Rugen motores, brillan colores cromados y desfilan hombres y mujeres con sombreros texanos, chalecos de jean, miles de tatuajes, tachas, cadenas, plumas y camisas hawaianas. No, no están en California; se mueven en masa hacia el Hipódromo de Palermo para celebrar el sexto Rock and Drive, el festival que reúne a los amantes de los fierros motorizados, los tatuajes, el blues, el folk y el rock. Así Libertador se convierte en la alfombra roja de las motos más increíbles, que atraviesan las puertas del Hipódromo para robarle un poco de protagonismo a los caballos.
Un caballo gigante con alas verdes petrificado en una escultura recibe a todos los fanáticos. Es como el «centinela», que te da el visto bueno para que entres en esta aldea dedicada a celebrar la música de los motores y las bandas más rockeras. El contraste entre el estilo tradicional y lujoso de las escaleras y los jardines del hipódromo con el rock y las carpas que se ven a lo lejos cautiva de verdad; ya desde la entrada las motos más deseadas invaden la ronda de exhibición entre los bustos de próceres. Suzuki, Kawasaki, Harley Davidson, Ducati, Honda, Yamaha, Triumph, todas ellas con alguna distinción que las hace únicas: el color -doradas, plateadas, azules, blancas impolutas-, sus calcos tatuados -desde insignias como «support your local» Hells Angels, hasta elegantes calaveras-, el paso del tiempo -desde las más antiguas apasionadamente conservadas hasta las últimas, ultra llamativas- Todo vale en este juego de motores y colores.
«Al llegar a la pista del hipódromo todo se convierte en una especie de «neverland», una tierra soñada: carpas por doquier, monos gigantes inflables, food trucks, todo tipo de personajes, toro mecánico, rampa eterna para hacer freestyle en moto, spots de las mejores marcas de ropa, accesorios para motos, talleres de custom, motos de todos los estilos, autos antiguos y customizados, y un escenario con bandas.»
Al llegar a la pista del hipódromo todo se convierte en una especie de «neverland», una tierra soñada: carpas por doquier, monos gigantes inflables, food trucks, todo tipo de personajes, toro mecánico, rampa eterna para hacer freestyle en moto, spots de las mejores marcas de ropa, accesorios para motos, talleres de custom, motos de todos los estilos, autos antiguos y customizados, y un escenario con bandas como «The Silver River String Band» y «Musycats» que hacen temblar el suelo. Una remera de una chica clama: «And so the adventure begins» Y así es el Rock and Drive, una verdadera aventura.
«Un caballo gigante con alas verdes petrificado en una escultura recibe a todos los fanáticos. Es como el «centinela», que te da el visto bueno para que entres en esta aldea dedicada a celebrar la música de los motores y las bandas más rockeras. El contraste entre el estilo tradicional y lujoso de las escaleras y los jardines del hipódromo con el rock y las carpas que se ven a lo lejos cautiva de verdad.»
El cielo está gris, pero todo lo demás es color. Mientras los «Hermanos de distinto padre y madre» hacen rodar covers de grandes temas como Jackson de Johnny Cash y Mercedes Benz de Janis Joplin, los aromas y sabores de los foodtrucks se suman al baile: Big Bite sorprende con sus hot dogs y burgers; Moros en la Costa con shawarmas, kebabs, falafels, quebbe, sandwiches customizados y baklawa; Bon Bouquet te lleva a Francia con deliciosos crepes -de salmón, filadelfia y espinaca, de jamón crudo, brie y rúcula, de pollo queso y tomate, de capresse, de nutella y de dulce de leche para los más clásicos-; Buenos Aires Street Food sirve pollo cajún crispy, Big City trae de Uruguay sus auténticos chivitos; otros ofrecen sandwiches de cordero al horno de barro con cebolla caramelizada, ribs de cordero, empanadas de cordero y papas bravas; y para el postre Guilab, la magia hecha helado rockea con sus helados moleculares con nitrógeno líquido; de dulce de leche con coco ahumado y chocolate blanco grillado, de Campari con naranja y naranjitas caramelizadas y de chocolate con frutos rojos y espuma de queso. Además, carpas gigantes con fardos de pasto y chicas pin-up tatuadas que sirven cervezas y todo lo que quieras tomar.
