La monumental escalera de Caracol fue recuperada en todo su esplendor por Bless.
Hedonismo y lujo: así se vive una estadía en Bless Hotel Madrid, el más top y divertido de la capital española. Por Delfina Krüsemann desde Madrid para MALEVA.
Podría ser el nombre de unas antiguas ruinas griegas, o el título de una serie medio hot de Netflix (ahora que están tan de moda), pero nada de eso: en realidad, se trata de la sugerente invitación de uno de los hoteles más exclusivos de la capital española. “Bienvenidos al primer templo de lujo hedonista”, dicen desde el Bless Hotel Madrid, y enseguida el dicho pasa al hecho. Es que con lo primero primerísimo que me encuentro cuando llego al número 62 de la Calle Velázquez e ingreso al lobby no es la típica recepción para el trámite del check-in, sino una espectacular barra 360, repleta de botellas y bebidas espirituosas que llegan hasta el techo, y bartenders listos para preparar cualquier trago de mi elección. El mensaje no podría ser más claro: acá se busca, por sobre todas las cosas, que los huéspedes la pasen genial. Y sí que lo logran.
Ahora sí, vermut en mano, me dirijo a la zona de registro, en un salón más al fondo, casi escondido, con una cúpula de cristal y ambientado como si fuese una biblioteca. El protocolo de check-in, a fin de cuentas, hay que cumplirlo, pero con “premio”: junto con la tarjeta de la habitación, me ofrecen unos bombones de chocolate en bandeja de plata. De camino a mi cuarto, para donde mire, cada rincón y recoveco de este hotel parece haber sido pensado con esmero puntilloso y creatividad sin límites.
“Bienvenidos al primer templo de lujo hedonista”, dicen desde el Bless Hotel Madrid, y enseguida el dicho pasa al hecho. Es que con lo primero primerísimo que me encuentro cuando llego al número 62 de la Calle Velázquez e ingreso al lobby no es la típica recepción para el trámite del check-in, sino una espectacular barra 360, repleta de botellas y bebidas espirituosas que llegan hasta el techo, y bartenders listos para preparar cualquier trago de mi elección…»
Con el correr de los días, me iré enterando de algunos guiños casi secretos de su decoración, como que el techo que corona la barra circular, pintado de rojo y negro con números blancos, alude al mítico bar La Ruleta del hotel original. La Ruleta fue sobre todo un famoso punto de encuentro madrileño en la década del 80 “por sus sublimes gin tonics y su clientela diversa”, como rememoró la prestigiosa revista GQ.
Esto es lo que el diseñador Lázaro Rosa-Violán, responsable de re imaginar el edificio, llama “arqueología urbana”, y se trata ni más ni menos que de darle nueva vida a antiguas piezas con personalidad que ya formaban parte del espacio. Por eso, por ejemplo, decidió conservar también unos paneles de cristal de Murano que ahora, diseminadas por acá y allá, sorprenden como luminosas obras de arte. O así se explica que la tradicional escalera caracol, que también sobrevivió, esté revestida con una alfombra floral que evoca a los mantones de Manila, esas telas estampadas tan características de las mujeres andaluzas que después se hicieron populares en toda España.
«Arriba, en las alturas, gracias a su sensacional rooftop rodeado de los techos señoriales del elegantísimo barrio de Salamanca, ahí donde se puede picotear a cualquier hora en el Picos Pardos Sky Lounge o disfrutar de un chapuzón en la singular pileta de azulejos verde esmeralda…»
Pero Rosa-Violán aboga, por sobre todas las cosas, a una “arquitectura sensorial”. Este enfoque lo catapultó como el interiorista de moda en su país, el más requerido ya sea para idear hoteles, restaurantes, bares e incluso viviendas privadas (de clientes que prefiere no revelar sus nombres). Para el Bless Hotel Madrid, se propuso dar vida a un hotel “disruptivo, histórico y divertido”. Y quizás no haya mejor ejemplo para graficar hasta dónde llega esa apuesta por la disrupción que el hecho de que el Bless Hotel Madrid vive una metamorfosis cada noche.
No es una forma de decir: literalmente, todo un salón cambia de disposición y decoración y se transforma en Salvaje, una experiencia gastronómica que se volvió fenómeno e inauguró en la ciudad el concepto de “dinner shows”. Y es que si viajaron a Madrid últimamente y se encontraron en un restaurante en donde de repente los mozos se transforman en performers que bailan y cantan y un DJ pone música a todo volumen y las mesas se transforman en tarimas, sepan que la tendencia primero cobró vida y fuerza acá, de la mano de celebridades, deportistas e influencers que flashearon con la propuesta y viralizaron sus vivencias por redes. (Para ser justos, Salvaje arrancó en Panamá, para recién después expandirse y romperla en otras ciudades como Miami, Bogotá, Barcelona, Valencia y, claro, la capital española, en donde ya tiene tres locaciones, siendo la del Bless Hotel Madrid la que marcó su debut.)
