De «juguito» a los vinos más cool: la revancha épica de las cepas criollas / ¿Cómo pasaron del desprecio a la moda total? Fans (y advertencias)

Son los vinos más antiguos de Argentina y después de décadas de idas y vueltas, se convirtieron en los vinos más deseados por los jóvenes y en los bares de vinos de moda/¿Qué explica este «movimiento»?/¿Son el vino «perfecto» en esta época?/¿Valen su precio?/Además: testimonios de los que saben y cuatro etiquetas super recomendadas.

Los vinos criollos – frescos, ligeros, muy bebibles – matchean a la perfección con el gusto por el «vinito» de los jóvenes argentinos en esta época. 

De «juguito» a los vinos más cool: la revancha épica de las cepas criollas / ¿Cómo pasaron del desprecio a la moda total? Fans (y advertencias). Por Paula Bandera para MALEVA.

A vos, pebete, a vos que te pedís una botella de Criolla con tus amigos en el bar de vinos más canchero de Chacagiales y crees que estás tomando algo nuevo… sería una buena intro para un sketch de Irma Jusid, déjenme completar el remate: resulta que eso que estás tomando es lo más viejo en la historia del vino.

Sí, las variedades criollas nacieron en este suelo albiceleste, muchísimo antes de que llegaran las cepas europeas a destronarlas. “Hacia el 1700, en la época de la vitivinicultura colonial, las únicas cepas que se utilizaban eran las criollas, había una hegemonía, pero hacia el 1900 quedaron ligadas a vinos de baja calidad enológica, porque ya había llegado la escuela francesa con sus cepas europeas”, le cuenta a MALEVA la sommelier Valen Aguerre, quien se especializa en estas variedades y escribió su tesis de graduación sobre el tema.

Nuestro Malbec, de hecho, tiene ADN francés. En 1853, Sarmiento crea la Quinta Agronómica para mejorar la industria vitivinícola nacional. Allí se olvidan de las criollas, se dedican a estudiar variedades del viejo continente y descubren que la malbec se adaptaba de maravillas a este suelo. Pero esa es otra historia, lo importante de esta digresión radica en lo siguiente: “Las cepas autóctonas fueron pioneras, segundo Francia”.

La segunda hegemonía fue hacia 1970, el vino que estaba en todas las mesas era de cepas criollas, volvió a posicionarse, pero otra vez ligado a la elaboración de vino masivo y no de calidad”, explica Aguerre. Hasta que llegan los 90 con sus aires de modernidad y las variedades europeas vuelven a desplazarlas.

Como todo tiene que ver con todo, la historia de las cepas criollas “cuenta de manera lineal lo que fue pasando a nivel económico, político y social, es un resumen de nuestra historia como sociedad”, concluye la experta.

Ahora bien, ¿por qué ahora las criollas se alzaron como lo más cool en la escena vínica?
La pregunta tiene varias respuestas, arranquemos por la primera: matchean super bien con el estilo de vino que hoy piden los consumidores. Criolla grande, Criolla Chica, Moscatel, Cereza, Pedro Giménez, Torrontés, no importa de qué cepa criolla se trate, toda esta familia tiene algo en común: son ligeras, sencillas, refrescantes y siempre piden otra copa.

Esto sucede “porque son uvas generalmente gordas, con más pulpa con relación a la piel, y eso se traduce en vinos más diluidos, livianos, a veces de alcoholes más bajos, color suave y demás. En otros tiempos, los llamaríamos “vinos sin complejidad”, ja, es cierto”, señala Mariano Braga, sommelier y gran comunicador del vino, y agregá: “De ahí se desprende preguntarnos cuán “justo” es pagar un precio medio-alto por estos vinos” y deja así picando la picando la pregunta del millón.

El asunto debería ser simple: si te hace feliz, lo vale, corta la bocha, pero la vida no es tan simple, así que vamos a enroscarnos un poco. “¿Si me gustan? Sí. ¿Si las compro? Sí. Pero también es cierto que siempre elijo criollas de precio accesible, porque cuando escalo alto en el número, yo busco otras cosas que no encuentro ahí”, indica Braga.

