Así como a algunos el arte los salva, los cura o los emociona, a ella le afloja las rodillas y le hace cosquillas en la panza. Orly Benzacar no entiende la vida sin él. De chica se crió en un ambiente bohemio, rodeada de cuadros y artistas. Sus padres eran románticos y pequeños coleccionistas hasta que su mamá, Ruth, abrió la galería que lleva su nombre y se convirtió en un referente ineludible del arte contemporáneo argentino. De aquello pasaron cincuenta años y ese espacio, ahora bajo la dirección de Orly, sigue conservando su prestigio bien ganado.
Decís que el arte se transformó en una mercancía más. ¿Es positivo?
Sí. El arte tiene un valor per sé como creación artística, pero en el mercado hay que tratarlo como un producto más. Con todo el respeto que merece.
¿Esto lo democratizó o sigue siendo elitista?
Se democratizó porque todo el mundo puede acceder y disfrutarlo. Ir a museos, centros culturales y galerías con entradas gratuitas o muy bajas. Además, hay arte joven, emergente, muy accesible y por poco se puede comprar una obra original.
«El arte tiene un valor per sé como creación artística, pero en el mercado hay que tratarlo como un producto más. Con todo el respeto que merece.»
En diciembre participaste en la Art Basel Miami Beach. ¿Qué te sorprendió?
Esas ferias demandan muchísimo trabajo y lo único que uno termina viendo son las galerías que están camino al baño y al bar. Nunca hay tiempo de recorrer. Y para los galeristas que vamos habitualmente no hay grandes sorpresas. Quizá lo sorprendente es el alto nivel de calidad.
¿Cuándo una obra se considera de calidad?
Es la pregunta del millón. El mercado juega un papel importante porque es un legitimador. Pero no es lo único, tienen que pasar otras cosas. Además, hay muchos recursos para vender y no necesariamente hacen que una obra sea buena.
¿Hay que ser entendido para comprar?
No, hay que tener ganas, la cabeza muy abierta y sensibilidad. No todos los que disfrutan el arte tienen que ser artistas. Siempre hay gente excusándose porque no sabe o no entiende. Y no hay que entender, hay que estar dispuesto a disfrutar.
¿Cómo impacta la tecnología en el arte?
Lo enriquece, el arte se sirve de todos los soportes. El artista usa lo que se le canta. Por ejemplo, la fotografía está en auge porque se digitalizó y se hizo más accesible. Hoy con lo digital todo es más fácil.
¿Lo creativo, lo innovador, tiene más peso que la técnica?
Al principio sí, pero en un terreno profesional es muy importante que esa originalidad esté de la mano de la técnica. Si es pintura, pintá bien y, si la propuesta es trash, hacelo como corresponde.
«No todos los que disfrutan el arte tienen que ser artistas. Siempre hay gente excusándose porque no sabe o no entiende. Y no hay que entender, hay que estar dispuesto a disfrutar.»
¿Qué te parece el arte callejero?
Me interesa como expresión espontánea y popular. En San Pablo, por ejemplo, los graffiteros en altura son super interesantes. Ahí algo pasa, hay unas tribus que hacen cosas rarísimas.
Muchas veces se asoció el arte con la locura, como si un artista por padecer algún desequilibrio fuera mejor.
Es un tema polémico. Los artistas locos están en un limbo muy particular, algunos hacen cosas extraordinarias, pero no me animo a decir si es por talento, locura o por ambas cosas.
En plena rebeldía adolescente Orly decidió patear el tablero y dedicarse a la ciencia. Estudió biología y trabajó diez años en biotecnología, produciendo plantas in vitro. Finalmente, dejó todo y fue a trabajar con su madre una década hasta que Ruth falleció en 2000. Ahora, combina a la perfección la racionalidad del pensamiento científico con la fantasía del mundo del arte. “Ser bióloga me hace ser mejor galerista”, asegura.
¿Vos pintás o hacés algo artístico?
De muy chiquita me eduqué en el arte. Fui al Labardén, hice talleres, pinté, saqué fotos, todas actividades recreativas y nutritivas. Ahora sólo soy consumidora de productos culturales.
¿Qué dicen sobre la dueña las obras que hay en tu casa?
Hablan de mi apertura mental y visual. Tengo pinturas, fotografías, dibujos y objetos de artistas jóvenes y consagrados. Lo mismo en mi galería, con un criterio más amplio todavía, todo lo que expongo me interesa.
¿Cuál va a ser el plato fuerte de la galería este año?
Son varios. Arrancamos en marzo con una muestra del maestro Roberto Aisenberg y tendremos otra, en las antípodas, de Luciana Lamothe, una artista joven muy interesante. Programamos un año muy atractivo.
«Los artistas locos están en un limbo muy particular, algunos hacen cosas extraordinarias, pero no me animo a decir si es por talento, locura o por ambas cosas.»
¿Cómo ves el arte argentino actual?
El gran desafío es detectar los buenos artistas y darles visibilidad. Los que trascienden el folklorismo, lo nacional, miran más allá. Por ejemplo, el rosarino Adrián Villar Rojas, con una mirada muy personal, un pensamiento propio y una gran ambición de ser visto en el mundo, y lo está logrando.
Trabajaste con tu mamá y ahora, con tu hija Mora. ¿Cómo funciona esta dupla?
Muy bien, me gusta trabajar con Mora, me da alegría y ella también está muy contenta.
Y tu hijo Nicolás es artista.
Sí, dibuja, hace objetos, arte sonoro, fotografía, video. Me gusta mucho. Es muy sensible, romántico, todo lo que hace tiene un toque amoroso.
Te reís, tenés buena onda, sos buena anfitriona. ¿Expresiones de felicidad?
Soy todo lo feliz que puedo y tengo una mirada positiva de la vida. Soy muy optimista.