En el centro de la pista descansa el toro mecánico; todavía no se activó. La luna aún es solo un puntito que vigila los saltos que da un valiente con traje naranja y negro atigrado que hace freestyle en moto en el spot de Red Bull. Salta tan alto como un superhéroe, y se desprende de la moto en el aire como si volara. Cuando baja, todos lo ovacionan y él solo hace rugir más a la moto y le pide al público que exija otra vuelta más. Mientras tanto, DJ Chimango hace sonar temas como «I don’t wanna lose your love tonight».
«Bon Bouquet te lleva a Francia con deliciosos crepes -de salmón, filadelfia y espinaca, de jamón crudo, brie y rúcula, de pollo queso y tomate, de capresse, de nutella y de dulce de leche para los más clásicos-; Buenos Aires Street Food sirve pollo cajún crispy, Big City trae de Uruguay sus auténticos chivitos; otros ofrecen sandwiches de cordero al horno de barro con cebolla caramelizada.»
Más adentro de esta locura de festival se abre un laberinto de spots: Caterpillar recibe a sus invitados con un flipper de motos, un sapo, juegos de fuerza y el show de Martín «Roma» Privitera, artista que interviene unas Cat amarillas clásicas, para convertirlas en piezas únicas, como una moto customizada. Los Hells Angels de Buenos Aires también tienen su lugar llamado «Big Red Machine Buenos Aires», lleno de calcos, sus motos Harley y todo tipo de accesorios. Gustavo, el vicepresidente del Club cuenta con orgullo: «¡Nosotros somos los auténticos Hells Angels de Buenos Aires! Para entrar en el club tenés que pasar varias pruebas de fraternidad; nosotros hacemos de todo, eventos, fechas de bandas, tenemos un ring, armamos peleas, según como estemos inspirados. Viajamos mucho, rodamos mucho. Lo que a nosotros nos gusta es rodar. De este evento nos gusta la calidad de motos que hay, las bandas, todo.»
«En el centro de la pista desfilan autos antiguos y modernos customizados. Uno de sus dueños anuncia: «Yo soy el dueño de ese Mustang 1967″. Junto a su auto también descansan un Mercury, un Concord, un GT, un Mustang nuevo y un Ford 1937 tres puertas. Uno amarillo estridente, otro gris plata, otro celeste, otro bordó y más allá de esta fila, les hace competencia un Mustang naranja con llamas.»
En el centro de la pista desfilan autos antiguos y modernos customizados. Uno de sus dueños anuncia: «Yo soy el dueño de ese Mustang 1967». Junto a su auto también descansan un Mercury, un Concord, un GT, un Mustang nuevo y un Ford 1937 tres puertas. Uno amarillo estridente, otro gris plata, otro celeste, otro bordó y más allá de esta fila, les hace competencia un Mustang naranja con llamas que interviene el artista Alfredo Segatori en el espacio de Hot Wheels, en synchro con los covers de rock sureño de Nico Bereciartua.
Entre el desfile de camperas de cuero y gorros, aparecen grandes personajes: Un hombre entrado en años luce unos anteojos con vidrios amarillos, unas canas muy cancheras y un chaleco de jean con brillos; en este lugar la edad no existe. Para los que buscan «autocustomizarse», hay stands para todos: marcas como Bastarda, Honky Tonk, Vulk, Oily Ride. Las vedettes de la tarde sin duda son los talleres de Custom: Zschocke Custom, Lozano Rod, Low Budget Customs, STG Tracker -con su living con sillones de cuero y alfombras setentosas al mejor estilo de una puesta en escena de peli de Tarantino- Chucky Customs, X-Treme Motorcycles, California Customs, Moto Boxes y Kustom Garage. Todos ellos son escoltados por poderosas motos customizadas, que la gente prueba sin parar. Se sientan, las miran, las aceleran en el lugar y las añoran. Un chico le dice a otro: «mirá, se vende la loba aquella» -con loba se refiere a una increíble moto-.
