En fin, lo mío era ridículo y vergonzoso, pero el pobre Frederick, que se había quedado en Kirguistán unos días más y había vuelto a los lugares donde habíamos estado juntos, recibió todas las miradas de desconfianza y acusaciones posibles. Todo coincidía: dos personas viajando juntas, parten al futuro destino, luego mail paranoide expansivo con foto, y finalmente él vuelve, diciendo que su víctima se fue a Uzbekistán. ¡Ni yo le hubiera creído el cuentito de “se fue a Uzbekistán”! Ahora bien, basándose en la eficiencia del rastreo de los Winograd, estoy convencida que Frederick piensa que mi apellido en realidad es Corleone, rama argentina.
«El oficial comienza un interrogatorio exhaustivo. Iba de la seriedad: “¿dónde trabajás?, ¿sos periodista?, ¿cuánta plata tenes?, ¿sos libre pensadora?” (espero que sí, pero no me quedaba claro que convenía contestar), al levante: “ya tengo novias rusa y uzbeka, pero me anda faltando una sudamericana”. Estuvo alrededor de una hora y medía indagando.»
Los países ex-unión soviética tienen muchas veces fronteras incomprensibles que fueron delimitadas por Rusia. Por lo tanto, muchos kazakos terminaron dentro de los límites de Mongolia, muchos uzbekos terminaron dentro de Kirguistán, etc. En estas zonas la gente habla, come, y mantiene tradiciones de lo que llaman su «nacionalidad», que a diferencia de lo que uno supone, se refiere a su grupo de origen y no al país del que son ciudadanos. Por lo tanto, en el oeste de Kirguistán el 70% eran uzbekos hasta hace algunos años. En 2010 hubo una masacre, en la cual se mataron entre vecinos, y como resultado solo quedó un 25 % uzbeko. El resto murió o tuvo que escapar. Hay muchas teorías sobre quién empezó este conflicto y cuál era el verdadero objetivo. Las cosas están calmas actualmente pero fue la primera vez que cruzar una frontera me resultó tenso.
Gran reja y militares del otro lado. Al bajar de la mashurka (un transporte público tipo van, que quedó de la época soviética) se acerca una mujer gitana con una gran panza de embarazo a pedirme plata. Insiste agarrándome del brazo. Un señor, que aunque viste de civil, parece trabajar en la gendarmería, le grita cosas incomprensibles para mi nivel de uzbeko, y comienza a apedrearla con fuerza. La gente mira, pero no dice nada. No puedo esconder la sensación de enojo e impotencia, pero nada puedo hacer, más que decirle al militar que no hacía falta, que pare por favor. Aún en shock, otro gendarme me llama y me hace pasar adelante de una gran fila de gente con caras de preocupación y de llevar varias horas, o días, allí. El incómodo e incomprensible privilegio de ser extranjera.
Ya adentro de la zona de trámites, nuevamente otro oficial me llama y me hace pasar otra fila de gente, que parece más aliviada, claro, ya había pasado la primera barrera. El oficial comienza un interrogatorio exhaustivo. Iba de la seriedad: “¿dónde trabajás?, ¿sos periodista?, ¿cuánta plata tenes?, ¿sos libre pensadora?” (espero que sí, pero no me quedaba claro que convenía contestar), al levante: “ya tengo novias rusa y uzbeka, pero me anda faltando una sudamericana”. Estuvo alrededor de una hora y medía indagando, mientras la gente de la fila escuchaba con atención. Aunque me resultaba ya incómodo, decidí seguir el ping pong de preguntas y respuestas. Además, con el problemita de estar en la lista de «wanted people», tampoco quería llamar demasiado la atención. Finalmente me sellaron el visado y salí por la puerta a Uzbekistán.
«Emprendí un viaje en taxi compartido con otras 2 señoras por seis horas hasta Taskent, la capital del país, al oeste de los montes Altai. Una de ellas hablaba inglés y hacía de intérprete. Me invitó a dormir a su casa pero no pude aceptar por los registros que hay que entregar al salir del país: papelitos sellados por los hoteles u hostales donde pernoctaste cada noche.»