«Ahora bien, ¿por qué ahora las criollas se alzaron como lo más cool en la escena vínica? La pregunta tiene varias respuestas, arranquemos por la primera: matchean super bien con el estilo de vino que hoy piden los consumidores. Criolla grande, Criolla Chica, Moscatel, Cereza, Pedro Giménez, Torrontés, no importa de qué cepa criolla se trate, toda esta familia tiene algo en común: son ligeras, sencillas, refrescantes y siempre piden otra copa…»

Para Aguerre, las criollas fueron víctimas de una comparación odiosa: “La gente tomaba vino de cepas criollas hasta que, en los 90, aparecieron esos tintos de mucha carga tánica, entonces al lado de esos vinos que tenían mucha estructura y mucha madera, los de criollas quedaron como juguito, y esa estigmatización pegó”, y da un dato clave: “Igualmente, las criollas de ahora no tiene nada que ver con las de antes”.

Con esa declaración, el quid del asunto está más cerca. Es que las vides, no importa cuál sea la cepa, pueden trabajarse de dos formas: alto o bajo rendimiento; a mayor rendimiento, más cantidad de kilos de uva por hectárea, por ende, menos concentración y calidad en el producto final. Así se elaboran los vinos masivos y así se trataba a las criollas cuando iban a volumen, pero unos años atrás, algunos productores – como Lucas Niven, Pancho Bugallo y Simón Tornello, entre otros -, pusieron el ojo en estas variedades para elaborar vinos de alta calidad enológica, entonces empezó a escribirse otra historia.

Proyecto Las Compuertas Criolla se transformó en una etiqueta emblemática de este nuevo capítulo en la vida de las criollas, ya que fue una de las pioneras. “Vimos que había una recuperación del patrimonio histórico en todas partes del mundo, habíamos comprado un viñedo y encontramos plantadas unas criollas, así que decidimos revalorizarlas como parte patrimonial de Las Compuertas”, cuenta Héctor Durigutti, hacedor, junto a su hermano Pablo, de este vino.

Como señala Durigutti, que también elabora vino en España, el rescate de cepas patrimoniales tiene carácter internacional, tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo. “Es un movimiento, no una moda”, señala Aguerre, y advierte que esta “tendencia internacional a rescatar las cepas tradicionales y autóctonas” se debe, en parte, “a que llevan muchos más años en el territorio resistiendo los cambios climáticos y eso es clave de cara a los tiempos que se vienen”.

La respuesta, entonces, parece estar en la sabiduría popular: “No hay que pedirle peras al olmo”. Por ahora las criollas no se elaboran como vinos de guarda, no tiene paso por barrica ni largas maceraciones, son vinos tan jóvenes y frescos como los consumidores que los elijen, pero eso no los hace menos serios o importantes.

Cuatro etiquetas «criollas» que merecen ser recomendadas: 

1) Criolla Argentina.

Por Lucas Niven. Proviene de la zona de Junín, Mendoza, de un parral centenario, de 1920.

 

2) El Esteco Old Vines Criolla.

Bodega El Esteco. Elaborado con vides de 60 años de antigüedad, en el Valle de Cafayate. Se cría en una vasija ovoide durante 6 meses.

3) Paso a Paso Criolla Grande Rosé.

Paso a paso Wines Blend de 5 variedades; Criolla Grande, Moscatel Rosado, Pedro Giménez, Torrontés Sanjuanino y un 2% de Bonarda. De viñedos centenarios ubicados en Montecaseros, San Martin, Mendoza.

 

 

4) Batallero Naranjo de Tinaja.

Batallero. Elaborado con uvas agroecológicas de Malvasía Criolla de una finca ancestral en Paraje Hilario, en el Valle de Calingasta, San Juan. Un vino naranjo fermentado y macerado con sus pieles, durante 40 días, en una tinaja recubierta con cera de abeja y enterrada.

5) Proyecto Las Compuertas Criolla Chica.

Durigutti Family Winemakers. Una de las primeras criollas que ganó popularidad entre los consumidores. Se trata de un vino especial, ya que nació con el propósito de revalorizar la historia de Las Compuertas, una región vitivinícola emblemática de Luján de Cuyo que resiste ante el avance de la urbanización.

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Fotos: son todas gentileza de las bodegas mencionadas. Foto destacada: gentileza Unsplash (PH Clay Banks).