¿Cuántos paraísos secretos quedan en la Argentina? Cuando encarás la ruta provincial 1 de Río Negro, mitad asfaltada, mitad de ripio y arena, y que va bordeando un mar azul y turquesa desde enormes acantilados de más de cincuenta metros, te das cuenta de que este es uno de ellos. Desde el Cóndor (un concurrido balneario en la desembocadura del Río Negro en el océano) hasta Bahía Creek y Faro Belén, son ochenta kilómetros en donde todos los preconceptos sobre la costa argentina, parecen calcinarse bajo el omnipresente sol patagónico: aguas cristalinas, que además son las más cálidas del país, bahías con playas enormes y desiertas, algunas de arena blanca y otras pedregosas, cadenas de dunas cinematográficas, y – lo que es más surrealista – un sol naranja que se despide todos los días en el horizonte del mar, en atardeceres ridículamente instagrameables. Un litoral turquesa que, dado los pocos vehículos que circulan esta ruta, y su estado agreste, parece ser incluso un territorio misterioso para los mismos rionegrinos.
«Todos los preconceptos sobre la costa argentina, parecen calcinarse bajo el omnipresente sol patagónico: aguas cristalinas, que además son las más cálidas del país, bahías con playas enormes y desiertas…cadenas de dunas cinematográficas, y – lo que es más surrealista – un sol naranja que se despide todos los días en el horizonte del mar, en atardeceres ridículamente instagrameables.»
Bahía Creek es un pueblo de treinta casas, la mayoría pequeñas e improvisadas en su construcción, que cuelga de un acantilado. Sus calles son en barranca. Arriba del pueblo, el mar es un espectáculo y la vista se pierde decenas de kilómetros en su inmensidad azul. El pueblo está rodeado por un campo de médanos vivos. Una postal a lo Sahara. Su onda: de pescadores, bohemia, y de gente que descubrió este rincón privilegiado y se instala con sus camionetas doble cabina, sus cuatriciclos y sus kayaks. Es como un Cabo Polonio antes de que Cabo Polonio fuera una multitud de gente y un lugar común. Sin faro, pero con electricidad. Al costado del pueblo, siguiendo la ruta hacia la Caleta de los Loros, está la playa, la Bahía Creek propiamente dicha, larguísima, con arenas suaves, una pleamar tranquila, y lo increíble: aguas azules y tibias (alrededor de veinte grados). Dependiendo el viento, algunos días tiene oleaje (olas verdes) y otros días está planchado como si fuera el Mediterráneo (esto es bastante frecuente porque es un Golfo). Esos son los días ideales para nadar, para darte un chapuzón y, algo raro en la costa argentina, verte los pies a través del agua. ¿Por qué el agua no es fría? Porque justo aquí termina la corriente de Brasil.
«Bahía Creek es como un Cabo Polonio antes de que Cabo Polonio fuera una multitud de gente y un lugar común. Sin faro, pero con electricidad. Al costado del pueblo, siguiendo la ruta hacia la Caleta de los Loros, está la playa, la Bahía Creek propiamente dicha, larguísima, con arenas suaves, una pleamar tranquila, y lo increíble: aguas azules y tibias.»
A diez minutos de Bahía Creek está en pleno desarrollo, sobre 1500 hectáreas «Faro Belén – aldea de Mar», que es un proyecto de baja densidad (menos del 1% de ocupación del suelo) con una fuerte impronta de cuidado ambiental y con un perfil arquitectónico muy original. A cargo del master plan estuvo una eminencia de la arquitectura latinoamericana: el chileno Mathias Klotz. Reconocido en todo el mundo, en Argentina construyó en el barrio de Martínez la Casa Ponce que es una de las más aclamadas en el ambiente de la arquitectura local. Sus viviendas suelen estar emplazadas en entornos de naturaleza plena, y su diseño, buscan que se integren a ella de manera elegante y armoniosa, sin ser invasivas. También es muy Klotz construir en lugares con panorámicas de impacto. Cuando conoció las tierras vírgenes de Faro Belén, pidió un caballo para cabalgar entre la estepa verde y las dunas y se convenció de que quería sumarse al proyecto. Además del Master Plan (69 lotes con vistas increíbles, caminos que parecen proyectarse al infinito, senderos para caminar y olvidarse del auto, y una filosofía de sustentabilidad muy marcada), Klotz también diseñó modelos de casas junto a su colega Edgardo Minond.
«A diez minutos de Bahía Creek está en pleno desarrollo, sobre 1500 hectáreas «Faro Belén – aldea de Mar», con una fuerte impronta de cuidado ambiental y con un perfil arquitectónico muy original. A cargo del master plan estuvo una eminencia de la arquitectura latinoamericana: el chileno Mathias Klotz.»
