“Dibujar a otros es un acto de poder y de entrega”: así es la muestra de Amparo Viau – intensa, tropical y sensual – en Galería Grasa

En “El Corazón de lo que existe” te reciben once portales irradian color y te transportan al corazón de la selva/El proceso intensivo de creación: “pasé mi cumpleaños con desconocidos”/Sobre su taller de modelo vivo y el ritual íntimo de dibujar a otros desnudos.

Para crear «El Corazón de lo que Existe», la artista pasó tres meses encerrada en su taller.

“Dibujar a otros es un acto de poder y de entrega”: así es la muestra de Amparo Viau – intensa, tropical y sensual – en Galería Grasa. Por Nicole Giser. Fotos: Ana Pareta para MALEVA.

Las venas de una mujer son las raíces de un árbol. La piel de otra es un tornado. Dos gotas de agua se besan con lengua, y un chico cae sobre los brazos de una chica sobre un karaoke de colores eufóricos que arden como fuego. Hay, en esta muestra, estrellas y volcanes, y es como si incluso tuviera una música propia: cuanto más uno se introduce en “El corazón de lo que existe”, la exposición que Amparo Viau presenta en la Galería Grasa (en su nueva sede de Microcentro, que hace poco compartimos en una nota en MALEVA), es como si se escuchara cada vez más fuerte el sonido de las congas y los bongós. Esos instrumentos que se activan con el golpe o el raspón de una mano, que evocan a lo cálido y festivo y a los colores y las texturas de la selva. 

La composición de estos relatos tropicales, calientes e intensos, comienza en las figuras. La tiza carga a la línea de la sensibilidad de su polvo, sobre el papel de algodón, y deviene en pliegues, gestos y poses. De estas, recién ahí, se desprenden los colores y contextos, de manera espontánea y sin boceto previo.

“La tiza es one shot, es incorregible, entonces propone estar resolviendo un problema todo el tiempo. Tenés que ver cómo levantar las formas que van saliendo, o cómo hacer que convivan bien con todo lo demás”, advierte Viau. Estos once grandes portales forman una especie de capilla. Cranearla les llevó, a la dibujante junto al curador Joaquín Rodríguez, un año de ejercicios y juntadas en talleres y cafés hasta concluir en las ideas. Pero las obras, en concreto, se hicieron nada más que en los tres meses del verano, cuyo calor impregnó a las piezas así como los cuerpos encuerados y hedonistas que las protagonizan, y la alegría del baile.

«Viau se encerró esos tres meses en su taller, a veces hasta por 18 horas. El llamado que las obras le hacían era el de ser observadas. Cuanto más tiempo pasaba cerca de ellas, más lograba identificar qué podía agregarles. “Le dije a todos chau, fue un poco exagerado, pero incluso dejé de festejar mi cumpleaños, lo pasé con desconocidos en el taller. Sentí que todo tenía que estar en las obras, que debía poner todo ahí”, dice…»

Eso sí, la creación fue intensiva: Viau se encerró esos tres meses en su taller, a veces hasta por 18 horas. El llamado que las obras le hacían era el de ser observadas. Cuanto más tiempo pasaba cerca de ellas, más lograba identificar qué podía agregarles. “Le dije a todos chau, fue un poco exagerado, pero incluso dejé de festejar mi cumpleaños, lo pasé con desconocidos en el taller. Sentí que todo tenía que estar en las obras, que debía poner todo ahí”, dice.

Amparo Viau nació y se crió en Adrogué, en una “casita naranja preciosa que era como una escenografía, un rancho total”, según describe. “Donde mires, en esa casa había color y textura. Mi papá filmaba y traía cosas: un día una pochoclera, otro día huesos de dinosaurio en telgopor. Era una casa caótica y lúdica. Mi vieja es docente de chicos con capacidades diferentes, y nos armaba escenarios con telas y almohadones para habitar en el medio del living. Tanto en casa como en la escuela, mamé la idea de la diversidad de los cuerpos y las capacidades, veía ahí la belleza”. 

