Una arquitectura de vanguardia que no arrunina la naturaleza: la distingue
La exclusividad (cuando es verdadera): tres días en el Fasano Las Piedras, el hotel más top de Punta del Este.
Llegamos al Fasano en camioneta. Veníamos junto a mi novia desde Punta del Diablo, recorriendo el interior de Uruguay y su costa de mar, de bahías y pueblos donde la sencillez de los pobladores y de las casas, de los termos de mate bajo el brazo, se mezcla con determinados atisbos de sofisticación. En plan «roadtrip». Teníamos una reserva por dos noches y tres días y sabíamos que estábamos dirigiéndonos al que es considerado, desde que se reinauguró a fines de 2016, el mejor hotel de Punta del Este. Y el único de la república oriental que pertenece a The Leading Hotels of The World, la organización que en ochenta países, reúne a los hoteles más aclamados del mundo. Un sello de excelencia.
Era un día lluvioso de fines de febrero. El «Maps» nos indicó que para llegar debíamos desviarnos a la altura de la Barra hacia el interior, camino a la localidad de San Carlos. Quince minutos de fincas y viñedos. El camino empezó a ascender y se convirtió en ese paisaje bucólico (aún con el cielo gris) y serrano que rodea a Punta del Este. Tan distinto a nuestra «jodida pampa metafísica», como dice con genialidad Pedro Mairal en su adictivo libro «La Uruguaya».
«Sabíamos que estábamos dirigiéndonos al que es considerado, desde que se reinauguró a fines de 2016, el mejor hotel de Punta del Este. Y el único de la república oriental que pertenece a The Leading Hotels of The World, la organización que en ochenta países, reúne a los hoteles más aclamados del mundo…»
Al ingresar al predio – cuatrocientas ochenta hectáreas, donde no sólo está el hotel sino también un club de campo con exclusivas villas y bungalows, e incluso un club de playa privado -, la ruta adquirió una pendiente aún más pronunciada y se abrió a nuestra izquierda la formidable panorámica que nos iba a acompañar durante nuestra estadía: una pradera verde con lagunas, circundada por un cordón de cuchillas y en el horizonte, a lo lejos, los edificios de la península.
«Nos animamos – no la primera mañana sino la segunda – a pedir una copa de esa botella de espumante que está dispuesta en una frapera con hielo en la pantagruélica y colorida mesa del buffet. ¡Qué bien quedan las burbujas con unos huevos revueltos con hongos! Ese trayecto, en nuestro carrito, con la brisa tibia del verano en la cara, a celebrar (es el verbo apropiado) el desayuno fue uno de nuestros rituales simples y de alegría…»
El Fasano honra el concepto de la verdadera exclusividad: alejado de los espacios concurridos y trillados, casi escondido, pero en un rincón que es un paraíso.
El edificio, que apareció de repente en lo más alto de la sierra, es asombroso. Diseñado por la arquitecta brasileña Carolina Proto, irrumpe imponente, como si hiciera equilibrio, sobre las rocas. Una arquitectura moderna y genial porque se integra en el paisaje sin arruinar el entorno natural, sino distinguiéndolo.
En la recepción nos registramos y nos entregaron las llaves del carro de golf que íbamos a tener a nuestra disposición, siempre que quisiéramos. Los huéspedes se mueven en estos vehículos silenciosos y pueden recorrer en ellos las sendas del complejo. El hotel cuenta con tan sólo diez habitaciones. De nuevo: así es la exclusividad cuando es genuina.
«El Fasano honra el concepto de la verdadera exclusividad: alejado de los espacios concurridos y trillados, casi escondido, pero en un rincón que es un paraíso. El edificio, que apareció de repente en lo más alto de la sierra, es asombroso…»
Nuestra habitación, como todas, tenía una cama descomunal, como si uno pudiera nadar sobre un colchón. Y una vista bellísima. De hecho, una que, gracias al efecto visual de las paredes de madera del balcón que se cierran en perspectiva, parece un óleo impresionista que celebra la naturaleza, con su marco. Nos recibieron con macarrones y un vino tinto de cepa Tannat. Y una carta de bienvenida escrita de puño y letra. Nos acomodamos en dos sillones exteriores, lo descorchamos y brindamos con el espectáculo del atardecer y las primeras luces de la punta y el pueblo de Maldonado encendiéndose al fondo. Uno de esos instantes en que, por alguna razón, la vida parece determinada a agasajarte más de lo normal.