En este lugar, para construir hay que seguir ciertos lineamientos arquitectónicos excepcionales y que tienen que ver con el cuidado del ambiente y un espíritu de respetar la naturaleza. Todas las casas deben estar construidas en seco, elevadas sobre pilotes y tener fuentes de energía sustentables. Por el momento, hay dos en construcción y una terminada. Una de las casas que se está construyendo a metros del mar, sobre un acantilado, es la del premiado arquitecto argentino Marcelo Vila (cuyo estudio diseñó desde los parques más importantes de Puerto Madero hasta los nuevos tribunales de Santiago de Chile). Yo me alojé en la única terminada (un proyecto a cargo del estudio Oks Oks Lee Rovegno y de Lucas Pedrazzi, la dirección de obra y el proyecto ejecutivo). Fue una experiencia distinta. Nunca me había despertado en Argentina en un lugar con una vista tan espectacular del océano, ni tampoco creía que era posible en la Argentina sentarse en un deck, abrir un vinito, y ver al sol poniéndose perfecto sobre el mar y, a diferencia de algunos lugares de la costa bonaerense donde también se da ese fenómeno, que la vista se pierda – dada la altura de los acantilados – en kilómetros y kilómetros de mar.
«Nunca me había despertado en Argentina en un lugar con una vista tan espectacular del océano, ni tampoco creía que era posible en la Argentina sentarse en un deck, abrir un vinito, y ver al sol poniéndose perfecto sobre el mar.»
También fue algo muy fuera de lo común el cielo estrellado que viví todas las noches. Y eso que vi la nítida vía láctea de los cielos de Atacama y de la Quebrada de Humahuaca. Una noche, vimos que se había prendido un farol rojizo no tan lejos de la casa. Nos asustamos. Pensamos que podía ser alguien que se acercaba caminando entre la arena con una extraña linterna colorada. O que se había prendido la luz de alguna construcción que desconocíamos que estaba allí. Hasta que unos minutos después vimos que la luz se elevaba y terminó siendo el planeta Marte. Algunas noches son ventosas y otras muy silenciosas.
Daniel Oks, el economista al frente de Desur, la empresa desarrolladora de Faro Belén, le contó a MALEVA que antes de lanzar el proyecto, y por sugerencia de Mathias Klotz, viajó a Estados Unidos a conocer y a estudiar Sea Ranch, que es una conocida «comunidad» marítima de California, al norte de San Francisco, y que se distingue por su arquitectura simple y sustentable que se mimetiza con la naturaleza. «Allí aprendí que no hay que llenar un lugar así de casas, de caminos y de luces, el lema de Sea Ranch tiene que ver con cómo vivían los indios «vivir suavemente sobre la tierra» – explica Oks -, no destruir la naturaleza, y Mathias Klotz en los primeros dibujos que nos hizo dibujó una nave espacial posándose sobre la luna, lo que quería expresar era la idea de que las casas tenían casi que flotar sobre la tierra.» Uno de los proyectos más emblemáticos de Desur es el barrio Tajamares, en La Pedrera, Uruguay.
¿Y cómo se decidieron por armar algo en un lugar como Bahía Creek?
Porque nos maravillamos con sus características naturales. Cuando me metí al mar y vi lo cálido que era y también porque tiene otras características muy únicas. Una cadena de médanos entre la estepa y los acantilados. El segundo apostadero de lobos marinos del golfo San Matías y claro, el sol que se pone en un mar azul.
«En Sea Ranch, California, aprendí que no hay que llenar un lugar así de casas, de caminos y de luces, el lema de Sea Ranch tiene que ver con cómo vivían los indios «vivir suavemente sobre la tierra» – explica el arquitecto Daniel Oks, al frente del emprendimiento – y Mathias Klotz en los primeros dibujos lo que quería expresar era la idea de que las casas tenían casi que flotar sobre la tierra.»
Antes de lanzar el emprendimiento, un equipo de ambientalistas compuesto por geólogos y biólogos, estudió durante un año el modo de no generar impacto ambiental.
Hasta el momento, se enamoraron de Faro Belén gente muy amante de la naturaleza, que busca una experiencia de cercanía con el océano como no la hay en otra coordenada del país, y que buscan una desconexión total y absoluta de sus rutinas: varios empresarios, médicos prestigiosos, parejas argentinas que viven en el exterior y hasta exitosos abogados europeos. Y es que la propuesta es un blend de paz absoluta, paisajes asombrosos y exclusividad.
Cuando en Faro Belén, se refieren a la naturaleza, se refieren también a quienes habitan en ella en total libertad. Un ñandú altísimo de 1,80 corrió durante un minuto delante de nuestro vehículo en una de las calles de arena, cuando una tarde salí a trotar por los senderos, dos zorros se me cruzaron en el camino, y además hay todo tipo de aves. Pero los protagonistas absolutos de esta fauna excepcional, son los lobos marinos de un solo pelo, que reposan por cientos en grupos sobre la playa. Es posible llegar a su apostadero haciendo un trekking de dos horas, en un sendero que combina el paisaje de la estepa y el de las dunas.
«Bahía Creek – Faró Belén no está tan lejos. A mil kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, es posible llegar en once horas en auto. Y sino, haciendo un stop nocturno en Sierra de la Ventana o Bahía Blanca, al otro día es un tirón.»
Bahía Creek – Faró Belén no está tan lejos. A mil kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, es posible llegar en once horas en auto. Y sino, haciendo un stop nocturno en Sierra de la Ventana o Bahía Blanca, al otro día es un tirón. Además, aunque sea un paisaje tan intacto y poco concurrido (por suerte) por ruta se encuentra a noventa kilómetros de la capital provincial, Viedma. El lugar indicado para hacer todas las compras antes de ir en dirección hacia uno de los últimos paraísos secretos. Y desconectarse de todo junto al mar turquesa.