Ilustración de la crack dibujante francesa @agathesorlet
“Hablar ahora es más fácil y más complicado”, me dijo un amigo mío en una conversación intelectualmente pretenciosa que teníamos aquel lunes en el trabajo. Y fue ahí cuando me cayó la ficha: tenemos más opciones para conversar pero menos agallas, ¿o será interés?
Escribo. Borro. Tecleo, bah. Borro de nuevo. No sé cómo encarar esta situación. Pienso. Lo veo “en línea”. Pienso el doble. No puedo mandarle una boludez, tampoco puedo mandarle algo super elaborado, se va a dar cuenta de que la pensé mucho, de que pensé en él.
Tengo muchas ganas de hablarle. Por ahí de nada en particular, me conformo hasta con su sola presencia virtual. Me halaga saber que involucra tiempo suyo en leerme a mí. Como no puedo fallar (porque la última vez me clavó el visto) me tomo un tiempo para pensar me-ti-cu-lo-sa-men-te qué escribirle. Tiene que ser original, divertido, relajado, atractivo.
«Para quienes no están familiarizados con el término -no se hagan… seguro que todos lo conocen- dícese de stalkear a la acción que llevan a cabo quienes quieren ser un poco más infelices. Es también una pérdida total de tiempo y de dignidad que, sin embargo, genera una cantidad considerable de placer culposo. Sí, de alguna forma loca e irracional, ver cosas que nos angustian, nos genera placer.»
Sigue en línea.
Entre que analizo qué frase “matadora” enviarle, otros pensamientos empiezan a molestarme. Literalmente me molestan porque me distraen de mi cometido: descubrir la fórmula textual mágica para gustarle, para conseguir salir de esa mancha azul en la que me dejó la última vez.
O sea, ¿qué hice mal?
Si me puso un like, eso significa algo.
Tiene que significar algo.
Yo no voy por la vida poniéndole likes a cualquiera, así nomás, como quien no quiere la cosa. Ese fue un guiño, un mensaje encriptado que me propongo resolver y que, para hacerlo, tengo que empezar por hablarle.
Chequeo de nuevo. Sigue en línea. ¿Con quién habla tanto?
Solo hay una manera de saberlo: stalkeando.
Yo stalkeo. Nosotros stalkeamos.
(Para quienes no están familiarizados con el término -no se hagan… seguro que todos lo conocen- dícese de stalkear a la acción que llevan a cabo quienes quieren ser un poco más infelices. Es también una pérdida total de tiempo y de dignidad que, sin embargo, genera una cantidad considerable de placer culposo. Sí, de alguna forma loca e irracional, ver cosas que nos angustian, nos genera placer).
Cuestión: me autoinflijo dolor y stalkeo. Voilà. Lo que sospechaba: también le puso like a otra.
Listo, mi vida se acabó. Es obvio que están saliendo. Es obvio que se aman. Es obvio que me odia.
Además la foto de la otra es en un bar. Seguro fueron juntos. Y se rieron. Y se gustaron. Y vaya uno a saber lo que pasó después.
No, pero no puede ser. Nos puso like a las dos. No puede amarnos a las dos. ¿O hace lo mismo con ella que conmigo?, ¿le pone like y le clava el visto?, ¿qué clase de incoherencia es esa?, ¿estoy acaso delante de un indeciso emocional?
“Se dio cuenta. Se me escapó un like sin querer. En algo fallé. Me va a encarar. Me va a decir que estoy recontra loca. Listo. Se acabó la mentira”, pienso. O peor aún, me retruco: “Me va a decir que se puso de novio, que está feliz conociendo a una chica que (de nuevo) ni siquiera es tan linda, pero que tiene una gran personalidad, que escuchan la misma música, que van a casarse y tener hijitos”. Son los 45 segundos más largos de mi vida.»
Psicosis. Psicosis. Minutos de psicosis en mi cuarto. Esto merece nada más y nada menos que empiece a sonar mi playlist más temida (y ansiada a la vez)… “Románticos latinos”. Solo cuando esto pasa me puedo dar el lujo de escucharla sin darle explicaciones a nadie ¡ni a mi misma!.
Chayanne te extrañé. Solo vos Cristian Castro entendés cómo me siento.
Qué estafa. No voy a mentir o embellecer el relato dramático: no lloro. Pero para mi, no lloro de la bronca. “Ni siquiera es tan linda”, me miento. Lo odio. Lo odio a él. Odio todo lo que representa. Odio a los hombres. Odio odiar.
Pero a la vez me encanta, ¿porque yo no le encanto?, ¿por qué estamos destinados a no ser? Sé que estoy exagerando y no me importa nada. De esto hablaba Cortázar en Rayuela, y si no era de esto, era de algo muy parecido.
Qué desdicha el amor. Entro de nuevo al Whatsapp. Recorro mis conversaciones abiertas (que son pocas porque tengo un toc que me obliga a eliminar cada uno de los chats que no utilizo). De repente: ¿qué ven mis ojos?
“Fulanito de tal está escribiendo…”
¿QUÉ?
“Se dio cuenta. Se me escapó un like sin querer. En algo fallé. Me va a encarar. Me va a decir que estoy recontra loca. Listo. Se acabó la mentira”, pienso. O peor aún, me retruco: “Me va a decir que se puso de novio, que está feliz conociendo a una chica que (de nuevo) ni siquiera es tan linda, pero que tiene una gran personalidad, que escuchan la misma música, que van a casarse y tener hijitos”. Son los 45 segundos más largos de mi vida. ¿Qué está escribiendo?, ¿la biblia del rechazo?, ¿qué puede ser tan largo?, ¿cuántas vueltas puede darle al “fue lindo conocerte pero hasta acá llegamos”?
Lo que ven mis ojos, el horror: “Hola linda, ¿cómo estás? Mirá, mi prima fue a este bar que está copado y podemos ir juntos (foto adjunta)”.
….
Sí, ya sé lo que están pensando. Me precipité. Me salió mal. Me equivoqué. Al final es un amor y yo soy una loca total. Concuerdo, eh.
Pero el problema está en que ahora tengo que contestarle, seguirle la conversación, ahuyentar mis fantasmas, convencerme de que le gusto yo y que en una de esas puedo llegar a ser feliz.
¿Existe algo más difícil? No, por, lo menos no para mi.