«Todo un salón cambia de disposición y decoración y se transforma en Salvaje, una experiencia gastronómica que se volvió fenómeno e inauguró en la ciudad el concepto de “dinner shows”. Y es que si viajaron a Madrid últimamente y se encontraron en un restaurante en donde de repente los mozos se transforman en performers que bailan y cantan y un DJ pone música a todo volumen y las mesas se transforman en tarimas…»
A la mañana siguiente, no quedan ni rastros de la fiesta vivida: se rearman las mesas y sillas, se corren las cortinas, se prenden las luces tenues y el salón vuelve a ser ese lugar calmo y cálido en donde se sirve el monumental desayuno buffet, de la mano de un personal de caras amables y palabras medidas, casi susurradas, que sabe que los huéspedes recién están despertando y quizás no quieren demasiada charla antes del primer café del día. El único vestigio es un gigantesco rinoceronte dorado que cuelga del techo, escultura insignia de cada Salvaje en el mundo: un recordatorio lo suficientemente visible como para no olvidar que, acá, (casi) todo se trata de fiesta y celebración.
Ese afán por divertir y mimar a los visitantes, sean huéspedes o locales (porque el hotel, también, es un preferido de los madrileños para reuniones informales de negocios o happy hours con amigos), se nota de punta a punta. Arriba, en las alturas, gracias a su sensacional rooftop rodeado de los techos señoriales del elegantísimo barrio de Salamanca, ahí donde se puede picotear a cualquier hora en el Picos Pardos Sky Lounge o disfrutar de un chapuzón en la singular pileta de azulejos verde esmeralda.
En cambio, abajo, en el subsuelo del edificio, cada noche pisa fuerte Fetén, un club clandestino con luces de neón, pista de bowling (la única de toda Madrid, apunta orgulloso un ejecutivo del hotel) y una sala vip con sillones de terciopelo, paredes y techos espejados y hasta caño de pole dance. Con espíritu de speakeasy, a Fetén (que significa “estupendo” en slang madrileño) se ingresa por una entrada aparte, casi a lo “andén 9 y 3/4” de Harry Potter: hay que atravesar un pasadizo marcado en el 62,5 de la Calle Velázquez, que solía ser el callejón de los carruajes casi un siglo atrás. Por si fuera poco, el lema/mantra de Fetén resulta ser “Prohibido prohibir”, aunque ese mismo ejecutivo del hotel no está dispuesto a revelar ninguna intimidad que comprometa a sus huéspedes acerca de lo que pasa acá por las noches. “Lo que sucede en el Bless queda en el Bless”, es lo único que responde, con una sonrisa intrigante.
«Pero lo que realmente me conquistó de mi habitación fueron placeres mucho más simples: una tarde de lluvia dedicada a la lectura sin prisa en mi bow window con vista soñada de la ciudad, el crepitar del fuego después del atardecer (sí, casi todos los cuartos cuentan con chimenea propia, un lujo increíble) y la posibilidad de darme un baño caliente y aromático en una antigua bañadera de porcelana…»
Pero no todo es fiesta pura y dura. Al fin y al cabo, cuando uno viaja también necesita una buena cuota de descanso, y más si el destino es la maravillosa Madrid. Si de relajar se trata, el Bless Hotel Madrid también va a fondo: cuenta con colchones fabricados en exclusiva para sus 111 habitaciones, un servicio de “almohadas a la carta” (con opciones clásicas como plumón, viscoelásticas o látex, pero otras sorprendentes como una almohada especial para quienes roncan) y hasta una cama Hogo, “el único sistema de sueño que ha demostrado científicamente que ofrece el mejor descanso del mundo”. (Sí, así dice la publicidad de la marca, pero aparentemente tiene con qué respaldarla: según estudios de la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Granada y la Psychoneuroimmunology Research Society de Estados Unidos, el colchón Hogo ralentiza la edad biológica de forma natural, y tanto modelos como futbolistas españoles pregonan que lo usan todas las noches. Dormir o reventar.)
Pero lo que realmente me conquistó de mi habitación fueron placeres mucho más simples: una tarde de lluvia dedicada a la lectura sin prisa en mi bow window con vista soñada de la ciudad, el crepitar del fuego después del atardecer (sí, casi todos los cuartos cuentan con chimenea propia, un lujo increíble) y la posibilidad de darme un baño caliente y aromático en una antigua bañadera de porcelana en la que, debo admitir, volví a caer en el hechizo “bendito”… porque no pude decir que no a probar de qué se trataba Bathology, un servicio de mayordomo que te prepara un baño personalizado, usando un mix de jabones y esencias artesanales según lo que necesites (relajar, energizar, revitalizar, o por qué no, todas las anteriores) y teniendo en cuenta tu tipo de piel. Envuelta en burbujas, cerré los ojos, respiré profundo y reconfirmé: en cada momento de la estadía, el Bless Hotel Madrid logra erigirse como ese templo de lujo hedonista que promete ser.
Fotos: son todas gentileza para prensa de Bless Madrid.