Lo llaman el «Caribe» de la Provincia de Buenos Aires y es el único pueblo ostrero de Argentina/Hay tantas que no son un lujo. ¡Hasta las empanadas son de ostras!/Tranquilidad absoluta, aguas calmas y placeres sencillos/Además: el alojamiento donde el único ruido por las noches es el susurro de las olas.
Las ostras de Pocitos filtran el agua de modo natural y le dan una coloración turquesa al mar.
Una aldea irreal: así es Pocitos, la playa secreta a novecientos kilómetros de Buenos Aires, con un mar repleto de ostras. Por Leandro Vesco para MALEVA desde Pocitos. Fotos: gentileza para MALEVA de Mariana Demestri.
Es el secreto mejor guardado de la costa de la provincia de Buenos Aires, al sur del Río Colorado, y siempre por ese meridiano de asfalto que cruza hacia la region austral del país, en la melancólica ruta 3, las señales de paisaje cambian, el horizonte pampeano deja paso a la estepa y las rectas interminables. Aunque pocos lo sepan, este territorio agreste y secano es la Patagonia bonaerense. Entre pastizal y cielo, calor y choiques que miran despreocupados, un camino apenas visible a la altura de Stroeder (Partido de Patagones) encuadra y sugiere un desvío hacia una postal idílica: Los Pocitos, un pueblo costero de 80 habitantes con aguas turquesas y cálidas que alimentan un tesoro: ostras que crecen y se reproducen en total libertad.
“Tomamos con naturalidad vivir en el paraíso”, dice Sonia Ilgner, ex docente y artista plástica que eligió la calma marítima para vivir una vida frente al mar. Lo llaman el “Caribe Bonaerense” a Los Pocitos. Sobran razones, la playa, contenida en una bahía anegada y rodeado de islas, recibe poco oleaje, no tiene arena sino una alfombra soñada de conchillas blancas.
Hace alrededor de 40 años un japonés entendió que esta costa era única en el mundo para que crecieran ostras y las cosechó, pero no regresó. Estaba en lo cierto, el mar de Los Pocitos tiene nutrientes que favorece su crecimiento, el resultado vuelve a este pueblo especial y hedónico: tiene colchones de ostras por todas partes.
Es su principal economía, pero son tan generosas en su cantidad que cualquier visitante puede cosecharlas y comerlas, además filtran el agua y le da una coloración turquesa. El lujo de Los Pocitos es sencillo y hacendoso: comer ostras suculentas en una costa virgen en completa soledad.
«Es el único pueblo ostrero del país. Cunde en las callecitas de Los Pocitos la insinuación de estar en un lugar irreal. La recoleta comunidad marítima, amable y siempre predispuesta para saludar e iniciar una charla, se encarga de trascender una verdad incuestionable. Todo lo que estamos viviendo en Los Pocitos es real…»
La pequeña comunidad vive al ritmo del mar. Las calles son de tierra y arena calcárea. Un rosario de casas es la única muestra de humanidad, todas frente al mar, el contacto con él es diario y directo. Está a 900 kilómetros de Buenos Aires, pero bien podría estar a miles, o en otro mundo. No hay señal telefónica, algunos interesados en recibir una llamada se van a una loma cercana. Existe un camping que está a metros de la playa (todo lo está), que es gratuito y un almacén donde comprar lo necesario, también hospedajes. No hace falta mucho, el paisaje alimenta.
“Los Pocitos es un lugar para olvidarse de todas las tensiones que genera vivir en la ciudad. Acá caminás por las callecitas y los lugareños te saludan como si te conociesen de toda una vida. La paz reina en cada rinconcito. Sólo escuchás el sonido del mar, los pájaros y el viento”, dice Stella Breit de González, quien vive aquí, y tiene la “Posada Buena Vida”. Los días en el pueblo son pura calma.
Es común ver zorros, liebre, choiques y perdices entre las calles, todos conviven en armonía. La temperatura del agua es soñada: 24 grados. “Es la más cálida de la costa atlántica”, dice Breit. La causa se debe a que en marea baja deja al descubierto la arena calcárea que se calienta con el sol y al regresar el agua, la entibia. “A veces el mar parece una laguna, es mágico”, agrega Ilgner.
