Gracias a que el líquido era inocua, García Uriburu fue liberado de Prisión
El 19 de junio de 1968, las aguas del canal de Venecia se tiñeron de un estridente color verde en lo que muchos creyeron –al principio-, era un ataque terrorista. Tras veinte minutos de recorrer los inconfundibles canales de Venecia vertiendo una curiosa sustancia fluorescente, el legendario artista argentino Nicolás García Uriburu y el valiente gondolero que aceptó el desafío de acompañarlo fueron arrestados y llevados a Milán. Horas más tarde, los antes paranoicos venecianos festejaron al son de los titulares en los noticieros: “Bravíssimo! É un artista! É una opera d’arte!”. “Venecia al fin se convierte en una ciudad de vanguardia”, cantaban.
Enmarcada en una época tumultuosa, en sinergia con la Primavera de Praga y el Mayo Francés, esta osadía funcionó como bisagra en la historia del arte mundial. Fue durante la XXVIV Bienal de Venecia, a la que Uriburu no había sido invitado. Sin invitación, sin permiso y sin explicaciones, llevó a cabo este acto artístico con principio y fin, pionero en el mundo de las manifestaciones de la performance y el conceptualismo. Una acción disruptiva que puso en discusión las jerarquías de las instituciones del arte, en congruencia con los movimientos de la década. Una calculada obra de arte clandestina y efímera que desdibujó los limites del canvas – y lo extendió tres kilómetros para ser exactos – cuando una de las corrientes de agua más famosas del mundo se convirtió en el lienzo del artista.
«Tras veinte minutos de recorrer los inconfundibles canales de Venecia vertiendo una curiosa sustancia fluorescente, el legendario artista argentino Nicolás García Uriburu y el valiente gondolero que aceptó el desafío de acompañarlo fueron arrestados y llevados a Milán…»
A cincuenta años de esta hazaña, el Museo Nacional de Bellas artes recuerda y homenajea no solo su audacia, que derivó en un completo cambio de perspectiva, pero todo su trabajo durante los años 1968 a 1974. “Venecia en clave verde” es el nombre elegido para la muestra de Nicolás García Uriburu curada por Mariana Marchesi que se puede visitar hasta el 30 de septiembre, todos los días con entrada gratuita. La silueta de Nicolás volcando un balde de líquido es la bienvenida que esta pequeña pero poderosa exhibición ofrece a los visitantes del emblemático edificio sobre la Avenida Libertador. A su lado, una exhaustiva línea del tiempo contextualiza, resignifica y celebra las serigrafías, fotos intervenidas, piezas documentales y pinturas que integran la exposición. Entre ellas, cuelga el manifiesto realizado en 1973, conformado por 7 paneles gráficos con tintes verdes en cada uno. Un compendio que define toda la obra posterior de Uriburu y que de ahora en más permanecerá en el museo, habiendo encontrado un nuevo hogar.
“Siento que mi padre es mi padre pero siento que el artista no me pertenece, es de todos”, dijo emocionada Azul García Uriburu en la inauguración, mientras, al fondo, una voz parecía querer interrumpirla. ”Habla y habla mi madre”, rió. Se trataba de un video proyectado en un rincón oscuro de la sala, una película casera filmada en super8 que documenta el momento y que nos permite ver al artista en pleno gesto artístico. Es el registro más vívido y fidedigno de aquel entonces, aunque nadie sabe quién esta detrás de la cámara. Una película muda, por la que se superpone el testimonio de Blanca, la madre de Azul, esposa de Nicolás y principal testigo de lo que fue una sorpresa que rompió con la rutina de las mañanas italianas. Así es la naturaleza propia del arte performático y experimental, que afecta directamente a los espectadores circunstanciales que por una vez estaban en el momento y lugar correctos, pero que solo perdura en memorias, fotografías, filmaciones y manifiestos que dan fe de eventos perdidos y momentos desvanecidos.
«Un video es la joya de la muestra. En él, Blanca relata en una simpática crónica narrada cómo esperó a su marido en un café con su perro escondido bajo la mesa, tras haber sido echada de su hotel, provee aunque sea una vaga explicación de lo que llevó al artista a cambiar los paradigmas del arte y explica el proceso de investigación que llevó al descubrimiento de la sustancia elegida por Nicolás…»
Y es este video la joya de la muestra. En él, Blanca relata en una simpática crónica narrada cómo esperó a su marido en un café con su perro escondido bajo la mesa, tras haber sido echada de su hotel, provee aunque sea una vaga explicación de lo que llevó al artista a cambiar los paradigmas del arte y explica el proceso de investigación que llevó al descubrimiento de la sustancia elegida por Nicolás. Un líquido que cumplía los requerimientos visuales y medio ambientales -no afectaba la flora del canal- y que era utilizado por los científicos de la NASA para delimitar en el océano los puntos de aterrizaje de sus cohetes. Porque los sesenta no fue solo la década de revueltas estudiantiles pero la de la conquista del espacio también. Fue gracias a esta cualidad inocua del líquido utilizado que Nicolás fue liberado –tras el veredicto del Comité de Científicos convocado tras arrestar al artista. Este mismo líquido, sería utilizado posteriormente en intervenciones de distintas aguas del mundo –Buenos Aires, París, Bruselas y Londres.
«Uriburu fue, sin más, un ecologista. Referente fundamental del land art –o del arte ecológico- y “pionero de la conciencia ecológica, que formuló con el lenguaje de la acción artística”, como lo define el director del Bellas Artes, logró fusionar el arte con la vida, reformular el concepto de paisaje y explicitar los vínculos del hombre con la naturaleza, a través de sus creaciones.»
Uriburu fue, sin más, un ecologista. Referente fundamental del land art –o del arte ecológico- y “pionero de la conciencia ecológica, que formuló con el lenguaje de la acción artística”, como lo define el director del Bellas Artes, logró fusionar el arte con la vida, reformular el concepto de paisaje y explicitar los vínculos del hombre con la naturaleza, a través de sus creaciones. “Esta exposición reúne testimonios de la época, así como de otras coloraciones históricas realizadas por García Uriburu entre 1968 y 1974, que, junto con un grupo de pinturas contemporáneas descubren los planteos éticos y estéticos que formuló durante seis años clave de su trayectoria”, explica la curadora. Un gesto que podría haber salido mal, que podría no haber funcionado, el color podría no haberse esparcido, la policía podría haber llegado diez minutos antes o que simplemente, podría no haber sido entendido, pero que, a pesar de todo, seguimos recordando, cincuenta años después.
Fotos: gentileza Museo Nacional de Bellas Artes.