Así empezó nuestra estadía en el que, sabíamos, es el mejor hotel de Punta del Este, pero no éramos conscientes – muy rápido sí lo fuimos – de que está a muy otro nivel: no es un cinco estrellas más. «Es un siete estrellas», es la primera expresión que me surge cuándo me preguntan cómo la pasamos. Claro, eso no existe, pero describiría bien el rango de hotelería del que estamos hablando.
Les dejo nueve vivencias, instantes y detalles que cuentan este lugar.
1) ¿Y el desayuno dónde es? La primera mañana no encontrábamos ningún salón donde lo estuvieran sirviendo. Bajamos a preguntar. «Es afuera, en la casa que está allá, detrás de los árboles, vayan en su carrito eléctrico». Fuimos felices hasta esa casona rústica, bien rural, que tiene un patio con árboles antiguos con ramas enormes. Elegimos una mesa abajo de la galería. Y nos animamos – no la primera mañana sino la segunda – a pedir una copa de esa botella de espumante que está dispuesta en una frapera con hielo en la pantagruélica y colorida mesa del buffet. ¡Qué bien quedan las burbujas con unos huevos revueltos con hongos! Ese trayecto, en nuestro carrito, con la brisa tibia del verano en la cara, a celebrar (es el verbo apropiado) el desayuno fue uno de nuestros rituales simples y de alegría.
2) Por la noche, llegar al restaurante Fasano, es algo mágico. Se ingresa desde el hotel por un largo puente de vidrio que lo conecta con el hotel. Y la impresión que se tiene, luego de atravesarlo, es la de ingresar al corazón de roca de la cuchilla de Maldonado, porque efectivamente el restaurante está construido sobre las piedras originales, con su polvo, sus yuyos, y su textura fría y gris. Las luces tenues acentúan el efecto de misterio.
3) El silencio. En el Fasano no se escuchan ruidos, prácticamente. Sólo suena algo el viento. Como si estuviera inmerso en una campana transparente de tranquilidad. ¿Quieren ir a Punta del Este y a su vez, desconectarse fuerte?
4) La arquitectura se goza: alojarse aquí es disfrutar, a cada paso, a cada nuevo ambiente que descubrís, del diseño de vanguardia. Armónico, osado, elegante. En cada centímetro. Y vale también para la decoración de interior.
5) ¡Hay libros por todas partes! Antiguos y modernos. De fotos y tapa ancha o de literatura. Argentina, brasileña y universal. Están como decoración o para leerlos desplomado en un sillón de cuero. Y hay uno, sobre todo, que es magnético. De dibujos místicos, orientales y budistas. Un libro sagrado, expuesto, con las hojas abiertas. Junto a un ventanal de horizontes verdes campo.
6) Los bellos detalles, superiores, en la habitación. La colección de whiskies sobre el escritorio. Libros de Borges, Hemingway, Dostoievsky y Victor Hugo en la estantería. La cafetera de cápsulas con granos especiales. La ducha con efecto lluvia del baño. La estufa vidriada con troncos para encender en invierno. Los bombones y «Vauquitas» de dulce de leche Lapataia que «aparecen» cuando uno vuelve a la habitación.
7) La carta (gloriosa) de vinos en el restaurante y la buena predisposición del sommelier. Hablamos de una carta dividida por países, desde Francia hasta Chile y – desde ya – etiquetas uruguayas. De la región de Maldonado, bien locales, de Paysandú y de Salto (donde están los terruños que mayor calidad logran en el país).
8) Las dos piscinas en la roca. Una en la terraza. Y otra en un solarium, alejada. En esta última, rodeada de un deck de madera, reposeras y sombrillas, un arroyo que cae como cascada renueva sus aguas.
9) El sabor de los platos de los restaurantes (hay dos). Alta gastronomía, y rica, lo cual no siempre es algo evidente. No recuerdo haber probado nunca un mejor lenguado. También sublime el cordero y el pulpo. Fasano es una cadena de hoteles brasileña. Célebre, sobre todo, entre los paulistas. Pero antes, desde hace casi un siglo, en San Pablo estuvo el restaurante Fasano que no cerró sus puertas y los paulistas adoran. Se nota la experiencia de hornallas. «Algo que les interesa mucho a los viajeros que llegan desde Brasil es que los restaurantes estén a la expectativa de la idea de Fasano que ellos traen desde su país», le contó a MALEVA una de las directivas del hotel.
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