MALEVA de viaje/450 kilómetros espectaculares en la única ruta de Argentina pensada para tener, y sentir, el mar cerca/Cabo Raso, Camarones y Bahía Bustamante: las paradas obligadas/Una bahía que eligen los salmones, un lodge top con viñedo propio, playas de arenas finas y detox digital asegurado.
Mar turquesa y arena blanca: una de las increíbles playas de Bahía Bustamante. Foto: es gentileza para prensa del lodge Bahía Bustamante (PH Alex Macipe).
Un sueño al lado del mar: así es la salvaje «ruta azul» de Chubut / Aguas cristalinas, desconexión total y platazos marinos que sorprenden. Por Leandro Vesco desde la Patagonia para MALEVA.
La ruta 1 bordea el azul y cristalino mar argentino, es la única del país pensada para tenerlo y sentirlo cerca. Su huella, de ripio y polvo, cruza territorios de soledad y despojados de presencia humana, es agreste y salvaje, en algunos tramos se convierte en apenas una huella que se confunde con la estepa. Recorre más de 450 kilómetros y se la conoce como “la Ruta Azul”, escénica y con paisajes espectaculares, fue creada para unir los pueblos que se soñaron a orillas del mar, pero cuando se asfaltó la ruta 3, quedaron aislados y en el olvido, hoy vuelve a ser atractiva y transitada por aventureros que eligen viajar en completa desconexión con el mundo y vivir una experiencia personal de exploración por pueblos que ofrecen la posibilidad de hospedarse y disfrutar de aromas de mar.
1) Cabo Raso: una experiencia de calma visceral.
Foto: Leandro Vesco.
Cabo Raso es un pueblo fantasma que se fundó en 1900 cuando una desguarnecida caseta telegráfica recibió un telegrama del presidente Roca. Fue puerto natural y también tiene un bunker subterráneo de la Fuerza Área que se creó para el proyecto Cóndor II, un misil que nunca se terminó de hacer y que tenía alcance para llegar a Malvinas. La ruta 1 lo cruza y lo parte al medio, de un lado la costa, del otro la estepa y su horizonte curtido por coirones y maras curiosas. Sus habitantes se fueron y dejaron sus casas en ruinas hasta que llegó Eliane Fernández y su esposo Eduardo González. Tuvieron una idea: reconstruir el pueblo y volverlo un refugio para los amantes de la soledad y los silencios. “Es una experiencia visceral, no hay artificios, tratamos de impactar lo menos posible con las ruinas y la naturaleza”, dice Fernández, creadora del refugio El Cabo. Está a 140 kilómetros de Trelew. “Slow down”, define la propuesta.
La dilatada bahía, profunda, arrastra pesadas olas que son usadas por surfers. El hospedaje es distinto, fuera de lo tradicional y es único en el país. La pareja restauró la hostería del pueblo, de 1902, allí hay habitaciones con muebles de aquellos años, las ventanas dejan entrar los dorados haces de luz del atardecer estepario, pero también, de la intimidad del mar. Un living con un hogar, música calma y un ventanal a la playa solitaria donde una melancólica hamaca se mueve impulsada por la caricia del viento. No existe la señal telefónica ni Internet. “Es una buena oportunidad para conectarte, desconectando”, cuenta Fernández. “Entras en contacto con cosas más reales”, agrega.
“Es un turismo distinto, sin tecnología de ningún tipo”, sugiere Fernández. “Estás atento a los silencios, la música de la estepa, el ruido del viento, cómo cambian de forma las nubes: nada de eso lo podrías ver si estás contestando whatsapps”, dice. Una proveeduría vende alimentos no perecederos y productos locales, como la sal marina “Sal de Aquí”, que se cosecha en el Cabo. La gastronomía es una sorpresa, una buena sorpresa…»
Cabo Raso tuvo 300 habitantes, hoy la población la conjeturan la pareja y aquellos que se acercan a salir del mundo y asimilar la experiencia de vivir algunos días en un pueblo que ya no existe. “Lo despojamos de la contaminación humana”, dice Fernández. Como hospedaje dos opciones de camping, uno con reparo y otro en la estepa, también es posible pernoctar en el bunker y en un viejo micro restaurado, y en algunas de las casas del pueblo, recicladas. “Es un turismo distinto, sin tecnología de ningún tipo”, sugiere Fernández. “Estás atento a los silencios, la música de la estepa, el ruido del viento, cómo cambian de forma las nubes: nada de eso lo podrías ver si estás contestando whatsapps”, dice. Una proveeduría vende alimentos no perecederos y productos locales, como la sal marina “Sal de Aquí”, que se cosecha en el Cabo.