«Plato costoso y exclusivo en cualquier menú en el mundo, en Los Pocitos es un maná al alcance de todos. “Sabemos que nuestras ostras es uno de nuestros mejores atractivos”, dice Ilgner. Cocinadas en su valva, ya sea al horno o a las brasas, a la provenzal, gratinadas con gruyere o con salsa de tomate y algo de crema. Las empanadas en Los Pocitos se hacen con ostras…»
Es el único pueblo ostrero del país. Cunde en las callecitas de Los Pocitos la insinuación de estar en un lugar irreal. La recoleta comunidad marítima, amable y siempre predispuesta para saludar e iniciar una charla, se encarga de trascender una verdad incuestionable. Todo lo que estamos viviendo en Los Pocitos es real.
“Es estar fuera del mundo, no hay contaminaciones tecnológicas, es regresar a una vida más primitiva”, afirma Ilgner. Nadie está pendiente a las noticias. “La presencia humana se refleja a lo fundamental”, agrega.
Sencillas cosas: hacer una corvina a la parrilla con ostras a las brasas, debajo de la sombra de un tamarisco, frente al mar y su fresca brisa. Por la noche, el cielo es el epígrafe de un momento inolvidable. Una pequeña plaza arbolada tiene una imagen de la Virgen Stella Maris, patrona de los marineros, a ella se encomiendan todos los que salen a navegar.
La actividad acuática es constante, los pescadores vienen a buscar corvinas y gatuzos. La dieta es marina, también llegan verduras del Alto Valle rionegrino. La comarca de Carmen de Patagones y Viedma está a 80 kilómetros, otro pueblo bello es San Blas, a sólo 25, hacia el sur por la misma costa, con una amplia oferta gastronómica y hotelera.
En Los Pocitos, en cambio, prima la pequeña escala. “Nos gusta decir que somos un pueblo para disfrutar los silencios”, dice Breit, quien es una de las que mejor prepara las ostras. Un buen punto es que no existe el consumismo, no hay chances de gastar dinero y los hospedajes no son costosos. “Una actividad que recomendamos es caminar por la costa al atardecer, mientras algunos curiosos cangrejos se mueven presurosos o ver los flamencos”, señala Stella. Cosas simples, la profunda desconexión se logra en forma natural.
“Tomamos con naturalidad vivir en el paraíso”, dice Sonia Ilgner, ex docente y artista plástica que eligió la calma marítima para vivir una vida frente al mar. Lo llaman el “Caribe Bonaerense” a Los Pocitos. Sobran razones, la playa, contenida en una bahía anegada y rodeado de islas, recibe poco oleaje, no tiene arena sino una alfombra soñada de conchillas blancas…»
Plato costoso y exclusivo en cualquier menú en el mundo, en Los Pocitos es un maná al alcance de todos. “Sabemos que nuestras ostras es uno de nuestros mejores atractivos”, dice Ilgner. Cocinadas en su valva, ya sea al horno o a las brasas, a la provenzal, gratinadas con gruyere o con salsa de tomate y algo de crema. Las empanadas en Los Pocitos se hacen con ostras procesadas, es la carne de esta aldea de solitarios. Al escabeche, apanadas como diminutas milanesas, en pizzas, paellas o tallarines. Algunos, los puristas, las abren en el mar, le agregan limón y las comen en forma natural. “Las acompañas con champaña, y sólo te queda disfrutar”, agrega Breit.
Ella las cocina de todas las formas y en su hospedaje – Posada Buena Vida -, recibe a cada pasajero con alguna de estas preparaciones. Paz y tranquilidad, una rapsodia de perfectos amaneceres que nacen desde el mar, frente al pueblo donde los celulares pierden utilidad y el goce es abrir los sentidos y asimilar el espectáculo natural del caribe bonaerense. “El susurro de las olas, el encantamiento del mar que te habla: volvés a encontrarte”, dice Nora Ilgner, asidua visitante.