A solo dos semanas de que finalice la exposición de Osvaldo Lamborghini en el MACBA decidí que iba a prestar homenaje a su eminencia literaria dado que desconocía completamente su obra gráfica; para ello me anoté en una actividad del MACBA llamada Ruta de Autor como para reconocer las calles en las que este exiliado peronista vagabundeó en sus últimos prolíferos años en Barcelona.
Sí, Osvaldo Lamborghini, otro argentino refugiado en Barcelona me introdujo al muy detestado barrio del Raval. Detesto el Raval. Me parece un barrio sucio, turbio, obsceno y sí, voy a decirlo: inmoral. Parte de crecer es saber medirse con las aseveraciones pero todos sabemos que para escribir y que a uno lo lean, las palabras tienen que provocar algo en el lector, así que hoy tengo ganas de decir que el Raval es un barrio de esos que me causan rechazo; un barrio que esconde demasiado, un barrio que rebalsa de una honestidad hedionda porque parece la vivísima encarnación de un relato de Bukowski, ese perverso granuja que escupía “mierda” y regalaba fucks.
«Sí, Osvaldo Lamborghini, otro argentino refugiado en Barcelona me introdujo al muy detestado barrio del Raval. Detesto el Raval. Me parece un barrio sucio, turbio, obsceno y sí, voy a decirlo: inmoral.»
Podría decirse que Lamborghini es la versión argentina de este personaje, al menos, su yo literario y gráfico. Lamborghini, autor de culto, publicó tan solo tres libros en vida y con eso revolucionó la literatura argentina violando cánones estéticos, estilísticos y conceptuales; el lunfardo yacía como diarrea en la concepción de sus textos. Adicto al alcohol y al tabaco. Un imaginario violento y una mente lasciva que transforma la prosa en poesía y las imágenes más pornográficas en arte.
Caminé por la ruta de autor y aunque la Rambla del Raval es ahora un boulevard de palmeras al estilo centroamericano y aunque nazcan aquí y allá, como flores en primavera, reformas hipster y bares como COPLAS de Sergio Gil (Joaquín Costas, 12) lo sigo detestando – y hasta quizás más, por vendido. El Raval seguía siendo un lugar impenetrable, el sol era el único intruso, fiel testigo de las furtivas miradas que caían sobre mi cuerpo sin tapujos y de a momentos me sentí desnuda ante las ventanas oscuras disfrazadas con flores o ropa recién lavada.
El recorrido terminó en el Carrer Robadors, la calle de las prostitutas. No las miré demasiado, estaba absorta en un artículo del diario inglés “The Guardian” que hablaba de cómo las organizaciones clandestinas de tráfico humano se aprovechaban de la situación post-terremoto en Nepal: entraban en los pueblos prometiendo ayuda llevándose a las mujeres y niñas a los burdeles de la India. Sedadas, golpeadas, obligadas a cogerse a treinta tipos por día y yo caminaba por Robadors. ¡Qué mundo despreciable! Asentí con la cabeza en forma de reconocimiento a las putas que estaban cerca de la puerta del bar 23 Robadors y ahogué la impotencia con un poco de jazz.
«Caminé por la ruta de autor y aunque la Rambla del Raval es ahora un boulevard de palmeras al estilo centroamericano y aunque nazcan aquí y allá, como flores en primavera, reformas hipster y bares como COPLAS de Sergio Gil (Joaquín Costas, 12) lo sigo detestando – y hasta quizás más, por vendido.»
Vagabundée hasta Plaza Real para meterme en Ocaña, el vecino y antítesis del Pipa Club. Ocaña: ícono de la revolución sexual, de la cultura libertaria, de la literatura experimental, del rock progresivo y del teatro. Les pinto entonces la escena, andamos por los setenta; Ocaña, andaluz, artista, provocateur, un travesti pero autodenominado un personaje, se puso a la altura de Shakespeare al afirmar que “…él era un teatro y su escenario, la Rambla.” Envuelta en una arquitectura original de 1850 convertida en un espacio algo romántico-alternativo me atiende un hombre alto, flacucho, vestido de algo que no es ni una cosa ni la otra, simplemente una cosa exacerbada y multifacética. Veo una pareja vestida de blanco tomando unas copas de tinto en la terraza y un hombre trabajando desde su Mac. Ocaña vira del día a la noche, al igual que variaba su creador, podía ser todo y todo puede ser uno: café, terraza, restaurante y club.
Dos vagos, borrachos, toman una siesta en medio de la plaza.
Pedí mi segunda copa, una nunca será suficiente lidiar con este mundo de caras y caretas.
(…)
Hace dos días fue el bautismo de las nuevas putas del Prostíbulo Poético[1], las aplaudí, su sensualidad poética era digna de los aplausos. Amo la buena poesía. Pensé en prostituirme yo también.
Atentos ambos a la contradicción, a la falta de justicia en la sociedad a la imperfección y decadencia humana. Ambos una fiel parodia de la humanidad exiliada[2], Lamborghini y yo.
Lee todo en: ¿Por qué leer a Osvaldo Lamborghini? > Poemas del Alma http://www.poemas-del-alma.com/blog/especiales/por-que-leer-a-osvaldo-lamborghini#ixzz3ZwFgwGvg