Juntos – en el ballet – son tan perfectos

Piano y ballet en la Gala Internacional del Colón este año

 

Juntos – en el ballet – son tan perfectos. Por Luciana Schnitman.

Asciendo incontables escalones sobre unas plataformas de doce centímetros, intentando no perder la elegancia ni el equilibrio, hasta llegar al cuarto piso del Teatro Colón, donde una señorita (muy delicada, por cierto) me conduce hasta mi butaca. Voy a ver la Gala Internacional de Ballet, temporada 2013.

Como tantas otras veces llego a destino sobre la hora; o justo a tiempo, si miramos el vaso medio lleno. Las enormes cortinas rojizas (y sus bordados dorados) ya están abiertas de par en par. Todo es oscuridad, con excepción de un solo reflector que los persigue a ellos sobre el escenario; y todo es silencio, salvo por la música que les marca el compás.

La quietud envuelve a la audiencia como si fuese un manto cálido y espeso. Se trata de esa ausencia de movimiento y de sonido que solo provocan el horror o, como sucede en este caso, la belleza extrema; esa que conmueve. Esa que nos atraviesa. La que nos aprieta el corazón y nos hace sentir afortunados por estar vivos, presentes, en un preciso momento y lugar.

 

«O porque tengo frente a mí a un hombre y a una mujer capaces de interactuar sosteniendo una armonía sobrenatural. O porque hacen falta dos para que todo lo bello se despliegue; porque es preciso poder coordinar y moverse en equipo. Por la reciprocidad. Porque lo maravilloso no es uno, ni el otro; sino ese “entre” que se arma gracias a ambos; es ahí, justamente, donde sucede la magia.»

 

Bajo la (ya mencionada) luz persecutoria una parejita de bailarines ejecuta su danza, etérea e inmaculada. Delicados pero vigorosos. Pareciera que se mueven muy lejos, en un mundo paralelo falto de gravedad. Se entrelazan una y otra vez, en un perfecto equilibrio entre el cielo y la tierra. Cada movimiento es admirable.

Desde mi asiento, inmersa en la oscuridad, pienso: ¿Qué sería de ella sin él, y que sería de él sin ella? Juntos son tan perfectos. Él la guía con dulzura y, cuando la hace girar como un trompo, los brillos del tutú coquetean con los reflectores y emanan chispas de colores, hipnotizando a la audiencia. Ella se entrega, se deja llevar; subir, bajar, mover, rotar, y de vez en cuando aterriza sobre él como si fuese un ave, hermosa y liviana, solo por un instante, para juntar impulso y remontar vuelo nuevamente.

Por unos pocos minutos (el tiempo que dura la pieza) me olvido de todo y me pierdo en una especie de cuento de hadas; una historia fantástica en donde las palabras sobran. Y no podría explicar exactamente por qué pero se me infla el pecho, como conmovido, y comienzo a sentir que esa pieza de ballet, tan exquisitamente ejecutada, se parece mucho al amor.

Tal vez sea porque hay en aquello que estoy viendo algo conmovedor. O porque tengo frente a mí a un hombre y a una mujer capaces de interactuar sosteniendo una armonía sobrenatural. O porque hacen falta dos para que todo lo bello se despliegue; porque es preciso poder coordinar y moverse en equipo. Por la reciprocidad. Porque lo maravilloso no es uno, ni el otro; sino ese “entre” que se arma gracias a ambos; es ahí, justamente, donde sucede la magia.