«Cuando lo imaginé pensé en que fuera un lugar feliz» / Karina Gao y su restaurante tricolor de Bajo Belgrano

De sentirse diferente al mudarse a Argentina (con bullying incluido) a convertirse en influencer, chef televisiva y empresaria gastro, con un nuevo restaurante chino en Bajo Belgrano que es un estallido de sabores de su infancia. En un ambiente diseñado que amplifica la experiencia de comer los platos que la marcaron. 

«Cuando lo imaginé pensé en que fuera un lugar feliz» / Karina Gao y su restaurante tricolor de Bajo Belgrano. Por Benjamín García para MALEVA.

El rojo de la cultura china, el azul Francia por la familia de su marido, y el celeste argentino por el país que la recibió. La ambientación de GĀO se aleja de los estereotipos de restaurante asiático para construir un lenguaje propio. “Cuando lo imaginé, pensé en que fuera un lugar feliz, porque la familia me remite a eso”, cuenta Karina Gao, una de las principales referentes de la cultura gastronómica china en nuestro país. Nacida en el gigante oriental y llegada a la Argentina con nueve años, observa: «Si la miro hoy, desde lejos, siento que fue una infancia feliz. Había risas, juegos y descubrimientos. Aunque en ese momento no siempre se sentía así.” Al emigrar, pasó por situaciones difíciles: «Sufrí mucha discriminación y bullying en la escuela. Era chica, no entendía el idioma y todo era nuevo: las costumbres, la comida, la forma de hablar. Me costó adaptarme y al principio me sentía diferente todo el tiempo.” Con el tiempo, ese esfuerzo y esa mezcla de culturas se convirtieron en su identidad. La que vuelca en GĀO Restó. Desde el restaurante inspirado en los sabores de su infancia, la cocinera traslada y comparte su universo familiar en una hermosa casona de Bajo Belgrano.

Es un proyecto personal, un sueño largamente postergado en la mente de Karina -licenciada en Economía Empresarial por la Universidad Di Tella, influencer gastronómica y figura televisiva- que fantaseaba con un lugar donde la cocina china pudiera expresarse con identidad propia, lejos de los clichés pero también lejos de la sofisticación impostada. Un espacio cercano, donde los sabores contaran historias y las personas se sintieran como en casa. “Yo no puedo jugar al lujo; lo mío es popular. Todos los días cocino para un público amplio en Canal 9, y quiero ofrecer algo que sea accesible”, explica.

En GĀO Restó, cuando uno mira alrededor, da la sensación de estar espiando lo que pasa en la mesa de distintos hogares. Los comensales no parecen estar “comiendo afuera”: hay algo genuino en el ambiente, una conexión real entre la gente. No es un público homogéneo ni que posa; están relajados, cómodos. La propuesta culinaria lleva su firma y refleja su manera de entender la cocina: precisa, sensible y sin rigideces. La carta combina recetas tradicionales de distintas regiones de China con adaptaciones pensadas para todos los públicos. Hay arrolladitos al vapor que respetan el modo en que los preparan las familias chinas, albóndigas perladas de cerdo y langostinos, raviolitos dorados a la plancha o una bondiola laqueada con miel que equilibra dulzor y umami. Las opciones vegetarianas y sin TACC se integran con naturalidad, y entre los postres, un helado chino —tan visual como adictivo— se volvió emblema de la casa. La cocina funciona como un puente entre culturas y memorias compartidas.  Igual que la ambientación —a cargo de los estudios Reina de Plata y Ripani—, con su carácter íntimo, tejido de afectos. 

La cocina y la ambientación como puente entre culturas y memorias compartidas. Los sabores de la niñez de Karina se disfrutan en un espacio tricolor que combina el rojo de la cultura china, el azul Francia de la familia de su marido y el celeste argentino, todo lo que convive su vida. 

Kari, contanos de tu infancia.

De chica estudié en un colegio chino. A los quince, con mis compañeras, comprábamos un cajón de pollo, aprendíamos a cortarlo, lo marinábamos y lo cocinábamos en la kermés del colegio. Muchos de los platos de hoy nacen de esas historias. Las baby ribs, por ejemplo, que está en la carta, es un plato que ahora les preparo a mis hijos.

 

¿Trabajaste desde chica?

Aprendí de mis papás el valor del trabajo, y de mi propia historia, la resiliencia. Hoy puedo decir que, aunque no fue fácil, todo eso me formó. Trabajé mucho desde temprana edad. Mis papás trabajaban todos los días y yo los ayudaba como podía. Cocinaba la comida del día, ordenaba, aprendía. No era algo impuesto; era parte de la vida familiar, una forma de acompañarlos.

¿Hoy qué disfrutás más:  la previa o ese instante en que el plato llega al comensal?

Me divierte más ver la cara del cliente cuando prueba la comida. El momento que más disfruto es ese en que aprietan el botón, el plato sale del pasaplatos, llega a la mesa y finalmente al estómago del comensal. Es un acto de amor, simple y absoluto. La previa es un lindo caos, mucho más adrenalínico, claro, pero me resulta más placentero cuando el plato está en la mesa. Si tuviera que hacer una analogía con el cine, disfruto más la película proyectada que la filmación.

¿Cuánto te benefició ser economista a la hora de hacer tu negocio gastro?

Mucho. Me ayudó a tener un modelo de negocio claro y a identificar con precisión al público al que quería llegar. Pero no fue sólo lo académico lo que me sirvió para encaminar un proyecto como este: también aprendí de los tropiezos que tuve a lo largo de mi vida. A veces una tiende a romantizar este mundo, pero con el tiempo entendí que la gastronomía, antes que nada, es un negocio financiero.

Ya que hablamos de influencias, ¿tenés algún restaurante chino que te haya inspirado?

Beijing es uno que me gusta muchísimo, yo paso casi todos mis cumpleaños ahí. Para hacer el cerdo agridulce me inspiré en ellos. 

¿Cómo ves la oferta gastronómica china en Buenos Aires?

Creo que la cocina china está en un buen momento. Lo que suele ofrecerse en Argentina es una mezcla de las distintas escuelas gastronómicas de China —que son ocho—, un universo amplio. Por eso decidí hacer una curaduría: seleccionar platos que dialoguen con el paladar argentino. De ahí que en la carta se destaque lo agridulcePara que un restaurante funcione con el público local, inevitablemente hay que adaptar la propuesta, aunque a algunos foodies les duela (risas). Hay ciertos ajustes que son necesarios, como el nivel de picante, por ejemplo. De todas formas, estamos evaluando a futuro dividir la carta: una para principiantes y otra para aventureros, para quienes ya tienen más experiencia.

¿Tenés mucho público chino?

No te creas, vienen pero no tanto. La mayoría son jovencitos, porque los chinos de la edad de mi madre en su gran mayoría son supermercadistas y trabajan como mínimo hasta las 10 de la noche, y nosotros a esa hora tenemos el último servicio. Además ofrecemos mesas chicas, y generalmente el público chino habitualmente quiere mesas grandes. 

¿Qué hay que pedir?

Les dejo mi selección personal: baby ribs, pollo tres aromas, fideos estofados, coliflor agridulce y helado chino. En realidad no es un postre; es street food. algo que comemos como merienda. Es muy visual porque los chinos siempre dicen que la comida es 色香味俱全 o sea tiene que tener color, aroma y sabor. Por eso, el helado es lo más vistoso posible y nosotros le pusimos 8 toppings porque 8 es el número de la suerte. Dentro de ellos hay varias frutas, porque el verdadero postre chino es solo frutas.

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