Juan Minujín (39) es un trotamundos. Desde chico trotó por Londres, México, Argentina, de nuevo Londres, de nuevo Argentina. Y entre todos esos viajes, se fue entretejiendo un actor, que también transitó mil escenarios distintos: teatro, cine, danza, televisión, actuación, dirección. Él va saltando de uno a otro, y así se divierte. Desde su familia siempre surgió naturalmente reírse de lo bueno y lo malo de la vida; tal vez sea ese don el que lo llevó a dejarse poseer por tantos personajes distintos y transformarlos en éxitos como Vaquero, su ópera prima como director, obras como “El Pasado es un animal grotesco”, “Sucio”, “Hamlet”, “Hermosura”, “Dos más dos”, la película que ilustra el mundo swinger, y sus inolvidables papeles en las tiras del prime time de la televisión argentina: “Mujeres Asesinas”, “Los Únicos”, “Ciega a Citas”, “Tratame bien”, “Tiempos compulsivos”, “Solamente vos”, “Viudas e hijos del Rock&Roll”. Cuesta imaginar que además de todo esto, Juan fue estatua viviente en el Covent Garden de Londres. Hoy, con tantas consagraciones sigue luchando contra el ego del actor (que ya lo tiene bastante domesticado) y disfruta de cosas simples como patinar, jugar a la canasta con sus hijas, aprovechar los viajes para caminar sin parar, comer en puestos de la calle, tomar tecitos en los bares y sumergirse en librerías.
De chico viviste en Londres y México ¿Cuáles son los primeros recuerdos que te vienen a la mente de esos años?
Mis papás eran militantes peronistas y en el ’76 nos fuimos por el golpe, primero a Inglaterra un año y después a México. Nos quedamos siete años y me acuerdo muchísimas cosas. Nos atravesó mucho la cultura mexicana porque es muy fuerte; desde lo pagano y lo cristiano que está todo mezclado, hasta la comida, los supermercados, los huevos y los frijoles del desayuno, las frutas, las verduras. Había un disparate de colores y olores. Después llegué acá en el ’80 y el impacto fue fuerte; sólo había manzana, banana y naranja. Y cuando volví tenía acento mexicano, no sabía escribir cursiva con pluma fuente, no sabía el himno y lo mezclaba con el mexicano. Allá éramos los argentinos y acá los mexicanos. Por suerte pude volver muchas veces a trabajar y tengo amigos allá. Sigo conectado. Hoy muchos de nuestros festejos son con comida mexicana porque todos estuvimos atravesados por esa cultura, entonces siempre alguien trae una lata o unos chiles. Además mi hermano tiene un emprendimiento de catering mexicano y se trae cosas de allá. Igualmente como la familia de mi madre es libanesa muchas veces comemos comida árabe también.
«En Buenos Aires estaban de moda las estatuas vivientes, esas blancas inmaculadas; entonces me armé el traje y lo llevé para allá. Me acuerdo del primer día de estatua en Londres, fuimos a Covent Garden con mi papá que justo me había ido a visitar: fue mi primer cliente. Me dejó una monedita y se fue con su valija.»
Y después volviste a viajar a Londres de grande. ¿Qué te llevó a irte?
Tenía 21 años y ya venía estudiando teatro hacía mucho. Tenía un grupo que justo se había disuelto y yo acababa de dejar la carrera de Ciencias de la Comunicación. Hice el CBC pero no me entusiasmaba. Como mis viejos son profesionales yo sentía que tenía que pasar por la facultad; pero a pesar de eso ellos me apoyaron cuando vieron que me quería dedicar al teatro y mi papá me incentivó a ir a estudiar afuera. Mandé cartas a Inglaterra, Francia y Estados Unidos y apareció un curso que era de un maestro francés discípulo de Lecoq que se había armado una escuela con corte muy internacional en Londres; tenía teatro físico, de género, clown, bufón, Shakespeare, comedia del arte, un montón de cosas que me interesaban ver. Y así fue. Llegué a Londres tres días después de que murió Lady Di. Todo cerrado, todos de luto. No había gente. Pero de a poco me fui adaptando; alquilé un departamento y hasta pude trabajar en la calle.
¿Cómo fue trabajar en las calles londinenses?
Fue un movimiento muy audaz para mí, pero me hizo muy bien. En Buenos Aires estaban de moda las estatuas vivientes, esas blancas inmaculadas; entonces me armé el traje y lo llevé para allá. Me acuerdo del primer día, fuimos a Covent Garden con mi papá que justo me había ido a visitar: fue mi primer cliente. Me dejó una monedita y se fue con su valija.
¿Y fuiste pionero en Covent Garden como estatua viviente? ¿Qué otros personajes había dando vueltas?
Sí, estatuas blancas no había ninguna. Solo había un Chaplin, gitanos, faquires, músicos del altiplano.
¿Alguna esquina que te haya quedado marcada de esa época en Londres?
Como estatua, Covent Garden y Leicester Square. Me paraba siempre ahí. Y como Juan, estudiante, yo alquilaba por lugares baratos, lejanos, no turísticos, y los lugares que me quedaron y que vuelvo a ir porque me traen recuerdos son West Hampstead y Dollis Hill. Siempre viví en el noroeste.
«El estado natural del ego del actor es feroz y tortuoso. Pero en el medio tuve hijas, me pasaron muchas cosas que relativizan otras cosas, que te hacen ver que uno no es lo único que hay en el mundo. Pero yo sé que si me desbando hacia donde caigo es ahí. Si pierdo el equilibrio lo que aparece es eso: la tortura neurótica del ego galopando sobre todo.»
¿Y adoptaste la vida del inglés que va al pub después de estudiar o trabajar?
