Son el toque final en cada conjunto, son el fanatismo de muchas y cargan con nuestra belleza todo el santo día. Son hermosos por donde los mires y casi siempre nos gusta el más caro de todos. ¿Adivina, Adivinador? ¡Me imagino que ya saben de qué estoy hablando, no! Nuestros amados zapatos, amigas. Los usamos todos los días de nuestras vidas y ahora que se viene el invierno más que nunca. Así, que dejemos a nuestras queridísimas ojotas en nuestros armarios, que son cómodas pero de glamour no tienen ni un poco. Cada vez que termina el verano, me agarra un rechazo por ser una esclava de ellas. Son de goma espantosa y encima cada vez que le das duro caminando, alguna tira se te rompe y te deja en patas como dios te trajo al mundo.
Recuerdo, hace unos años atrás, un episodio con mis amadas y odiadas ojotas. Perdón, quise decir hawaianas así entienden mejor de qué tipo de ojotas hablo. Imagínense, pleno verano caminando por las calles del microcentro impecable. Llevaba una falda de un satén divino y arriba una blusa de seda. Sí, estaba arreglada y si, no sé qué carajo hacia caminando por el centro a las dos de la tarde un 17 de enero. Agotada del calor, y de lo pesado que estaba me detengo a ver una promoción de carteras en una galería de Florida. Uno de esos lugares que no entrás ni en pedo, pero tenía que hacer tiempo así que entré. Me lleve dos por el precios de una: el día había empezado más que bien a pesar del calor. Sigo caminando, y me encuentro con una hermosa construcción que hace que me detenga de nuevo en otro local. Esta vez era, liquidación por cierre. Me llevé de todo, cargaba bolsas y dispuesta a seguir hacia mi último destino.
Salgo a la calle encarando el calor sofocante mientras que una nube gigante se asomaba trayendo lluvia y alivio. Comenzaron las primeras gotas y mis bolsas eran mi paraguas salvador. Llegaba tarde, y la lluvia se intensificaba cada vez más. Salto un charco, y ya tenía mitad de falda empapada, corro a la segunda esquina y me quedo sin mis hawaianas (para siempre).
Se me saltaron las tiras de las dos ojotas, así como si nada dejándome completamente descalza. ¿Qué hago? Mi única opción era, buscar un taxi para no perderme la reunión maldita con mi jefe y todo el equipo de trabajo. Al día siguiente iba a organizar mi primer desfile e iba a estar a cargo de todo.
La lluvia no paraba y no podía más. Todavía me faltaban un par de cuadras y el reloj corría. ¡Un taxi por favor! Gritaba. Ninguno frenaba, sólo pasaban lleno de pasajeros felices sin ninguna gota de agua. En cambio, yo maldiciendo el día que elegí ponerme ese par de ojotas. Caminé descalza unas dos cuadras, sí, descalza, rubia y desprolija. Parecía que me había fugado del loquero. Ya tenía los pies negros de la ciudad de la calle y mi falda ya parecía de modal gastada de esas que usás para sacar al perro a la mañana temprano.
En fin, terminé odiando esas malditas ojotas que me dejaron plantada bajo la lluvia y llegando desastrosa a una de las mejores experiencias de laburo que tuve en mi vida. Así, que amigas, va a empezar el frío, que nuestras ojotas vuelvan a los roperos, para alivio nuestro y del glam.
¡Take a look de los zapatos que se vienen este invierno!
xoxo