La gastronomía es una sorpresa, una buena sorpresa. Elianne es una cocinera intuitiva, muchos viajes y diferentes horizontes la formaron, su esposo es hábil con los pescados. “Es espontánea: lo que tenemos ese día es lo que cocinamos”, dice. Y es mucho. La pesca del día es la base, grandes salmones salvajes eligen la bahía. La comida es un punto de encuentro en el living, vinos patagónicos la maridan pero también encienden charlas, las únicas sonrisas humanas en la costa inexplorada.
2) Camarones: playas solitarias y un restaurante de algas (y una sola mesa) que es un hallazgo.
Foto: es gentileza para prensa de Alma Patagónica (PH Sofía Franchella).
“Es mágico”, dice Carola Puracchio sobre Camarones, a 80 kilómetros al sur por la ruta 1. El camino cruza cañadones y lechos de ríos secos, choiques, guanacos y zorros lo atraviesan y de pronto, llega el azul esperanzador y relajante del mar. El pueblo, que vive de la pesca, tiene 1800 habitantes y aún conserva las típicas casas de chapa que trajeron de Inglaterra los barcos al puerto a principios de siglo XX. Carola tiene su casa frente al mar y tuvo una epifanía: hacer un restaurante de una sola mesa en su galería, su menú se centra en las algas que cosecha todos los días en la restinga cuando baja la marea. Cocina con ulvas, luches y undarias (wakame), pero también con la riqueza del mar que traen los pescadores en sus barcazas coloridas. Caminar por el pueblo es hacerlo en una postal detenida en el tiempo.
Casa Rabal es un viejo almacén de ramos generales abierto en 1900, frente al muelle, donde se pueden comprar cuchillos, alpargatas, abasto y bebidas. “Alma Patagónica” es un bar y restaurante ubicado en una construcción centenaria, con un sótano donde descansan los vinos del fin del mundo. Un grupo de huerteras producen verduras orgánicas. “El Faro”, un hospedaje frente al mar, en el casco histórico. Son casas están hechas según el diseño de las primeras del pueblo.
«Las estrellas iluminan la mesa, el mar tiene luz propia, una tenue y delicada, los pasos se acompañan con vinos patagónicos, la potestad del mar austral asume el control de todo aquello sensorial. Camarones de noche es un cofre de casas brillando en una bahía sosegada…»
“Es una experiencia que te invita a conectar con el mar”, dice Puracchio sobre su proyecto íntimo alguero, sus comensales se cuentan con los dedos de una mano, un lujo. Carola cuenta su historia, pero también abre su corazón con sus platos. En cinco pasos explora los secretos que esconde la Patagonia Azul. Pastas y buñuelos con ulva, pan de luche, hamburguesas de algas y escabeche de wakame, más cholgas, ostras, mejillones y veiras, rabas, cornalitos, róbalo y salmón. “Armo el menú según la pesca del día”, dice. Da señales sobre su mesa singular, la ceremonia comienza cuando atardece. “Al bajar el sol todo el pueblo se va tiñendo de un cálido rosado que hace que el cielo y el mar se hagan uno solo”, confiesa.