Sí, con los chicos de la escuela íbamos a pubs cerca de Camden. Elegíamos esos que tienen un espíritu muy lindo, opresivo y oscuro: todo a la vez.
¿Y cómo fue la vuelta a Buenos Aires?
De a poco me fui armando en teatro. Tuve un dúo de Clown con Marcelo Zubiotto; escribimos una obra, “Edipo Rey un día”, y la hicimos en muchos lugares, hasta que un día nos vieron y nos invitaron a trabajar en una obra en el Cervantes. Ahí cobré mi primer sueldo como actor. Además daba clases de teatro en inglés para chicos. Después me metí en el grupo de danza El Descueve; fue muy impactante, un giro muy grande. Hicimos una gira por Europa con un show, “Hermosura”, y ahí me vio Anahí Berné, la directora de “Un año sin amor” y me llamó para actuar en su película, ópera prima de ella y primer protagónico para mí. Fue un gran trabajo de investigación porque la película contaba la vida de Pablo Perez, un escritor que tuvo HIV e incursionó en el sadomasoquismo. Y nosotros fuimos al club de sadomaso donde iba él. Nos metimos mucho en eso.
Y de ahí te metiste tanto en el cine que terminaste dirigiendo “Vaquero”. Dijiste que lo que te motivó a escribirla fue pensar en qué piensa el actor cuando actúa. ¿Qué piensa?
Y, estás en muchas pistas paralelas. Podés estar muy conectado actuando muy bien, pero podés estar pensando en cualquier cosa; qué le pasa al público, qué están pensando, qué están diciendo de vos. Lo que hice fue intentar ver ese monólogo interno del actor y llevarlo al extremo sin filtro para ver hacia dónde van los pensamientos: desde lo sexual, hasta cosas muy miserables como la envidia. Fue atacar al ego del actor. La respuesta era salvaje, era feroz.
«Me gusta mucho la ropa, la veo como una impronta personal, un disfraz. Me gusta vestirme un día de los ’70, otro día punk, otro día como golfista, y otro día como pibe de San Isidro. Me divierte jugar con eso, siento que la ropa muestra algo singular de la persona.»
¿Y cómo es tu ego de actor?
Yo creo que lo tengo un poco más domesticado ahora porque hice muchos años de análisis; el estado natural del ego del actor es feroz y tortuoso. Pero en el medio tuve hijas, me pasaron muchas cosas que relativizan otras cosas, que te hacen ver que uno no es lo único que hay en el mundo. Pero yo sé que si me desbando hacia donde caigo es ahí. Si pierdo el equilibrio lo que aparece es eso: la tortura neurótica del ego galopando sobre todo. Pero al hacer una película sobre eso, pude darle una vuelta de humor, convertirla en una expresión artística. Ahora disfruto del tiempo libre, en otros años era impensable por mi nivel de ansiedad y de querer hacer algo todo el tiempo. Hoy me gusta jugar con mis hijas a la canasta, salir a patinar con ellas, mirar dibujitos. Me divierto fácilmente. Crecí en un ambiente familiar con mucho sentido del humor. Vivimos siempre en un estado natural de hacer chistes, de reírnos. Es ver las peores cosas y las mejores cosas de la vida con cierto humor. Creo que eso también me está llevando a hacer muchas comedias últimamente.
¿Y qué otras cosas te dan placer? La ropa, por ejemplo, ¿qué te genera?
Me gusta mucho la ropa, la veo como una impronta personal, un disfraz. Me gusta vestirme un día de los ’70, otro día punk, otro día como golfista, y otro día como pibe de San Isidro. Me divierte jugar con eso, siento que la ropa muestra algo singular de la persona. De hecho me acuerdo todavía de la sensación que me causaron algunas prendas, como por ejemplo lo que tenía puesto el primer día del colegio secundario: me acuerdo las fibras, las texturas, los colores, lo que sentía cuando me ponía esa ropa. Me pasa que me copo con una prenda y la uso muchas veces. Con las canciones también me pasa. Escucho una semana seguida una y la gasto.
«Fantaseo mucho con la comida de la calle; en Berlín, en el barrio turco comí los Baklava, que son las cosas dulces árabes que yo como mucho por mi familia. Bueno, ahí probé las más ricas de mi vida. Más ricas que las que comí en Turquía.»
¿Con qué canciones te obsesionaste durante esta semana?Ahora volví a escuchar mucho Karma Chameleon de Culture Club por algo del trabajo, y también se me pegó Estadio Azteca de Calamaro. No soy fan de ninguno de ellos, pero de repente, me entusiasmo con algo.
Y en los viajes, ¿con qué te entusiasmás?
Me gusta alquilar una casita acogedora, linda, con muebles lindos. Descanso mucho en que lo estético sea lindo. Me relaja eso en vacaciones. Y me gusta mucho visitar librerías y comprarme libros, ir a museos, ver instalaciones, ver lo emergente de cada ciudad, de New York, de Berlín por ejemplo; me gusta caminar por la calle, tomar tecitos, comer en los puestos de ferias.
¿Alguna comida que hayas comido en la calle que digas, “la quiero ya”?
Sí, fantaseo mucho con la comida de la calle; en Berlín, en el barrio turco comí los Baklava, que son las cosas dulces árabes que yo como mucho por mi familia. Bueno, ahí probé las más ricas de mi vida. Más ricas que las que comí en Turquía.
Y una obligada; ¿qué admirás de Marta Minujín, la prima de tu papá?
Y mucho; me parece una persona tremendamente auténtica, con mucho coraje, siempre se animó a hacer lo que quería sin que le importe mucho lo que se vaya a decir de eso. Tiene una visión de la vida muy singular, divertida, inteligente, emprendedora. Admiro todos sus costados.