Emprendí un viaje en taxi compartido con otras 2 señoras por seis horas hasta Taskent, la capital del país, al oeste de los montes Altai. Una de ellas hablaba inglés y hacía de intérprete. Me invitó a dormir a su casa pero no pude aceptar por los registros que hay que entregar al salir del país: papelitos sellados por los hoteles u hostales donde pernoctaste cada noche. Depuesta la intérprete en su casa, a mitad de camino, me quedé con el taxista y la otra pasajera. Llegamos a la ciudad a la 1 de la mañana y el taxista no encontraba el hostal que yo le había indicado. Decidió entonces llevar primero a la otra pasajera, y después veía que hacia conmigo…para que se entienda, el equivalente seria: salimos en taxi de Bahía Blanca, y al llegar a Buenos Aires, el taxista decide seguir hasta Montevideo, para después traerme a Buenos Aires de nuevo. ¡Y llegando a Montevideo se pierde y se va a Paysandú!
Yo no daba más, viajábamos en calles destruidas a las 4 de la mañana sin una sola casa a los costados, las señas no servían para nada, incomprensión absoluta. Finalmente dejamos a la otra pasajera (embarazada y con contracciones durante el viaje) y volvimos a Taskent a 7 de la mañana del día siguiente. Habíamos estado en el taxi veinte horas y lo que más me preocupaba es que el buen hombre no había dormido y seguía al volante. Se ve que la telepatía era nuestra mejor forma de comunicación porque por primera vez nos entendimos: en el instante que pensé eso, estacionó en una playa de estacionamiento y en cuestión de segundos empezó a roncar. Agarré mi mochila y me bajé, y luego de varios medios de transporte llegué a mi destino.
El cambio de Kirguistán a Uzbekistán es fuerte. La naturaleza absoluta en las montañas con pueblitos recónditos de Kirguistán había cambiado por planicies desérticas atravesadas por vías férreas y contadas ciudades. Las edificaciones son abrumadoras, colmadas de mezquitas, madrazas (escuelas, en general religiosas), minaretes y algunas sinagogas. La gente sigue siendo muy hospitalaria pero se empieza a sentir que la población está más oprimida y los turistas más controlados: se necesita carta de invitación para conseguir la visa, diciendo exactamente dónde vas a dormir cada noche, y al salir del país, como conté, te piden los “registros” sellados.
«El cambio de Kirguistán a Uzbekistán es fuerte. La naturaleza absoluta en las montañas con pueblitos recónditos de Kirguistán había cambiado por planicies desérticas atravesadas por vías férreas y contadas ciudades. Las edificaciones son abrumadoras, colmadas de mezquitas, madrazas (escuelas, en general religiosas), minaretes y algunas sinagogas.»
En las entradas del metro (si, ¡tiene subte y muy lindo!) siempre piden pasaporte los policías. El tema de los registros hace que una se mueva más en los recorridos turísticos y conocidos, por lo cual mi viaje perdió un poco la chispa en estos días.
Al turismo de bicicleteros y viajeros parecidos a los de Kirguistán se suma mucha gente más grande, mucho tour de europeos –alemanes y franceses sobre todo -, que van con guía y buses gigantes. Uzbekistán interesante, mucha arquitectura imponente, pero al final resulta todo un poco parecido. Buen destino, aunque no repetiría. Me voy al último país de este periplo: Nepal.
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1 – Myanmar, la tierra de los monjes, primera entrega: http://bit.ly/YC7CVu
2 – Myanmar, la tierra de los monjes, segunda entrega: http://bit.ly/WDVqU7
3 – Macau y Hong Kong, China en portuñol y China NYC: http://bit.ly/15WdgaO
4 – Because this is China (tierra adentro): http://bit.ly/ZdxYy2
5 – Usos, costumbres y manías de los chinos: http://bit.ly/ZZmRZd
6 – En van hacia la fascinante estepa de Mongolia (parte uno): http://bit.ly/1cncx9B
7 – En van hacia la fascinante estepa de Mongolia (parte dos): http://bit.ly/1aPqlmz
8 – Kirguistán o la inesperada tierra de los buenos: http://bit.ly/1cOuTAx