«»Chapa» se vibra y se siente. ¿Por qué este verano me enamoré aún más de este lugar mágico de nuestra costa?»

«Mi historia viene de ahí», cuenta Alexia sobre Chapadmalal y alrededores 

«»Chapa» se vibra y se siente. ¿Por qué este verano me enamoré aún más de este lugar mágico de nuestra costa?». Por Alexia Martínez de Hoz (texto y fotos).

Dicen que el ojo ve pero que la mirada observa. Será por eso que después de 32 años de veranear en Chapadmalal lo viví de otra manera. El mismo lugar, el mismo paisaje, la misma arena, el mismo mar. Pero experimentado desde otro lugar. Eso me permitió re descubrirlo como si fuera la primera vez.

Parte de mi historia viene de ahí. Tengo una conexión especial. Con mi familia, bien al estilo canceriano, siempre nos movimos como una tribu. Somos muchos y nos gusta estar juntos. Vamos del campo directo a la playa. A veces con paradas obligatorias como pasar por La Estafeta a comprar los mejores panes de pebete. Son pocos los kilómetros que nos separan del mar, pero están llenos de tierra y de pozos. Por eso, ir y volver es siempre un pequeño trajín en donde no debemos olvidarnos nada.

Este verano fue diferente. El modo pandemia trajo consigo nuevas disposiciones, y para cuidarnos, dividimos las estadías. Ello fue la oportunidad perfecta para alquilar algo con amigos dentro de Chapadmalal. Claro que mis ojos iban a ver lo mismo de siempre, pero ese pequeño cambio en mi mirada iba a permitirme observar otras cosas. Correr un poco el foco de la perspectiva me permitió vivirlo diferente. Como esas bocanadas de aire fresco en un verano agobiante.

«Desde que nací que paso mis vacaciones en este mágico lugar de la costa argentina. Parte de mi historia viene de ahí. Tengo una conexión especial. Con mi familia, bien al estilo canceriano, siempre nos movimos como una tribu. Somos muchos y nos gusta estar juntos. Vamos del campo directo a la playa. A veces con paradas obligatorias como pasar por La Estafeta a comprar los mejores panes de pebete…»

Nunca antes había vivido dentro del pueblo. Bueno en realidad, sí. Un verano que mis viejos alquilaron una casa a pocas cuadras del mar. Yo tendría 10 años, recuerdo que era blanca y con el techo azul. Iban los amigos de mis hermanas más grandes y me molestaban al punto de colgar mi bicicleta del techo. Siempre fui la más chica de todos los grupos y foco de chascarrillos. Lo padecí.

Pero esta vez era libre y me enamoré aún más de Chapa: sus calles de tierra arenosa, su aire despojado, sus atardeceres tras sus lomas quebradas, su perfecta combinación entre campo y mar, su ambiente bohemio, sus acantilados estrepitosos y sus recovecos escondidos en el bosque. Las casas están muy espaciadas unas de otras, su complicidad es familiar, y uno pasa de estar en el mar a estar en el bosque en pocos metros.

Sentí orgullo al ver lo mucho que creció en los últimos años. Hay espacio para quienes quieran ir alguna de sus clásicas playas con todos los servicios y comodidades, pero también para los que buscan aventura, con playas escondidas entre acantilados y reservas naturales con kilómetros de arena abierta.

También hay propuestas para los que les gusta la cerveza, con cervecerías artesanales como Las Cuevas, donde siempre hay alguien tocando música; y para los que prefieren un buen vino, pueden disfrutarlo bebiendo una copa en Costa&Pampa, una bodega única a pocos kilómetros del mar. Otro programa es ir a tomar una taza de té con una rica torta a SamayHuasi, una casa de té llena de encanto rodeada de flores y plantas.

A la hora de comer, su gastronomía fresca y regional no deja de sorprender como el recientemente inaugurado Cachalote, con variedad de pizzas al horno de barro, y La Chapeña, uno de sus secretos mejores guardados en el medio del bosque con platos de autor y una ambientación única.

«Pero esta vez era libre y me enamoré aún más de Chapa: sus calles de tierra arenosa, su aire despojado, sus atardeceres tras sus lomas quebradas, su perfecta combinación entre campo y mar, su ambiente bohemio, sus acantilados estrepitosos y sus recovecos escondidos en el bosque…»

Viviendo Chapadmalal desde otro punto de vista, pude salir de la comodidad de lo conocido, caminar sus calles y dejarme sorprender con caballos sueltos en el camino, disfrutar de pequeñas cosas como ir y volver de la playa caminando, descubrir nuevos lugares, ver el amanecer junto al mar, disfrutarla por la mañana – cosa que quienes me conocen saben lo que me cuesta -, y hasta tomar clases de surf en sus aguas llenas de fuego. Porque Chapa es pasión: se vibra y se siente.

Quizás para los detractores, la costa argentina no sea perfecta, ¿acaso quién quiere serlo? Sus olas marcan su estado de ánimo; a veces calmo, a veces revuelto. Pero nunca te es indiferente. Su vitalidad te arrastra a la orilla del día, como un sacudón que te dice “¡despertate y mirá a tu alrededor!”.