Las estrellas iluminan la mesa, el mar tiene luz propia, una tenue y delicada, los pasos se acompañan con vinos patagónicos, la potestad del mar austral asume el control de todo aquello sensorial. Camarones de noche es un cofre de casas brillando en una bahía sosegada. Aquí en 1535 el adelantado español Simón de Alcazaba y Sotomayor quiso fundar el pueblo de Nueva León, el primero europeo de nuestro país, también vino a buscar la ciudad de los Césares, pero sólo encontró estepa y soledad. Su tripulación lo asesinó. “Existen muchas historias y playas solitarias ideales para hacer fogones”, sugiere Puracchio.
La Ruta Azul más allá de Camarones tiene senderos que conducen a rincones secretos, la Fundación Rewilding tiene campings agrestes con refugio y comodidades, oasis en la estepa, pequeños espacios de intimidad delante de la inabarcable belleza de la costa menos explorada de la Patagonia, playas personales. “Es donde la Patagonia encuentra al mar”, dice María Mendizábal, miembro del Staff. Más al sur, en la Bahía Bustamante está el camping Arroyo Marea, libre y gratuito con un refugio con electricidad y espacio para cocinar. Un paraíso austral. Están construyendo un glamping soñado en la costa que abrirá en enero de 2024.
3) Bahía Bustamante: la joya de la ruta con un exclusivo lodge, un viñedo y arena fina.
Foto: es gentileza para prensa de Bahía Bustamante (PH Wendy Pasop).
El Lodge Bahía Bustamante es la joya de esta ruta. Fue un campamento alguero y hoy es un territorio de naturaleza y lujos sencillos que para The New York Times es “Argentina’s Private (and Secret) answer to The Galapagos” (“La respuesta privada y secreta de Argentina a Galápagos”) El hombre aquí no ha dejado demasiadas huellas. El pequeño y recoleto caserío se ve desde el camino, sus casas blancas se encuadran en la bahía esteparia, junto al esmeralda tono marino. Aislado, remoto y confortable, así es el lodge. “Es la Patagonia profunda, histórica, de los pioneros. La Patagonia lejana, silenciosa, y donde la naturaleza aun es pura y salvaje”, dice Astrid Perkins, habitante de este solar.
La familia Soriano aquí fue pionera, extrajo el agar agar de las algas y las casas de aquella factoría, recicladas y placenteras, son el hospedaje. La casa que siempre soñamos tener.
“Casas sobre el mar”, resume Perkins la postal idílica. Se presentan en cuatro categorías, Casas de Mar, Standard, Lofts Marinos y Lofts. Todas incluyen comida y actividades. Luego, más simples, las Casa de la Estepa. Un espacio en común reúne a los solitarios que necesitan compartir el ligero encanto de sentirse en otro mundo, “La Prove”, allí las mesas se ubican frente a grandes ventanales. Se oyen idiomas de muchos países.
«El lodge invita a oír el encantador lenguaje del mar, cuando baja la marea quedan piletas naturales, tinajas bondadosas de agua cristalina. Se busca una experiencia inmersiva. “Es un destino único en el mundo, apasionante para viajeros que buscan algo real, intenso y diferente”, concluye Astrid Perkins…»
El mar es protagonista, pero también un viñedo sobre línea de costa, 4.000 plantas de pinot noir, semillón y albariño, van por la quinta vendimia y las primeras botellas para consumo estarán en la temporada 24/25. Hasta entonces una carta de vinos patagónicos, donde sobresalen los de Nant y Fall (de Trevelín) y los de Humberto Canale (del Alto Valle de Río Negro), acompañan los platos. La gastronomía es de alto vuelo emocional.
“Cordero patagónico, pescado, langostinos, pulpos, salicornias, futas y verduras de nuestra huerta y por supuesto, algas”, resume Perkins. Dos platos se elevan: cordero braseado con salicornia y verduras y la milanesa de guanaco rebozada con algas nori. Antes, se abre la mesa con una sidra de membrillo. Cocina patagónica, genuina y en amabilidades. El lodge invita a oír el encantador lenguaje del mar, cuando baja la marea quedan piletas naturales, tinajas bondadosas de agua cristalina. Se busca una experiencia inmersiva. “Es un destino único en el mundo, apasionante para viajeros que buscan algo real, intenso y diferente”, concluye Perkins.