«Entre el desfile de camperas de cuero y gorros, aparecen grandes personajes: Un hombre entrado en años luce unos anteojos con vidrios amarillos, unas canas muy cancheras y un chaleco de jean con brillos; en este lugar la edad no existe. Para los que buscan «autocustomizarse», hay stands para todos.»
También abundan los carteles vintage como uno que dice «Speed is just a question of money, how fast you can go?», surtidores de nafta antiguos, y un estudio de tatuajes abre sus puertas para que la gente se tatúe al ritmo de una banda de electrometal que acompaña el sonido de la aguja. Mientras una chica se tatúa un pájaro azul en la pierna, un chico se sienta en la silla simil eléctrica un tanto satánica de Salón Buenos Aires para cortarse el pelo. Rouen también se acercó con sus bicis y un chico con peluca afro y traje fucsia posó junto al modelo de bici llamado «Funk soul brothers». Muy pertinente.
«La pista ya está caliente y un dron de colores sobrevuela el show cual ovni. Entre chicas con camperas doradas con insignias como «death proof» y chicos con camisas texanas, Mariano Balcarce, uno de los organizadores del festival cuenta orgulloso: «Esto es como un sueño hecho realidad, logramos la calidad de producción que tanto ansiábamos.»
De un segundo al otro el sol cae sobre el escenario y la luna ya no es más un simple puntito; creció y trajo la noche. Las luces de todos los spots se encienden junto con las de las motos que se prenden y apagan intermitentemente. El presentador del festival también brilla con un traje colorado con lentejuelas; con un look muy Tío Sam anuncia los resultados del concurso Mr. and Miss Rock n’ drive. El ganador sube a las tablas con sus rulos y su chaleco y grita: «¿Van a aguantar el rock and roll?». Cada vez son más los que se acercan al escenario rodeado de carpas con cabezas de toros. Algunos bailan, otros miran todo desde el pasto. Los looks expresan la diversidad del público del RND: Desde una chica con un tercer ojo, otra con plumas en la cabeza, tacos altísimos y una cola de tigre de peluche, hasta un chico con una camisa con flores y una remera que lleva como insignia la frase «Le fleuriste de París». Todos aplauden al ritmo del rock del uruguayo Nacho Obes fusionado con la banda de Makena, «The Jack’s Experience». Tocan covers de ACDC, Al Green, Led Zeppelin, Michael Jackson. La pista ya está caliente y un dron de colores sobrevuela el show cual ovni. Entre chicas con camperas doradas con insignias como «death proof» y chicos con camisas texanas, Mariano Balcarce, uno de los organizadores del festival cuenta orgulloso: «Esto es como un sueño hecho realidad, logramos la calidad de producción que tanto ansiábamos.»
«Un próximo paso que nos gustaría dar es llevar el festival al interior del país, estamos planeando hacer un tour por diferentes provincias… pero vamos a mantener el suspenso». Su socio, Pablo Paoliello agrega: «La gente que viene acá, además de ver bandas, autos, motos lindas, entretenerse con los juegos, se lleva una muy buena energía».
La buena energía se respira y se baila; «Mariscal» sube al escenario y proyecta en una pantalla gigante un videojuego de autos tipo Daytona, que sigue las curvas de la música. Después de tocar su repertorio da paso a la banda más esperada del show: «Viticus», rock del canciller, que enseguida hizo saltar a todos con obras ilustres de Pappo como «Que sea Rock», «Rock and roll y fiebre» y «Sucio y Desprolijo». Entre visuales con lobos con dentaduras filosas y calaveras, el frontman de la banda le sugiere al público: «No detengan su motor».
La noche se termina pero el pulso de la música y el rugir de las motos sigue vivo adentro de cada uno de los fieles al Rock And Drive. Los más fanáticos ya dan vueltas por la pista en moto haciendo zig zag. Para despedirse del festival esta cronista se subió al toro mecánico y resistió un par de vueltas para luego caer al vacío. Esa sensación resume todo lo que se siente en el RND: un shock de diversión, adrenalina y frescura que vale la pena vivir.
TODAS LAS FOTOS SON GENTILEZA DE ROCK AND DRIVE