Estudió artes visuales y cine y toda la vida dibujó. Comenzó de chica en un taller en Temperley y, más tarde, las clases de pintura con modelo vivo de Marcia Schvartz impactarían en ella como revelación cósmica: “Sentí que con ella hablábamos el mismo idioma”, dice. Ahora dicta su propio taller de modelo vivo y ejercita su mirada varias veces a la semana a través de esa dinámica. 

“Lo que más me conmueve es el encuentro con el otro. En el ejercicio del modelo vivo se revela algo de cómo miramos y cómo nos sentimos mirados. Tengo una obsesión con eso. Yo quería cosas a las que no me animaba: a desnudarme, a avanzar, a tener una relación íntima con un otre. Siempre tuve mucho pudor de mi cuerpo y mucho enojo por eso, y ahora lo entiendo más. Salí al mundo y me encontré con que a muchas personas les pasa lo mismo”, cuenta Viau…»

Sin embargo, el contexto de Adrogué era tradicional. “Lo que más me conmueve es el encuentro con el otro. En el ejercicio del modelo vivo se revela algo de cómo miramos y cómo nos sentimos mirados. Tengo una obsesión con eso. Yo quería cosas a las que no me animaba: a desnudarme, a avanzar, a tener una relación íntima con un otre. Siempre tuve mucho pudor de mi cuerpo y mucho enojo por eso, y ahora lo entiendo más. Salí al mundo y me encontré con que a muchas personas les pasa lo mismo”, cuenta Viau. 

Dicho entrenamiento fue una manera de encontrarse a ella misma en la otredad. De comprobar esa conexión colectiva en nuestro paso por el mundo. Y eso también se refleja en los personajes de estos dibujos, que por momentos remiten a los de las cartas de tarot, como el Ermitaño o los Enamorados, que simbolizan las maneras de ser y estar en la tierra.

A la vez, sus figuras y poses tienen algo clásico y dramático a lo Miguel Ángel. Románticos y épicos, podrían ser los mismísimos dioses griegos, con rostros que “parecen estar bajo los efectos de un eclipse misterioso”, según interpreta Leopoldo Estol en el texto de sala.

“Invitar a alguien a que lo dibuje desnudo es estar en una situación de poder, y hay un ida y vuelta muy interesante. Es todo un ritual, no siempre tenés delante a la misma persona. Tratar de percibir al otro y de generar que se anime es todo un ejercicio sensible…»

El color es, en el trabajo de Amparo, una ola densa del mar de Brasil que arrasa sin dejar agujeros en blanco. “El color está ahí y manifiesta la vitalidad de un universo que no se resuelve”, dice el texto. “La irrupción de Amparo Viau en la escena del arte se dio a paso constante desde que la pandemia le ofreció en su excepcional y traumático parate, la posibilidad de dibujar un montón”. 

En arteBA 2022 la artista ganó el Premio en Obra. “Ahí empezó toda la locura. Yo trabajaba en una productora, pasé por muchos trabajos que no me gustaban y ese me gustaba mucho, así que me re costó irme, pero surgió la oportunidad de ponerle todo a esto”, recuerda. Ahora la artista forma parte de la que será la próxima camada de artistas del Instituto Di Tella, que la seleccionó este año para su programa, donde comparte taller, seminarios y clínicas con compañeros de distintas edades y partes del país. 

Invitar a alguien a que lo dibuje desnudo es estar en una situación de poder, y hay un ida y vuelta muy interesante. Es todo un ritual, no siempre tenés delante a la misma persona. Tratar de percibir al otro y de generar que se anime es todo un ejercicio sensible. Algo que sigo comprobando es que después todos se van felices y con muchas ganas de volver a hacerlo. Hay algo lindo de entregarle al otro algo”, cierra la artista.

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