El Carousel del artista ruso Fyodor Pavlov Andreevich que se expuso en el Faena Arts Center durante sólo 5 días (del 21 al 25 de mayo) fue para el público una experiencia de impacto, difícil de describir. Había que vivirla, tal vez no para entenderla, pero sí para dejarse provocar por su propuesta. “La travesía colectiva entre performance y la instalación artística”, en palabras de su curador Marcello Pisu, sucede en una calesita de madera – realizada por el arquitecto croata Marco Brajovic – en la que nueve artistas de varios países realizan performances en interacción con el público, mientras la instalación de doce metros de diámetro gira sin parar. El mecanismo es activado por tres bicicletas que pedalean voluntarios del público y cada quince minutos cambian los ciclistas y el sentido de rotación del carrousel.
«Las performances van de lo bizarro a lo sórdido, de lo poético y afable a lo violento, de lo que produce empatía a lo que produce rechazo. Ninguna deja indiferente al público.»
Las performances – a cargo de Eduardo Alcon Quintanilha, Bhagavan David Barki de Lima, Chuyia Chia, Eloise Fornieles, Andrés Knob, Lolo y Lauti, Belén Romero Gunset, Joshua Seidner y el mismo Fyodor Pavlov Andreevich – van de lo bizarro a lo sórdido, de lo poético y afable a lo violento, de lo que produce empatía a lo que produce rechazo. Ninguna deja indiferente al público. Porque el público participa y la escena se vuelve una gran performance colectiva, una insólita secuencia circular en la que a las distintas emociones se les suma cierto mareo.
Y la timidez que irrumpe, de un modo u otro, en todos. La mayoría baja la mirada cuando un tipo golpeador se te acerca y te mira sobrándote, invitándote a defender – si te animás “porque sos un cobarde” – a una chica indefensa a quien maltrata (una de las chicas del público se subió a pegarle); o cuando te ofrecen hacer zapping en unos videos que muestran animales que se matan unos a otros, proyectados en los pechos desnudos de una chica que camina en una cinta, en un entorno vegetal; o cuando tenés que tirarte en una cama a oscuras con un desconocido (en el caso de este cronista, un señor) y de repente sobre tu cabeza se ilumina una figura e irrumpe, espectral, una mujer que te mira fijo.
«La sensación al terminar la performance, cuando salís y caminás por las calles frías de Puerto Madero, es que estuviste en otra dimensión pero que de algún modo te es familiar, como si ese territorio alucinado, fuera parte de nuestro propio inconsciente.»
También lo bello como una artista (Chuyia Chia de Malasia) que te pide que escribas un pensamiento sobre el tiempo y se la abroches en su brazo. El concepto de la obra es una gran reflexión sobre el significado de la vergüenza. La sensación al terminar la performance, cuando salís y caminás por las calles frías de Puerto Madero, es que estuviste en otra dimensión pero que de algún modo te es familiar, como si ese territorio alucinado, fuera parte de nuestro propio inconsciente.