modelo obsoleto, sino de transformarlo. Repensar todo aquello que damos por hecho, por más obvio que parezca. Las comunidades humanas dependen de una diversidad de talentos, no de una concepción única de la capacidad; y de su poder creativo, algo que llevamos innato por naturaleza.

«Por eso, es tan importante alejarnos de la idea de estandarización y entender que el potencial individual de cada persona es tan diferente como cada uno. Albert Einstein fue un ejemplo de ello y como bien dijo, “si juzgas a un pez por su capacidad para trepar un árbol, pasará la vida creyendo que es un estúpido…»

La inteligencia creativa casi siempre ocurre a través de la interacción de cómo ven las cosas diferentes disciplinas. Estudiar no es un acto de consumir ideas y repetirlas, sino de crearlas. Alentar mentes inquisitivas, abiertas, creativas y disruptivas.

La pandemia nos dio la oportunidad de repensar aquellos viejos hábitos que repetimos automáticamente sin esfuerzo. Debemos pasar de ser enseñadores a educadores. Educar con sentido, de manera personalizada, alimentando el espíritu y la pasión. Pues casi siempre, las personas son muy buenas en lo que verdaderamente les importa.

Seamos los agricultores de las mentes del futuro para construir sociedades más conscientes, formar personas más plenas y capaces de resolver las problemáticas del mañana que ya están aquí.

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Foto: gentileza Unsplash (Museums Victoria)